Es curioso el fenómeno «vivir de las rentas» de Ridley Scott. El buen hombre lleva años sin estrenar un título decente, pero nosotros seguimos ahí, cayendo como moscas cada vez que algo suyo llega a las carteleras, esperando que el director de ‘Alien’, ‘Blade Runner’ o ‘Thelma & Louise’ vuelva a hacer acto de presencia. Pero esta vez tampoco ha podido ser y vuelve a decepcionarnos con una cinta aséptica en la que nadie se moja y cuando lo hacen, se ahogan.
Contaba Scott con muchas ventajas a la hora de afrontar su ‘Exodus’ particular. Para empezar, la de tener entre manos una historia lo suficientemente conocida como para pasar por alto todo lo que siempre nos han contado de Moisés y reflexionar sobre aspectos menos épicos de su existencia. Y en cierto modo lo hace, ya que el filme comienza con el personaje adulto demostrando en plena batalla que es mucho mejor en todo que su hermanastro Ramsés, ahorrándonos así todo el rollo del abandono de un niño hebreo en el Nilo recuperado por una princesa egipcia.
Por desgracia es la única elipsis acertada de las muchas que vemos en las dos horas y media de película, que incomprensiblemente prefiere recrearse en lo reiterativo (las plagas, el matrimonio de Moisés en el exilio, lo buenos que son los buenos y lo malos que son malos) y pasar por alto todo aquello que podría haber dado profundidad a la propuesta (como demuestra lo desaprovechados que están secundarios como Sigourney Weaver o Aaron Paul, cuyos personajes son un vago esquema de lo que podrían). Eso por no hablar de cómo después de dos horas bastante lentas, todo lo interesante se condensa a modo batiburrillo en la media final como si de repente les hubieran entrado las prisas. Lo entenderás cuando la veas.
No sería descabellado pensar que al Scott de hoy le importa más la forma que el fondo -como si hubiera que elegir una u otra- y en eso hay que reconocer que al menos es consecuente. De hecho, en lo que a técnica cinematográfica en 3D se refiere, su calidad es impecable, tanto como los paisajes españoles elegidos para rodar la historia o el diseño de vestuario, por poner un par de ejemplos (Alberto Iglesias en la banda sonora esta vez no ha estado muy acertado).
Pero de nada sirve envolver un regalo con un papel muy caro si dentro la caja está vacía. O casi, que ese niño Dios que se le aparece a Christian Bale para darle instrucciones fanáticas es una grata sorpresa, aunque insuficiente para salvar la película. Es como si al fondo de esa caja encontráramos un boleto de rasca y gana que después de rascarlo con la uña nos dijera «sigue buscando». No nos queda otra. 3,5.