‘La joven Dolores‘ era un disco de consolidación del renovado estatus de Christina Rosenvinge como singular figura del pop rock estatal, tras una dilatada carrera en la que pasó por la fase popstar post-adolescente, por la de jovencita rockera con raíces, por la de mujer inquieta y oscura… hasta eclosionar, cosechando todas esas diversas simientes (revisadas muy atinadamente en la extensa compilación ‘Un caso sin resolver‘), con el merecido éxito y respeto generalizado de la crítica gracias a ‘Tu labio superior‘. Ambos discos venían a mostrar que esta artista enfilaba una estupenda madurez artística con una frescura y una riqueza de ideas poco frecuentes en cualquier artista con tan amplio bagaje. Pero el segundo de ellos también contenía signos de cierta placidez, de cierta comodidad, que apuntaban a que en sus siguientes pasos no sería fácil escapar de su propia y alargada sombra. Pero si de algo ha presumido Christina, precisamente, es de saber escapar de sí misma. Y ‘Lo nuestro‘, un disco hilvanado con tesón y sumo cuidado desde hace varios años, triunfa en esa tarea.
La cantautora madrileña comenzó a componer poco después de aquella(s) gira(s) de apoyo a aquellos lanzamientos que supusieron la finalización de su contrato con Warner (esta nueva obra está publicada con el auspicio de El Segell del Primavera), envuelta en ciertas complicaciones personales, y situadas en el virulento marco social que aún hoy vivimos en España. Esas circunstancias funcionaron como el cabo de ese hilo rojo que asoma en la portada (imprescindible detenerse en el bello artwork de la fantástica artista gráfica Paula Bonet, en estupenda simbiosis con el espíritu del álbum), y de él comenzó a tirar Christina para escribir estas canciones, que fueron arregladas apresuradamente en un aplicación de tableta digital, explicando la textura electrónica, de sonoridad fría, casi industrial, de buena parte de ellas. En la producción final, firmada a pachas con el siempre empático Raül Fernández Refree (brillante como siempre en el trabajo de guitarras), Rosenvinge ha acertado al reaprovechar todo ese trabajo previo, conservando el forcejeo interior que motivó en su origen las composiciones.
Ambientes sofocantes, sombríos y a veces sucios, adjetivos infrecuentes en sus últimas obras, contribuyen a dar a ‘Lo nuestro’ una pátina de romanticismo gótico. Así ocurre en ‘La tejedora‘, primer corte y single oficial del álbum que, con sus grititos a lo Yoko Ono, se inspira en ‘Maman‘, la enigmática escultura de Louise Bourgois en la que replicaba una gigantesca araña, para elogiar el tesón y la fuerza de la figura materna y criticar, a la vez, la persistencia de roles de género que están lejos de caducar. ‘Pequeño Nicolás’, dedicado al eterno segundón Nikola Tesla, se inicia con otra madre que teje, mostrando que lo de la hebra roja del grafismo es más que una metáfora.
Esas sonoridades, aunque no son constantes, sí marcan muchas de estas nuevas canciones a modo de hilo (otra vez) conductor. Pero, aunque inundan drásticamente ‘Lo que te falta’, ‘Segundo acto’ o ‘Romeo y los demás’, nunca apagan el vigor y el brillante fulgor pop de unos estribillos que rememoran por momentos al Battiato sintético de los 80 o incluso a las melodías de Manuel Alejandro, convirtiéndolos instantáneamente en nuevos favoritos. También hay significativos oasis, coherentes rarezas, como los aires de folclor andino que marcan, junto con esos coros infantiles, la lúcida reivindicación de ‘Alguien tendrá la culpa’; los aires de poético western de ‘Liquen‘ o ese Suicide meets hip hop que ella vampiriza en ‘La muy puta‘, con un recitado tan audaz como tronchante, burlándose a la cara de la muerte y de sí misma, conformando sin duda uno de los momentos álgidos no solo de este álbum sino también de su carrera.
Y el humor, sin duda, tiene un componente muy importante en ‘Lo nuestro’. Y no solo son esos ripios tan suyos como lo del «petit respingo», o lo de rimar, de forma inverosímil, «sex symbol» con «pinball», que ya casi se toman como un guiño para sus seguidores. Es más bien por esa manera de afrontar dudas existenciales («Un hombre (…) lee tu dolor, lee tu placer, lee los mensajes de tu ex», en ‘Lo que te falta’, un tema que habla sobre lo que nunca adivinará sobre nosotros Google o alguien a través de las redes sociales) y creativas («No es la eterna adolescencia, no es el tiempo (ese cabrón), (…) lo que hizo esta canción», en ‘La absoluta nada’) o las flaquezas más personales (brillante en una ‘Romeo y los demás’ que invita a elucubrar a qué hombres de su vida está retratando en cada línea). Afrontar esto con una amplia sonrisa parece una postura harto inteligente y, desde luego, no al alcance de cualquiera. Rosenvinge ha alcanzado un altísimo nivel poético y casi cada línea de ‘Lo nuestro’ es digna de cita. Se corona, diría yo, en la solemne ‘Balada obscena’, desnudándose con tanta delicadeza como valentía, abrazando el sexo como un asidero para huir de la aflicción.
‘Lo nuestro’, esas dos palabras, sugieren algo íntimo, profundamente personal. Pero también, leídas con otra perspectiva, son inclusivas y quieren abrazarnos a todos, y no solo a los que asistimos al fascinante engrandecimiento de la Christina de esta década. Invita a participar de sus dudas, temores y dolores, en tanto que son comunes a cualquiera que vive la convulsión generalizada de la vida real. Y reconforta cuando nos hace entender que hay una luz y una esperanza, un arma, que está en la unión de nuestras individualidades. Todo está en este magnífico disco, enésima reinvención de una artista más grande de lo que nunca imaginó nadie, resumido en una cita de Luis Cernuda que lo inspiró y aparece en su encarte: «Entre los ateridos fantasmas que habitan nuestro mundo, eras tú una verdad».
Calificación: 8,4/10
Lo mejor: ‘La muy puta’, ‘La tejedora’, ‘Lo que te falta’, ‘Segundo acto’, ‘Alguien tendrá la culpa’.
Te gustará si te gustan: el Lou Reed más audaz, Bill Callahan, Franco Battiato.
Escúchalo: Spotify