El mundo del pop la esperaba con los brazos abiertos, pero ella no está muy por la labor que digamos de seguir por esa senda. Róisín Murphy nos malacostumbró en 2007 cuando editó aquel ‘Overpowered’, una rara avis de su discografía que se apoyaba en el hedonismo arty y que desde su lanzamiento caló de lo más hondo entre un grueso de seguidores que, hasta entonces, no se habían detenido en condiciones a observar a la irlandesa. Pero no hay que olvidar que la Murphy, ya fuese bajo el amparo de los desaparecidos Moloko o bien en solitario, siempre ha sido una artista que ha ido por libre y se ha tomado las suficientes licencias para hacer lo que le ha venido en gana en cada momento. Buena muestra de ello son la decena de featurings en los que en los últimos años ha participado (y que en ningún caso ha querido recopilar, nosotros sí) o ese EP titulado ‘Mi Senti’ con el que el pasado año quiso rendir tributo a la canción popular italiana desde un prisma igual de melancólico que minimalista.
Con estos antecedentes presentes, los fans de ‘Overpowered’ y la careta más petarda de la artista muy probablemente se lleven una desilusión mayúscula a la hora de enfrentarse a este ‘Hairless Toys’ que en las primeras escuchas resulta igual de sesudo que poco amable (por mucho grower que algunos adviertan en él). Quien pensase que tomando inspiración del ‘Paris Is Burning’ de Jennie Livingston y las ballrooms neoyorquinas de finales de los ochenta ella iba a tirar por la senda del house y el voguing facilón, estaba del todo errado. Más bien ha sido todo al contrario, ya que su último disco en términos generales es un tour de force downtempo que lo único que busca es generar un viaje sensorial, una elegante válvula de escape del pop comercial que debe degustarse cuando los clubs han cerrado y uno solamente lucha consigo mismo y la amenaza de la resaca en casa.
Los dos singles que han anticipado este disco ya hace semanas que nos pusieron en aviso de lo que aquí íbamos a encontrar. ‘Gone Fishing’, por ejemplo, no deja de ser una evolución sintética del ‘Ruby Blue’ construida sobre un envolvente manto chill y retazos de funk marciano; mientras que ‘Exploitation’, pese a sobrarle tres minutos, se mueve en un terreno más acorde con el deep house de Dj Sprinkles y la hipnosis jazzística desde el burladero. Ninguno de los dos temas son memorables ni pretenden serlo dada su compleja fisionomía, pero nadie puede poner en tela de juicio que Róisín y su productor, Eddie Stevens, han querido reinterpretar para la ocasión buena parte de los recursos sonoros que cimentaron la carrera de Moloko y la Róisín que en 2005 se dejaba aconsejar por ese alquimista sonoro llamado Matthew Herbert.
A lo largo del disco hay números de funk espacial como ‘Evil Eyes’ que pueden llegar a recordar a Grace Jones (la mejor del lote para quien esto escribe porque es la única que sí desprende un melódico groove chulesco y glamouroso), canciones como ‘Uninvited Guest’ que se dejan querer por el jazz tropicalista y números como ‘House Of Glass’ que, dada su naturaleza progresiva, acaban mutando con el paso de los minutos en una orgía de microbeats, xilófonos, punteados funk y saxos que van y vienen como espíritus fantasmagóricos. Por haber también hay tributos al sonido Nashville en esa ‘Exile’ que permite imaginárnosla interpretándola en un bar de carretera con el rimmel corrido, y hasta una balada pastoral como ‘Unputdownable’ que se deja querer igualmente por la cara más cándida del country-pop. Aunque otra cosa muy diferente es que, pese a las buenas intenciones, la cosa funcione.
Como ya ocurría en ‘Mi Senti’, Róisín se muestra extremadamente moderada vocalmente en este trabajo donde los hits brillan por su ausencia. Y, además, los temas jamás acaban de despegar y no enganchan, lo cual hará que acabemos abandonando el disco en la estantería más pronto que tarde. Después de una carrera intachable y dos álbumes capitales como ‘Ruby Blue’ y ‘Overpowered’ que no han perdido fuelle con el paso de los años, ciertamente esto sabe a muy poco. Aunque no todo está perdido. Según ha dicho en entrevistas previas, a lo largo de estos años en los que ha estado criando a sus dos hijos ha compuesto una treintena de canciones y se está pensando seriamente editar en los próximos meses un segundo volumen que tomaría un cariz menos experimental. Así que aún hay esperanzas de que Róisín escuche nuestras plegarias y firme algo más memorable y menos pretencioso que esta colección de canciones que no dejan de ser un capricho artístico, sin más.
Calificación: 5,6/10
Lo mejor: ‘Evil Eyes’, ‘Exploitation’, ‘Unputdownable’
Te gustará si te gusta: la faceta más experimental de Róisín cuando formaba parte de Moloko y una versión más alucinógena y progresiva de ‘Ruby Blue’. Los fans únicamente del ‘Overpowered’ mejor que se abstengan.
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