‘Ocho apellidos catalanes’, los vascos se van de vacaciones

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‘Ocho apellidos catalanes’, los vascos se van de vacaciones

ochoapellidoscatalanesNi revelación ni timo: ‘Ocho apellidos vascos‘ se convirtió en un fenómeno contra el que no merece la pena luchar. Como comedia aspirante a un Globo de Oro, o peor, a un Goya, su valor equivale a cero; como producto que ver después de comer, con tu grupo de amigos o con tus padres, sí es comparable a ‘La tonta del bote’ o ‘La tía de Carlos’. Por más que te resistieras en principio, si te la cruzas, te la tragas y encima te ríes. En este caso con Karra Elejalde donde antes estaban Lina Morgan o Paco Martínez-Soria.

Su secuela, que se estrena irónicamente un 20-N, se traslada de Sevilla a un pequeño pueblo catalán como antes se había trasladado de Sevilla a un pequeño pueblo vasco. Pero más allá de un ocurrente guiño a ‘Goodbye Lenin’, un arquetípico retrato de un hipster a través de una barba postiza y unos cuantos selfies para el Instagram y una Rosa María Sardá que de hecho luce desaprovechada, ‘Ocho apellidos catalanes’ no saca demasiado provecho del nuevo filón. A la coda de la película nos remitimos: esto es ‘Ocho apellidos Vascos 2’, no ‘Ocho apellidos catalanes’. Una pena, porque anda que no había donde rascar justo después de las elecciones autonómicas…

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En sus mejores momentos, la nueva cinta de Emilio Martínez-Lázaro sí logra arrancarte alguna que otra carcajada. Pero es una pena que nunca llegue a dar ese salto hacia ‘La boda de mi mejor amiga‘ o ‘Tres bodas de más‘ aprovechando que la cosa va de bodas; hacia el binomio Berlanga-Azcona (ese bar sólo para los que se sientan españoles podría haber dado muchísimo más juego, lo mismo que la escena de los balcones «catalanes vs vascos»); o hacia el universo Woody Allen, al que recuerda y mucho esta amalgama disparatada de ex novios, madres postizas y amor en la tercera edad. Frente a una primera mitad pasable, la segunda carece de clímax alguno y no puede estar resuelta de manera más peregrina, menos espectacular.

En su defensa, hay que reconocer que el equipo de Emilio (Borja Cobeaga, Diego San José) ha sabido crear un improbable micromundo que no tiene por qué parecerse ni a Berlanga, ni a Allen, ni a nadie, porque funciona por sí mismo. ¿Y qué digo micromundo, si esto a la gente le vuelve loca? Sus gags no serán los más ocurrentes y en algunas escenas el asunto se torna tan rocambolesco (sin gracia) que vuelve a producir vergüenza ajena. Sin embargo, es indiscutible que se ha encontrado un filón intraducible, inexportable e inexplicable más allá de nuestras fronteras, y por lo tanto único: el del retrato de un país tan desconectado en sus partes que el único camino posible es el de la parodia. ¿Por qué nadie lo había exprimido antes? 5.

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