Una de las malas críticas que se han vertido sobre Radiohead en los últimos tiempos es que recurren con exceso a canciones ya estrenadas en sus directos en años pasados para componer sus discos. Entiendo la decepción de los hardcore fans que ansían composiciones nuevas que desconozcan al 100%, pero esto se ha hecho toda la vida y únicamente se detuvo con la llegada de internet. Y con razón: una cosa es probar ante el público si una canción nueva funciona o no, y otra es que esta circule por la red con calidad regulera y todo el mundo la tenga tan sobada cuando decidas editarla que sólo quepa el camino de la desilusión.
Pero lo cierto es que Jerry Lee Lewis empezó a tocar ‘Great Balls of Fire’ en directo el mismo mes de agosto de 1957 en que la conoció y la grabó sin esperar a que en noviembre se editara comercialmente o saliera la película en que se incluía. David Bowie tocó ‘Starman’ en vivo en febrero de 1972 una semana después de grabarla, aunque aún faltaban un par de meses para su salida como single. En el plano nacional, algunos recordamos con cariño cómo nos sabíamos muchas canciones del segundo disco de Astrud gracias a la gira del primero. Radiohead son unos valientes por exponer así sus canciones frente a Youtubes y Soundclouds de dudosa calidad, aunque también es cierto que lo suyo es distinto. En su caso el lapso no es de unos cuantos meses o de un disco para otro, sino de hasta 20 años. Así, es probable que ya conozcamos el 50% del álbum próximo del grupo. Y sin embargo, lo que puede parecer holgazanería en Radiohead se transforma en prudencia, calma, sabiduría, conceptos redondos, savoir-faire.
Una de las mayores virtudes de ‘A Moon Shaped Pool’ es lo bien que han integrado cosas que no tenían nada que ver. El disco se abre con el single ‘Burn the Witch’, que como todos los singles del mundo, mejora dentro de la secuencia del álbum, ya aupado al privilegiado grupo de grandes canciones de Radiohead. En contra de muchas de sus composiciones, esta sí tiene un título muy ilustrativo y habla claramente sobre una «caza de brujas» en la que se «marcan puertas con cruces rojas», se amenaza «si vuelas, te quemaremos» y se «dispara al mensajero». Esta literalidad, a tenor de su vídeo, es en verdad una metáfora de los refugiados, criticándose que sean los apestados de Europa. Podríamos estar ante un disco de nuevo político de Radiohead, y de hecho ‘The Numbers’ trata sobre el cambio climático.
Pero el disco se cierra con una canción de amor que lleva 20 años en un cajón, saliendo de él únicamente para ser tocada de vez en cuando en vivo, llegando incluso a aparecer en directo en el disco oficial ‘I Might Be Wrong‘, aunque siempre sin presentarse en versión estudio. Thom Yorke se ha separado de su esposa después de 23 años y sin duda alguna ha hecho bien en guardarse para este momento tan duro esta composición que termina suplicando «por favor, no te vayas», pues ahora su nuevo significado se ve enriquecido y más todavía con su precioso título, lo mejor de este sencillo tema: ‘True Love Waits’. ¿Será el de ella o el de otra persona ya?
Este halo de esperanza hacia el «verdadero amor» que «aguarda», también de interpretación metamusical (es bueno aguardar a que llegue el momento de editar una canción para que sea mejor aún), tiene muy poco que ver con el arranque del álbum. Pero no me parece casualidad que el corte que ocupa justo el lugar intermedio, central, entre los dos extremos del álbum, sea un breve tema acústico llamado ‘Glass Eyes’. En él encontramos al narrador apeándose de un tren, encontrándose a sus pies un camino que lleva a una montaña, si bien no sabe dónde se dirigen sus pasos ni le importa («And the path trails off / And heads down a mountain / Through the dry bush, I don’t know where it leads / I don’t really care»). Muy sutilmente, sin por supuesto equipararse a los refugiados puesto que no hay más que recordar que Radiohead cobran cantidades realmente pornográficas por tocar dos horas, el grupo de Oxford ha logrado hacer una analogía entre las personas que buscan un hogar huyendo de su propio país y una persona que no tiene dónde ir porque ha perdido lo que más quería, aquello en lo que ha invertido exactamente la mitad de su vida («half of my life» es lo que se oye al revés al término de ‘Daydreaming’).
Insisto en que no se puede comparar un problema personal con uno social de esta envergadura. Sin embargo, es llamativo que en muchos momentos de ‘A Moon Shaped Pool’ como en ‘Glass Eyes’ o ‘Decks Dark’, un tema que va desde la paranoia sobre el espacio exterior a un sonoro «¿has tenido suficiente de mí?» o más libremente «¿ya te has hartado de mí?», no sepamos si la alienación de la que habla Yorke se produce por motivos personales o políticos. ¿Habla él, habla alguien que busca refugio, ambas cosas confluyen? Como ha sido una constante en la carrera de Radiohead, seguramente lo último. Los que no hayan olvidado 20 años después ‘No Surprises’, ‘Let Down’ o la mismísima -y siento mencionar esta palabra- ‘Creep’ saben que ambas cosas pueden estar íntimamente relacionadas y este disco es una nueva muestra.
Encajado el puzzle de la temática del álbum, ¿qué encontramos musicalmente en él? Las mayores sorpresas son la misma ‘Burn the Witch’, con un uso de las cuerdas bastante influido por Owen Pallett; la gran ‘Daydreaming’, que muy hábilmente une el mito de la caverna de Platón con una ambientación y temática oníricas e incorpora de manera fantástica las voces al revés que mencionábamos (no hace falta recordar que Radiohead tienen una canción llamada ‘nice dream’); e ‘Identikit’, un tema sobre cómo dibujamos a las personas a nuestro antojo que incluye influencias de Kraftwerk y Stereolab, además de un estupendo punteo de guitarra en su segunda mitad relacionado con los mejores giros sorpresa del sobresaliente ‘In Rainbows‘.
Pero si algo sorprende del disco de Radiohead es que este es su disco con mayor número de canciones-hoguera. Hay debates en la red sobre si ‘The Numbers’ plagia a Neil Young, a CSNY, a Pink Floyd o a Led Zeppelin; ‘Desert Island Disk’, ‘Present Tense’ y la mencionada ‘Glass Eyes’ son canciones abiertamente acústicas, ‘True Love Waits’ lo era en directo y ‘Tinker Tailor Soldier Sailor Rich Man Poor Man Beggar Man Thief’ lo parece; muchas de ellas adornadas por exuberantes arreglos de cuerda de la London Contemporary Orchestra que tienden a aparecer a mitad o en la segunda mitad de la canción.
El modo en que brilla una línea de piano y otra permanece en segundo plano en ‘Decks Dark’ o en el que irrumpen los arreglos en el penúltimo corte, así llamado por un tema tradicional británico, demuestran lo en forma que está el grupo y su inseparable Nigel Godrich. Sin embargo, con todo lo sólido que es el álbum, lo cierto es que no siempre se percibe en estas canciones una verdadera genialidad. Es paradójico que con artistas propensos a los álbumes conceptuales tan bien cerrados como este, se baje el listón para permitir alguna que otra medianía, cuando debería ser al revés. De la misma forma que en ‘Vulnicure’ de Björk, otro disco post-ruptura, percibía que ‘Black Lake’ y ‘Stonemilker’ sobresalían muy por encima del resto de composiciones, honestamente veo en este disco temas bastante alejados del modo en que refulgen los singles.
‘Ful Stop’, en contra de lo que parecía al principio, resulta más un tema de ‘The King of Limbs‘ que el nuevo ‘Idioteque’. No siento, ni después de una docena de escuchas, demasiadas ganas de volver a escuchar ‘Desert Island Disk’ -un tema así llamado por un programa de televisión británico, ¿igual hay que verlo para entenderlo?- ni percibo en ‘The Numbers’ un track propio del disco del año que este, para muchos, aspira ya a ser. Con toda la ilusión que hace poder decir que Radiohead han hecho por fin un disco «bonito» y no sólo «interesante», al final lo que más me deja ‘A Moon Shaped Pool’ es un sentimiento de envidia: a todos los que percibís todas estas canciones como obras maestras a la misma altura que ‘Burn the Witch’ o ‘Daydreaming’, os envidio de verdad.