Una semana ha pasado ya desde el anuncio de la concesión del Premio Nobel de Literatura 2016 a Bob Dylan e, increíblemente, siguen apareciendo a diario columnas de opinión cuestionando dicho galardón, discutiendo los méritos literarios del premiado, o señalando maliciosamente su silencio como prueba de que a la Academia Sueca encima de equivocarse le han dado plantón. Una mina de clicks que sin duda han sabido detectar muy bien los medios digitales, y que refleja algo que en el fondo se palpa también en la calle. Por alguna misteriosa razón, quizá simplemente porque Bob Dylan es un nombre conocido, se ha producido la aparición epidémica de expertos en textos de pop y rock, literatura comparada, o las obras completas del célebre artista. Las columnas, los tuits, varían según los autores, pero por cada crítica argumentada hay dos o tres que se limitan al comentario ridiculizante (Irving Welsh y su alusión a «las rancias próstatas de hippies seniles») por encima de los cuales tiende a sobrevolar la suposición de que una canción de rock nunca podría tener la categoría de una obra literaria.
Mi primer sentimiento fue de cierta perplejidad: que la elección de un artista que lleva 55 años de carrera y es ya patrimonio musical de la humanidad resulte polémica o radical es difícil de entender. Su nombre lleva sonando como candidato desde hace muchos años y se solía tomar como una posibilidad atractiva, fresca, no recuerdo ningún escándalo por su mera mención. Por otra parte el papel de Dylan en la transformación de la música pop, rock y folk en lo que en gran medida son hoy en día es algo que nadie ha cuestionado jamás y que va ligado -más allá de momentos musicalmente históricos como su reconversión eléctrica, o de las decenas de melodías brillantísimas que produjo en sus años más creativos- a sus letras, a los textos. Al increíble impacto que causaron. Es, simplemente, el mejor letrista de la historia. Springsteen lo dijo muy bien con su célebre frase «Dylan liberó nuestras mentes de la misma forma que Elvis liberó nuestros cuerpos».
Fue su talento lírico para llenar de poesía el folk, para contaminarlo después de surrealismo y psicodelia, para musicalizar los pensamientos políticos de toda una generación, y (quizá lo más importante) para mezclar brillantemente tradición americana y poesía simbolista (Rimbaud y Mississippi John Hurt, Walt Whitman y Hank Williams…) lo que abrió las mentes de las generaciones de artistas que le siguieron, y también a sus propios contemporáneos, incluidos los Beatles y los Rolling Stones. Alguien había dado el primer paso postmoderno de la historia del pop/rock, demostrando por fin que una canción podía hablar de algo más que amor/desamor o alienación teenager. Y abriendo así un mundo nuevo de infinitas posibilidades para los creadores: artistas como Roger McGuinn, que dijo que colaborar con él era «como trabajar con Shakespeare», en alusión al torrente bellísimo de imágenes de ‘Mr Tambourine Man’ o Billy Bragg, que compara las imágenes de esa misma canción con William Blake. Dylan había roto, además, ese cristal invisible que dividía arte culto y popular, una herida que resuena todavía en toda la incomodidad que ha causado el premio.
Se ha criticado también que la magia de las letras de Dylan se apoya en exceso en la música, y que no se sostienen solas sobre el papel. Sin embargo las ediciones de cancioneros de Dylan se siguen vendiendo por miles en todo el mundo (la más exhaustiva sale casualmente a la venta este mes) y continúan siendo una fuente de placer para los aficionados. A lo largo de seis décadas de composiciones, recogen su producción más poética pero también sus inspiradísimas diatribas (‘Like A Rolling Stone’, ‘Positively 4th Street’) o sus hermosos experimentos con la narración pseudoautobiográfica (‘Blood On The Tracks’). Respecto al argumento de si la música eleva esos textos en su versión interpretada, es obviamente cierto, pero a nadie se le ocurriría cuestionar el Nobel de 2005 al dramaturgo Harold Pinter por la misma razón. La poesía musical de Dylan está hecha para ser interpretada, exactamente igual que las obras de teatro.
Salman Rushdie dio en el clavo hace días al destacar la naturaleza «bárdica» de su poesía, es decir, propia de un personaje en el que la frontera entre cantante y poeta no se delimita con la rigidez que gusta tanto a los taxonomistas del arte. Para los que se empeñan en la protesta técnica de «es que lo que hace este señor no es literatura», sería recomendable que estudien un poco cómo ha sido la poesía de transmisión oral durante siglos, conformada por poetas épicos que cantaban sus composiciones, y que iban refinando de generación en generación. En ese mágico territorio en el que las diferencias entre música y poesía eran no ya difusas sino a veces inexistentes se encuentran desde Safo u Homero (citados por la secretaria de la Academia Sueca al anunciar el premio) hasta géneros como el de los Cantares. Como dice uno de los más brillantes estudiosos de Dylan, Greil Marcus, «la pregunta sobre si Dylan es un poeta no es ni siquiera interesante». El catedrático de literatura por la Universidad de Oxford Christopher Ricks publicó en 2004 su ‘Dylan’s Visions of Sins’, en el que lo equiparaba sin pestañear con Keats, Milton o T.S. Eliot.
Argumentado pues de sobra que el legado literario de Dylan es básicamente de poesía, chirrían terriblemente las columnas de opinión que han tratado de comparar sus méritos con los de novelistas contemporáneos como Philip Roth o Murakami. Vale que estos autores sean igualmente merecedores del premio, pero ¿a quién se le ocurriría comparar a un poeta con un prosista, argumentando la superioridad de sus tramas o la construcción de sus personajes? Parece que en el fragor por escandalizarse a muchos se les ha olvidado el sentido común. Además, muchos de estos críticos tan preocupados de que se premie a verdaderos «literatos» con subyugantes arcos narrativos y personajes redondos seguramente ni siquiera recuerdan -o incluso saben- que el Nobel de Literatura del año pasado fue concedido a una autora cuyos libros se basan principalmente en entrevistas.
Y si otra de las medidas para valorar a un autor literario es su impacto en la lengua (caso de Shakespeare, de quien siempre se destaca los cientos de palabras que inventó en sus obras y que se siguen utilizando en la actualidad), las frases redondas del Dylan más ácido que son ya frases hechas en el uso habitual del inglés se cuentan por decenas. Además del sempiterno «The times they are a-changin’» están «You don’t need a weatherman to tell which way the wind blows», «money doesn’t talk, it swears» y muchas más. En cualquier caso, al final todo se reduce a cuestión de gustos. Habrá quien, aun aceptando todos los argumentos aquí expuestos, considere que los versos de Bob Dylan siguen sin tener calidad suficiente para merecer el Nobel. O por contra, quienes creemos que estrofas como las que siguen son pura poesía viva del siglo XX:
«Llévame y hazme desaparecer a través de los anillos de humo de mi mente / A través de las neblinosas ruinas del tiempo, más allá de las hojas heladas / De los árboles encantados y aterrorizados, hacia la playa sacudida por el viento / Lejos del retorcido alcance de la pena enloquecida / Sí, bailar bajo el cielo de diamante con una mano agitándose libre / Silueteado por el mar, rodeado de arenas de circo / con todo el recuerdo y el destino conducidos bajo las profundas olas / Deja que me olvide de hoy hasta mañana». (‘Mr Tambourine Man’, 1964)
«¿No es propio de la noche hacer travesuras cuando quieres estar tranquilo? / Estamos aquí atrapados, aunque estemos haciendo todo lo posible por negarlo / Y Louise sostiene un puñado de lluvia, retándote a que lo desafíes / Las luces tiemblan en el loft de enfrente / En la habitación las tuberías de la calefacción tosen / La emisora de música country suena baja / Pero no hay nada, absolutamente nada que apagar / Sólo Louise y su amante, entrelazados / Y estas visiones de Johanna que conquistan mi mente». (‘Visions of Johanna’, 1966)
«Estaba quemado de cansancio, enterrado en el granizo / Envenenado en los arbustos, y apagado en el camino / Cazado como un cocodrilo, saqueado en el maizal / «Entra», dijo, «te daré cobijo de la tormenta». (‘Shelter from the Storm’, 1975)
«Mira las enormes plantaciones quemándose, escucha el chasquido de los látigos / huele la dulce magnolia floreciendo, mira los fantasmas de los barcos de esclavos / Puedo oír a las tribus gimiendo, oír la campana del enterrador / Nadie sabe cantar el blues como Blind Willie McTell». (Blind Willie McTell, 1983)