Salvador Sobral no ha salvado Eurovisión (y tampoco había nada que salvar)

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Salvador Sobral no ha salvado Eurovisión (y tampoco había nada que salvar)

salvadorsobralLa victoria de Salvador Sobral es una excelente noticia por varios motivos. Desde el primer acercamiento a las canciones del festival de 2017 destacaba como la mejor de todas. En segundo lugar, su interpretación en vivo devolvía la magia del directo al festival, pues cada interpretación de ‘Amar pelos Dois’ es diferente a la anterior. Por último, Portugal nunca había ganado el festival, de hecho rara vez llegaba a la final cuando muchas veces lo había merecido, aportando una muy necesaria variedad en el listado de ganadores cuando tanta gente opina que el ganador se elige por cuestiones políticas. Durante años casi nadie ha apoyado a Portugal en el certamen: no conocían un top 10 desde 1996. Hasta España lo había hecho mejor.

La prensa está contando estos días la historia de Salvador Sobral: su dolencia cardíaca, su admiración por Chet Baker, su estancia como estudiante de Erasmus en Mallorca, los días en que vivió en Barcelona y actuó en el Sónar, su llegada triunfal a Portugal como si de un héroe se tratara… y también el modo en que ha salvado Eurovisión del «pop vacuo», «la purpurina», «las canciones en inglés» y el «espectáculo decadente». El mismo Salvador Sobral no es fan de Eurovisión, tuvo el valor de decir ante la audiencia millonaria nada más ganar que «la música no eran fuegos artificiales» y también había dicho a la prensa que su canción, frente a las otras, era como «un tartar al lado de un montón de hamburguesas».

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‘Amar pelos Dois’ es una canción encantadora y ninguna declaración desafortunada podrá acabar con una buena canción, pero que no se nos vaya la olla: Salvador Sabral concursó en ‘Pop Idol’, su disco se llama ‘Excuse Me’ y tiene una mayoría de temas en inglés; y también los hay en español, por lo que parece que no, que como él mismo ha reconocido, no va a salvar la música portuguesa. Tampoco va a salvar el Festival de Eurovisión. Sobre todo porque no hay nada que salvar. La purpurina, el pop vacuo y los espectáculos de fuegos artificiales son tan válidos como el drama, la improvisación y el jazz. Hay un momento para cada cosa y no parece casualidad que el festival se celebre justo en primavera, inmediatamente antes del verano, y no por ejemplo en Navidad, cuando seguro que tendría otra orientación artística. Tenemos derecho a pasárnoslo bien y el sentimiento detrás de ‘Amar pelos Dois’ no es mejor que la fiesta que nos dio ‘Euphoria’ de Loreen, ‘Waterloo’ de Abba o ‘Je t’adore’ de Kate Ryan.

Lo extravagante no es ni bueno ni malo, pero es que además tengo mis dudas de que últimamente haya ganado algo realmente extravagante. Extravagante fue el pollo cantarín de Irlanda en 2008 Dustin the Turkey, pero es que ni se clasificó para la gran final. ¿Se refieren a la barba con vestido de Conchita Wurst? ¿Era, a causa de la barba, ‘Rise Like a Phoenix’ una mala canción? ¿Es tan extravagante el tema EDM ‘Heroes’ de Måns Zelmerlöw? Hablar del Festival de Eurovisión como el festival de la purpurina y de los fuegos artificiales es una falta de documentación considerable, que podemos perdonar a Salvador Sobral si es que es cierto que nunca había visto el Festival, pero no a los cronistas que están escribiendo sobre ello en la prensa generalista de distintos países.

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No tenemos que irnos a canciones perdidas de Alemania o de la propia Portugal para recordar que Eurovisión a menudo cuenta con propuestas ligeramente más jazzies o tradicionales. Es que en 2016, hace tan solo un año, ganaba una canción totalmente exenta de purpurina, de vacuidad, de artificio y de fuegos artificiales. En ‘1944’ Jamala cantaba, por Ucrania, sobre la historia de su bisabuela Nazylkhan, que a los 20 años fue deportada a Asia Central junto a sus cinco hijos, falleciendo una de ellos (su marido luchaba mientras en la Segunda Guerra Mundial a favor del Ejército Rojo). Aunque no explícitamente, la canción era así, una historia personal con un fondo, la deportación de los tártaros de Crimea en los años 40 a manos de la Unión Soviética, y por tanto un dardo envenenado de Ucrania a Rusia que ha terminado con la no participación de este último país este año después de una serie de circunstancias. «A las 4 de la mañana metieron (a mi familia) junto a otros tártaros en un tren sin agua ni comida. La hija de mi bisabuela, Ayshe, no sobrevivió. Murió en el tren mientras la transportaban. Cuando le preguntó a los soldados si podía enterrar su pequeño cuerpo en la siguiente parada, lo agarraron y lo tiraron fuera del tren. Era como basura para ellos», narraba Jamala, mientras la letra de la canción se pregunta «Where is your mind? / Humanity cries». No, la música no eran todo fuegos artificiales, pero ya nos habíamos enterado.

Quién sabe si la victoria de Jamala no terminó inspirando a la delegación portuguesa a contar con un tema en el idioma propio, sin grandes artificios, haciendo pensar en la cultura portuguesa pero también con un punto jazz que fuera comprensible para, digamos, cualquier admirador no de Chet Baker, sino de las bandas sonoras de Woody Allen. Fue la gran apuesta del jurado portugués en la final nacional (no, no ganó en televoto, por cierto) y tengo la impresión de que alguien, más que inventar nada y revolucionar el festival, simplemente hizo los deberes, tomó un par de notas y añadió alguna (excelente) idea propia.

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