Cuatro años ha tardado Ernest Greene en sacar la continuación de ‘Paracosm’. Cuatro años y, en cuanto le das el primer tiento, no puedes evitar pensar: “¿tanto tiempo para esto?”. Porque, aparte de brevísimo (no llega a la media hora) el disco, de entrada, resulta monótono. Incluso mediocre. Encerrado en su mundo, Greene no parece que se haya movido mucho de los parámetros de su obra anterior; lo despacharías rápidamente con un “más de lo mismo, pero peor”. Pero no hay que dejarse engañar por las escuchas iniciales. En cuanto rascas la superficie y le dedicas un par de caladas profundas, descubres que en ‘Mister Mellow’ hay mucha más sustancia de la que parece a simple vista. Greene no está tratando de explotar eternamente su chill wave soleado. Esto es más bien una llamada de auxilio. Greene está jodido. Y así lo plasma, en un disco enfermizo bajo su veraniega fachada. Como su portada, aparentemente alegre pero grotesca si uno se fija bien en ella.
Es probable que su desagradable introducción predisponga un poco en contra. Una tos persistente de varios segundos, envuelta en orquestaciones sintéticas y risas sarcásticas, ejerce de cortante prólogo, para dar paso a un panorama sonoro de guateque en la piscina, de aspecto tópico pero ambiente tóxico. Los candorosos paisajes se ven salpicados con pinceladas surrealistas, ecos de voces moduladas e inquietantes, aires latinos menos festivos de lo que cabría esperar, lo que otorga al conjunto sensación de extrañeza y cierto desasosiego. Si prestas atención a las letras, descubres que todas aluden al estrés, a la necesidad de relajarse, de encontrar un equilibrio y escapar de las trampas de tu propio cerebro; de la búsqueda de esa “peace of mind” que asoma obsesivamente en las canciones. Sí, también aparecían esas referencias en ‘Paracosm’, pero desde una perspectiva optimista y epicúrea. Aquí todo suena… contenidamente desesperado.
‘Burn Out Blues’, el primer tema largo, marca la tendencia del disco: la presencia de algo amenazante bajo un riff de funk espacial, percusiones y la habitual capa de sonidos luminosos. Sus versos reflejan angustia: “I need some time/So I can find a way/To slow down/Relax and clear my head/Just unwind/ So I can breathe again”. La temática que se repite en ‘Floating By’; hallar una vía de escape, aunque sea falsa. Todo ello explicado en un relato febril de coros surf y efectos de voz crispantes. De hecho, todo el álbum tiene un aire irritante, como si pretendiera resultar incómodo. Interludios de poco más de un minuto, algunos evocadores (‘Time Off’), otros amenazantes (‘Down and Out’) o gozosos, como ‘Zonked’, con su línea de bajo disco y sus trompetas sampleadas asomando tímidamente, enmarcan los estados de desaliento en que se convierten las canciones, como ‘Get Lost’, en que la dicción arrastrada contrasta con una contundente base rítmica cercana al house, con toques latinos y vientos free jazz algo desquiciados.
La excepción, quizás, sea ‘Hard to Say Goodbye’, un tema de ruptura repleto de despecho, construido sobre un loop vocal, unas percusiones juguetonas, samples de cuerdas y aires easy listening, en que la desidia vocal marca de la casa choca contra el brío rítmico. ‘Mister Mellow’ no es tan descollante como ‘Paracosm’, pero no puedes evitar caer en su telaraña tóxica porque, como relata en ‘Down and Out’: “Music plays a big part in (…) keeping me just from not flipping out, and keeping me sane”.
Calificación: 6,9/10
Lo mejor: ‘Burn Out Blues’, ‘Hard to Say Goodbye’, ‘Get Lost’
Te gustará si te gusta: Toro y Moi, el chill wave tóxico
Escúchalo: Spotify