‘Fe de etarras’, la nueva película de Borja Cobeaga (‘Pagafantas’, ‘Negociador’), llega envuelta de cierta polémica. La Asociación de Víctimas del Terrorismo ha pedido que no se estrene, la campaña de promoción de Netflix ha recibido una denuncia por un «posible delito de humillación a las víctimas del terrorismo» -ya rechazada por la Fiscalía de la Audiencia Nacional- y Netflix ha hecho además coincidir su estreno con el Día de la Hispanidad.
La situación de la trama -cuatro etarras reunidos en un piso franco de Madrid esperando para atentar- en 2010 es el gran acierto de la película y de la fecha de estreno. Justo cuando los balcones de la capital -sobre todo el Barrio Salamanca, pero no solo este- se llenan de banderas de España coincidiendo además con la crisis por la independencia catalana, llega al mercado una cinta sobre unos etarras ahogados por el récord de nacionalismo que ha vivido el país en los años recientes, el cual no ha tenido nada que ver con el PP ni con el Día de la Hispanidad ni con Felipe VI: la victoria de La Roja en el Mundial.
Esta ocurrencia nos deja algunas de las (pocas) escenas tronchantes de la película, como la de la aparición de la bandera con toro o la de los petardos. Como ya hiciera como coguionista de ‘Ocho apellidos vascos’ y ‘Ocho apellidos catalanes’, Cobeaga sabe rescatar algunas de las contradicciones e idas de olla de nuestra sociedad para hacernos reír, y así la escena del Trivial, las discusiones gastronómicas («en ETA se comía de puta madre») o esa manera de hacer de menos en el comando a quien proviene de La Rioja o incluso Albacete resultan divertidillas. Sin embargo, otras escenas, como la visita a los vecinos musulmanes, no es que sean ofensivas o no sino que simplemente van muy justitas de gracia.
También perjudican severamente los titulares que la cinta ha copado durante los últimos días: ‘Fe de etarras’ ni es tan irreverente, ni contiene tanto humor negro, ni es tan ofensiva con nada ni nadie. Al contrario, la deriva del personaje de etarra de Ramón Barea, que por cierto, de quien debería hacer en una película es de Mariano Rajoy, deja muy claro el signo por el que apuesta la cinta. Aquí los únicos que se podrían sentir ofendidos son los fans de Lady Gaga (bueno, los que no tengan sentido del humor). Por alguna razón que se me escapa, abre y cierra la película una canción totalmente desconocida (menos de 1000 escuchas en Spotify, pese a haberse editado en 2012) de Goienetxe Anaiak llamada ‘Zabor Gehiegi’ que se dedica a mandar «a la mierda a Lady Gaga», le pide que lo deje y arremete contra el pop americano en general.
Mejor que aquella cosa de Leire con David Demaría está, pero no es que añada mucho sentido a una película que no va ni a seducir a los amantes del humor irreverente de un ‘Four Lions’, 30 añazos después de los terroristas chiítas de ‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’; ni probablemente sirva para estirar el chiste de ‘Ocho apellidos vascos’. Quizá para ese público generalista, la violencia de la película y los muertos que dejó ETA sí que sean ya demasiado. 4.