Llovió a cántaros en Mad Cool 2017, llovió en Tomavistas 2018 y llovió en las horas previas del debutante Paraíso Festival, propiciando un retraso de dos horas y media en la apertura de puertas, debido a que los bomberos obligaban a la organización a corregir unos desperfectos en las salidas de emergencia ocasionados por la tormenta. Pese a que algunos no dieran ya un duro por la celebración de este festival, con Madrid inmersa en el cambio climático e incapaz de responder a esta circunstancia de ser el nuevo Londres (¿habrá que pasar todos los festivales a octubre? ¿será posible que entonces llueva menos que en primavera?), el festival de José Morán (co-fundador del FIB) pudo esquivar toda crítica. No cayó ni una gota una vez abiertas las puertas a las 21.30, la colocación de paja fue la mejor solución contra los charcos («make hay, not war», que cantaban Catatonia) y miles de personas -supongo que entre 5.000 y 10.000, muchas de ellas como procedentes o a punto de poner un pie en la sauna homónima, esto es, chicos guapos y arreglados pese a la adversidad- pudieron disfrutar de la primera jornada de la cuidada programación musical de Paraíso Festival y de su cuidadilla selección gastronómica. Fotos: Nabscab (Danny, Apparat, Kiasmos), Rodrigo Mena Ruiz (GusGus, Kelly)
A Kelly Lee Owens le tocaba abrir el escenario principal mientras se abrían puertas y la gente pasaba el control de seguridad. La artista actuó sola, alternando sonidos ambient, tipo Game Boy y casi dub con otros beats como salidos de antros noventeros de la era techno-rave. Su preciosa y dulce voz, atrapada en largos y cálidos tarareos, era un contraste para esto último o para su propia actitud. Y es que su actuación, en la que no faltaron temas como ‘Lucid’ o la versión de Aaliyah ‘More Than a Woman’, fue bastante visual, no solo por las proyecciones industriales, sino por ella misma, que sabe cómo meterse al público en el bolsillo, bailando, incitando a hacerlo («we hope to fucking dance here togetheeeer!») o aporreando las percusiones.
Si el concierto de Kelly Lee Owens había terminado bastante arriba, el set de Danny L Harle en la carpa cubierta ya fue abiertamente una discoteca, dando la sensación hacia las diez y media de la noche de que ya estábamos en la madrugada, sensación que ya no se perdió durante toda la jornada del festival. Danny, altísimo y a unas gafas de pasta pegado -delicioso friqui de manual-, dio el ansiado dj set de sonidos PC Music, definido por temazos como ‘Up and Down’ con Charli XCX, ‘Super Natural’ o ‘Me4U’. Una pena que no sonara, al menos en todo su esplendor, ‘Happy All the Time’, pero sus sonidos fueron los que predominaron en su sesión, por mucho que las anécdotas las dejaran las adaptaciones de ‘No Tears Left to Cry’ de Ariana Grande en una remezcla que hábilmente prescinde de su parte más irritante y la mayor sorpresa: una versión de ‘Échame la culpa’ de Luis Fonsi y Demi Lovato debidamente apitufada.
A continuación, Apparat llenó a reventar ese mismo Escenario Club, mostrando lo arriba que está su carrera. Portando toda su música en una simpática bolsa de tela muy berlinesa tipo panadera, el miembro de los ahora seminales Moderat reunió a la multitud en su elegante sesión de electrónica, con guiños al progressive house de unos Swanky Tunes, cuyos temas más reconocibles fueron de Caribou, The Knife o Jamie xx. Un éxito este espacio-fiestón, pues su sonido además llegaba sin problema a la zona de comida sin solaparse con el del escenario principal más que muy a lo lejos.
Ante el inicio algo errático de Mr. Fingers, que parecía estar afrontando una prueba de sonido, quizá como consecuencia de que no había transición en el Escenario Club, pues una sesión sucedía a la siguiente, opté por no perderme ni un minuto del concierto coincidente de GusGus. Su techno gélido, al que se incorpora la voz algo Dave Gahan de Daníel Ágúst Haraldsson, sucumbe ante lo melódico de pistas como ‘Deep Inside’ o la reciente y excelente ‘Lifetime’, ya una de las cumbres de su show. Daníel, en un estampado algo pijamesco, ejerció de carismático líder, mientras Birgir Þórarinsson, en tacones, cual Genís Segarra, permaneció en un discreto segundo plano mandando desde lo musical.
Hacia las 3 de la mañana era el momento de que Kiasmos tomaran el escenario principal. El dúo, ambos frente a frente a los sintetizadores y laptops, ofrece un delicado set en el que no faltan la nostalgia indietrónica ni la fragilidad minimal, sin por ello renunciar a lo bailable o ser inadecuado para estas avanzadas horas. Ólafur Arnalds puede ser el miembro más querido de Kiasmos pero es Janus Rasmussen a quien no se le caen los anillos para acercarse y animar al público, como veis, en la distancia larga, con un puntito a lo David Guetta. Nada que ver en lo musical, fue un bonito concierto aderezado por imágenes de volcanes en erupción y otras fantasías en las proyecciones.
Tras la sesión de Black Coffee, donde juraría que se coló un tema de Gotye y alguna canción olvidada de pop tipo Tasmine Archer o similar, el festival se cerraba entre 4 y 5.30 (sí, media hora antes de la apertura del metro) con Hot Chip Megamix. ¿De qué va esto de Hot Chip Megamix que también se dejará caer este verano por el Bilbao BBK Live? Tres miembros del grupo pinchando desde las sombras una sesión de electrónica de cierre en la que solo muy, muy ocasionalmente suenan fragmentos de hits de Hot Chip como ‘Ready for the Floor’.