Rosalía deslumbra estrenando ‘El mal querer’, SOPHIE fascina y Gorillaz aprueban en viernes de Sónar 2018

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Rosalía deslumbra estrenando ‘El mal querer’, SOPHIE fascina y Gorillaz aprueban en viernes de Sónar 2018

En el Sònar Còmplex arranca Territroy Live, un proyecto de los griegos Stathis Kalatzis y Panagiotis Melidis, aún inédito discográficamente que, sobre el papel, pinta de lo más sugerente. Y de hecho comienza bastante bien. House etnicista la mar de acogedor con bonitas proyecciones en sepia, llevadas por la voz en falsete de Melidis con la que va fabricando loops. Pero, ay, empiezan a entrar en un terreno de breakbeats tenebrosos, van abandonando los terrenos house, tras un conato punkfunk acaban deviniendo excesivamente pesados, maquinales. Incluso se escucha algún silbido ocasional, y acabo desconectando. Todo lo contrario sucede con las deliciosas DECISIVE PINK, un dúo formado por Angel Deradoorian (ex Dirty Projectors) y Kate Shilonosova, cuya presencia de hada es magnética. Una música hermosa, con un pie en Stereolab, otro en Lio o Yelle, pero también con incorporaciones de reggae y funk. Empiezan con pop soñador, pero poco a poco nos arrastran a terrenos psicodélicos y progresivos, a bandas sonoras de fantasía. Una pequeña maravilla que no puedo acabar de degustar porque Liberato me espera. Mireia Pería

El Sònar Hall está repleto de italianos, al menos las primeras filas, para recibir a Liberato, el anónimo (no muestra el rostro) fenómeno napolitano urban. Tras una música de thriller, emerge alguien, embozado y con sudadera negra con el nombre del artista, que empieza a atacar unas baterías electrónicas y disparar techno duro. Pero no, no es él. Porque de las sombras, igualmente oculto, emerge el héroe de la tarde, acompañado de otro percusionista. Se hace cargo de la mesa y arranca con ‘Nove Maggio’. Y es muy gracioso ver cómo contrasta la dura imagen que hay encima del escenario -penumbra, haces hirientes de luces blancas, tres tipos encapuchados que más bien parecen los Sunn O)))- con la luminosidad y alegría de la música. Porque las canciones de Liberato son puro pop pegadizo, mezcla de urban, algo de trance, italo disco e incluso canción melódica italiana, coronadas por fantásticos estribillos y conducidas por una voz dulce. Haciendo un resumen rápido, una especie de Drake italiano. Nosotros cantamos unos temas que son puro gozo. ‘Je te voglio bene assaje’, una estival ‘Gaiola portafortuna’, alarga con intermedio trance mi favorita, ‘Me Staje Appennenn’ Amò’… Bailamos hasta que termina con ‘Tu T’e Scurdat’ ‘E Me’. El público pide más, pero se acaba ya. Estupendo. Y, cuando su imagen y su show se ajuste a su música, puede sEr el acabóse. Mireia Pería

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En SónarComplex, Laurel Halo presentó su nuevo proyecto junto al batería y percusionista Eli Keszler, ‘Raw Silk Uncut Wood’. Se trata de un espectáculo de improvisación en el que electrónica y música en directo dialogan a la manera de un free jazz ambiental que busca evocar algún tipo de entorno selvático, produciendo una maraña de sonidos cacofónicos en el que percusiones metálicas acompañan el croar de unas ranas o el canto de unos pájaros. Entre todo esto, Halo añade su propia voz filtrada por un efecto de autotune. El resultado es una música extraña, interesante pero desestructurada y no demasiado agradable. Jordi Bardají

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Hay una avalancha humana para entrar al Sònar Hall. Maldigo no haber sido capaz de imaginar la masiva expectación hacia la nueva encarnación de Rosalía. Consigo entrar, pero al fondo y con nula visibilidad. Arranca con ‘Malamente’ y el recinto parece que se hunde. Sólo queda rezar para que el gentío se evapore. Apenas logro vislumbrar cuatro palmeros, dos chicos y dos chicas. Mis contactos me chivan que van todos de blanco, que lleva bailarinas. Que Rosalía parece Las Chuches. El Guincho es el encargado de la música y de lanzar las bases. Rosalía está presentando su nueva música, sin concesiones a ‘Los Ángeles’; música construida a base de samples (hay incluso un tema construido a base del tubo de escape de una moto), pregrabados y palmas, con unas letras de lo más clásico; una mezcla de flamenco fusión con pop urbano. Las canciones son de lo más sugestivas, huelen ya a clásico popular. Y, por encima de todo, la voz prodigiosa de Rosalía y su presencia; porque cuando consigo tirar hacia adelante y logro ver el escenario, la sorpresa es mayúscula. Rosalía baila; baila flamenco, pero también ejecuta elaboradas coreografías con su cuerpo de baile, como una divaza de R’n’B. Como Beyoncé. Incluso hay cambios de vestuarios; tras un breve intermedio, emerge de rojo. El ambiente de la sala es asfixiante, pero no parece importar a nadie. El público a mi alrededor está entusiasmadísimo con la nueva Rosalía. El show no escatima en juegos de luces, incluso en proyecciones de dibujos animados con Rosalía de heroína ninja. Casi para acabar, nos regala un tema apabullante sólo construido con su cantar y efectos de voz. Ella está emocionada, nos explica que tras este su nuevo proyecto, ‘El mal querer’, hay implicada mucha gente a la que quiere dar las gracias. Y cierra con el tema más hip hop, rematado por una coreografía espectacular. Sólo 45 minutos de show. Suficientes para certificar que Rosalía está catapultada al éxito más fulgurante. Mireia Pería

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No sé cuántos siglos por delante vive SOPHIE (unos cuantos seguro), lo que sí sé es que su “mundo totalmente nuevo” da un poco de miedo. Acompañada de dos bailarinas y de la vocalista Cecile Believe, SOPHIE aparece en el escenario de SónarDôme desbordante y su electro-pop de plástico, mecánico e híper artificial llega desde los altavoces como una enorme bestia dispuesta a derribar todo que se cruce por delante. El retumbe es brutal, apabullante. Por poco me vuelan las lentillas por los aires. Pero la oscuridad pronto acontece y ese mundo en apariencia maravilloso se vuelve gris y, mientras la música adquiere tonos más oscuros y amenazantes, una enorme bolsa de plástico empieza a hincharse tras SOPHIE, terminando por engullirla, a la vez que la música parece devorarse a sí misma hasta desaparecer. Tras esta espectacular introducción, SOPHIE y sus colaboradoras re-aparecen en el escenario y proceden a presentar ‘Oil of Every Pearl’s Un-Insides’, destacando el brutalismo de ‘Ponyboy’ y ‘Faceshopping’, el dramatismo de ‘Is it Cold i the Water?’ y el pop del siglo XXII de ‘Immaterial’. Se suceden en el escenario extrañas coreografías entre SOPHIE y sus bailarinas: con una de ellas, SOPHIE parece querer emular un maniquí, lo cual, teniendo en cuenta sus artificiales rasgos faciales, produce una sensación de “valle inquietante” que durará todo el concierto. El set es profundamente decadente en la manera narcótica con la que SOPHIE, que no aguanta recto el micrófono ni una sola vez, y cuya mirada parece en todo momento perdida en otras cosas, interpreta todas las canciones, y el punto sado-maso de la puesta en escena (las bailarinas esclavas, SOPHIE, su ama) llega a su cumbre cuando SOPHIE, quien antes ha saltado hacia el público, con la mala suerte que ha caído al suelo, se echa ¿agua? ¿aceite? por encima, se quita la parte superior de su ajustadísimo atuendo y se queda en tetas ante su público, posando sensualmente para las decenas de cámaras que le tiran fotos en ese momento. “Mirad estas tetas, porque no las vais a tocar”, parece decirnos. Si tuviera que describir mi interpretación de lo visto en este concierto, diría que SOPHIE, buscando potenciar el elemento artificial de su música y de su propio aspecto, planteando un futurismo absolutamente terrorífico, ha interpretado a un humanoide esclavo condenado a entretener por toda la eternidad. Si en lo que pasó anoche no hubo nada de interpretación, entonces fue un concierto de rock ‘n roll en toda regla, y de hecho SOPHIE lo terminó estampando el soporte de micrófono contra el suelo hasta romperlo. Ambas cosas produjeron, para mí, el show más fascinante del Sónar de lejos. Jordi Bardají

El islandés Ólafur Arnalds comienza con quince minutos de retraso, quizás fruto de la inmensa cola que espera que abran las puertas del Sònar Complex. Ólafur, al piano y teclados, está acompañado por un cuarteto de cuerda y un batería, tenuemente iluminados. Bromea con que hayamos preferido verle a él antes que el fútbol y nos anuncia que va a tocar temas de su nuevo disco, aún inédito. Ganan los paisajes sosegados y melancólicos, de BSO lluviosa, con una introducción a piano y las cuerdas que se van sumando para crear hermosos crescendos , aunque hay algún momento en que entra la batería y eleva el ritmo. Entre el público no se para de oír chistar. Tanto, que incluso parece que se estén riendo. Pero Ólafur no parece darse cuenta. Y la mayoría de los presentes están mesmerizados por la hermosura de lo que se escucha. Mireia Pería

Alva Noto presenta en SónarComplex ‘UNIEQAV’, uno de los tres álbumes que ha publicado en 2018, en un espectáculo que en realidad no propone especialmente nada nuevo, ya que se basa en la combinación de tecno cerebral y minimalista y visuales con proyecciones de frecuencias de sonido (el de su propia música) que ya le hemos visto en shows anteriores, solo o acompañado (por ejemplo, de Ryoji Ikeda en CYCLE). Esta vez la música está más inclinada al entorno de club, y la precisión y radicalidad de sus beats clínicos y ultra-matemáticos nunca dejará de volar los sesos a quien se deje seducir por ellos. Un concierto de Alva Noto es lo más parecido que hay a bailar en el interior de un ordenador, realmente fascinante. Jordi Bardají

Reconozco que, de todos los proyectos de Damon Albarn, Gorillaz no es el que más me interesa. Aún así, es un combo de singles efectivos y su concierto es sinónimo de fiesta asegurada. Proyectan un ‘Hello’ en la pantalla y el público ofrece una bienvenida calurosa. La banda está rematada por un espectacular elenco de coristas (algo desaprovechadas). Damon de amarillo sigue teniendo ese aspecto de chaval desastrado al que todo le da un poco igual y, a la vez, demuestra ser un perro viejo que lleva gran parte del show en sus espaldas; ora se acerca al público en el foso ya en la segunda canción (‘Tranz’), ora se pone a cantar con un micro conectado al megáfono (‘Tomorrow Comes Today’), un par de gestos que repetirá varias veces a lo largo de la noche. Los audiovisuales reproducen los canónicos dibujos animados de Gorillaz, pero lo importante sucede encima del escenario, en el mundo real. La banda es enérgica y se les ve con ganas. Incluso hay invitados de ultra-lujo. Nada más y nada menos que De La Soul reaparecen en el Sònar para rapear en ‘Superfast Jellyfish’. ¡Y nadie los presenta! Como tampoco presentan a Jamie Principle (en ‘Hollywood’). Little Simz tiene más suerte en ‘Garage Palace’, acompañada del coro, que echa el resto. Damon incluso rapea en ‘Sleeping Powder’. Sin embargo, a pesar del entusiasmo que le echan, no me acaban de enganchar. Las canciones se suceden, pero me acaban pareciendo iguales. El hecho que encima no toquen mis favoritas de ‘Humanz’ (sólo ‘Saturnz Barz’ en los bises) tampoco ayuda. Incluso diría que el público se ha ido enfriando y ya sólo responden a “ las conocidas”; ‘Feel Good inc.’, que vuelve a tener la colaboración inestimable de De La Soul. Y, claro, un final que no podía ser otro que ‘Clint Eastwood’, con Damon rapeando y el coro soltando el “The future is coming up, coming up…”. Damon se despide diciéndonos “corazón, corazón…”. Pues para mi gusto, algo de corazón sí que ha faltado.

El corazón que echo de menos en Gorillaz lo tiene el sueco Yung Lean a espuertas, simplemente él con su voz y el tipo que le pone las bases. Vestido como un policía distópico, con una camiseta que no acierto a averiguar de quién es (¿Marilyn Manson?), no puedo evitar que me recuerde a un joven Genesis P-Orridge. Su hip hop tiene mucho de visceral, y el público se lo devuelve viviendo ‘Drop It/Scooter’. Lanza preciosas proyecciones de ventanales góticos en ‘Kyoto’, lo inunda todo de rojo en ‘Red Bottom Sky’, nos llena de graves del infierno y emoción desatada, conmueve con el baladón techno, prácticamente un vals, que es ‘Agony’ o el emo trap de ‘Yellowman’. El suyo es un carisma singular que tiene algo de doliente y su actuación nos ha abierto aún más las puertas a su mundo interior. Mireia Pería

Entrada la madrugada, el concierto de Bonobo es un bálsamo ante la tralla que predomina en las sesiones del Sónar de Noche. Presenta Simon Green su disco ‘Migration’ a las máquinas y acompañado de varios músicos en directo y de unas coristas, dotando a su música de un elemento humano que, de nuevo, resulta un alivio ante lo visto en el festival. También porque la música de Bonobo tiene un elemento preciosista -es, en una palabra, bonita-, lo cual le hace destacar frente a otros productores presentes en el cartel de Sónar 2018 como Diplo. El líder de Major Lazer, después de cenar con Rosalía (en serio, está en su stories) se sube al escenario principal del Sónar de Noche para hacer lo que mejor sabe, disparar ritmos espasmódicos de dubstep y dancehall maximalista, bruto y esquizofrénico. Moló un rato. Jordi Bardají

Reconozco que no alcanzo a ver una buena parte del DJ set de Alizzz, pero lo que sí llego escuchar parece enfocado en los ritmos dancehall. De hecho, el productor catalán pincha un curioso mash-up de (lo que parece) ‘Pon de Replay’ de Rihanna con otro tema de la barbadense, ‘Loveeeeeee Song’, y más tarde confirma que ‘Traicionero’ de C. Tangana es un verdadero temazo. Como siempre, tanto las producciones propias de Alizzz como su selección de ritmos destacan por ser una explosión de color, y en ese sentido es radicalmente opuesto a lo que ofrece más tarde Bicep (un tecno algo anodino) y sobre todo Helena Hauff, que convierte el Sónar en Berghain con su hardcore/dark wave encocado y salvaje. Durante su set, empieza a amanecer en Barcelona, pero la oscuridad de su sonido se impone. Jordi Bardají

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