Corre el rumor de que ‘La Soledad’ es lenta porque a lo largo de la película no pasa casi nada. Lo poco que pasa, a pesar de que viene anunciado en casi todas las sinopsis, es mejor no contarlo, porque cuando pasa, es el doble de emocionante y hay un momento en que se te olvida que va a pasar. La baza técnica del director Jaime Rosales es la división de la pantalla en dos mitades para mostrar dos ángulos diferentes de una misma escena. Otras veces, por el contrario, lo que más duele está elíptico y tenemos que deducir qué ha pasado. Y otras oímos palabras que resultan muy duras pero no vemos a los protagonistas que las pronuncian ni que las escuchan. No siempre este juego de contrastes aporta gran cosa, pero al menos hay un momento, ese en el que vemos la ropa que sigue tendida como si en la habitación contigua no hubiera sucedido nada, que alcanza la belleza de la famosa bolsa que da vueltas en el aire en ‘American Beauty’.
Al margen de los trucos escénicos, los diálogos y situaciones en ‘La Soledad’ no pueden ser más emocionantes desde su cotidianeidad. Frases torpes, a veces incoherentes o repetitivas, con las que malintentamos expresar nuestros sentimientos; cuadros espantosos de casa de nuestros padres que queremos quedarnos de recuerdo; decisiones irrelevantes sobre salir a cenar o no que en un momento dado nos suenan a gran drama… En el fondo, ‘La Soledad’ no es una película sobre gente que está extremadamente sola. Más bien es sobre lo que sientes cuando todas las cosas que das por hechas de repente desaparecen. Y esa angustia, expresada en la película mediante interminables planos fijos o conversaciones cortadas y pegadas de nuestro día a día, la retrata con tal perfección que prepárate para salir del cine llorando. 9.