Valga como aclaración que ver la Expo deprisa y corriendo en un día y con 38 ºC a la sombra no ayuda a disfrutarla demasiado, pero lo cierto es que las 16 horas que pasé pateando el recinto confirmaron mis sospechas de que esto iba a ser mucho ruido y pocas nueces. Me sigue fascinando, no obstante, cómo una ciudad decide meterse en semejante embolado para tres cortísimos meses, por mucho que luego muchas de las instalaciones se reciclen para otros usos. Que se lo digan a La Cartuja de Sevilla, ciudad sin ley …
La llamada Expo del Agua se subdivide, como todas, en pabellones temáticos, pabellones propios de cada país participante (y comunidades autónomas del país organizador), y por último pabellones de empresas y patrocinadores. Como ubicuo no soy y no puedo estar en más de un sitio a la vez me limité a visitar en exclusividad los pabellones dedicados al agua y sus circunstancias, ya que una breve visita al pabellón de Marruecos me recordó que para ver ropajes y vasijas étnicas ya está la Semana de Oriente del Corte Inglés. Paso a hacer una breve reseña de las instalaciones visitadas.
Pabellón de España: un curioso edificio que simula un bosque esconde la exposición por la que te tienes que matar a dentelladas con los otros visitantes para poder acceder. Dentro, un poco de divulgación científica con la que se informa al visitante de que el agua puede estar en tres estados, sólido, líquido y vapor (¿a que no teníais ni idea?) y un chorreo de datos sobre el sector hidrológico en nuestro país. Por lo visto hay que ver este pabellón sí o sí, pero tener que estar a las 8 de la mañana haciendo cola para conseguir reserva no veo yo que merezca la pena, la verdad.
Aquarium: anunciado como el más grande de Europa, incluye mogollón de especies de peces grandes, medianos y pequeños, así como cocodrilos, iguanas, serpientes y demás bichejos, correspondientes a 5 ecosistemas fluviales de todo el mundo. No puedo contar mucho más, ya que los carteles explicativos brillaban por su ausencia, según la organización para agilizar el flujo de gente y que no se pararan a leer (¡No aprendáis!, ¡Qué osados!), según mi opinión para venderte un panfletito explicativo, a 2 euros la unidad. Con todo y con eso, y a pesar de hacerse un poco largo, muy recomendable sobre todo por los peces gato, que son una passsada.
Pabellón de Aragón: Una primera parte con fotitos, fósiles de trilobites y demás cosas anodinas da paso a una impresionante sala con la proyección en bucle en varias pantallas de un montaje de Carlos Saura sobre las estaciones en Aragón, con una especie de jota moderna como colofón. La excelente climatización del local, junto con la inmersión sonora y el hecho de que te puedas tumbar en el suelo a relajarte, convierten a este pabellón, que en principio entré a ver sin muchas expectativas porque me caía a mano, en una de las revelaciones del recinto.
Agua Extrema: El mayor bluff de toda la Expo. Pese a ser probablemente el pabellón que más mola, por lo chulo del tema que trata, durante el día te hablan tan bien de él que no cabe sino decepción tras verlo. Se trata de un simulador de catástrofes relacionadas con el agua, en concreto un tsunami, un huracán y una gota fría. Te subes en una especie de plataforma móvil, como en las atracciones de feria, y siguiendo el hilo conductor de una peliculilla de 6 minutos, te agitan, te tiran agua, sopla viento y tal y cual. Si te pillara de nuevas dirías: «Bueno, sólo está conseguido el huracán, pero mola», pero como entre lo que te han contado de antes y que mientras te pones el chubasquero que te dan y esperas a entrar a la sala de simulación, te tiras 10 minutos viendo una pantalla en la que te dicen que no puedes entrar si eres bajito, gordo, claustrofóbico, epiléptico, embarazada, llevas gafas, audífono y mil cosas más, pues al salir lo único que dices es «WTF!!!».
Torre del Agua: Este edificio en forma de gota de agua que presumiblemente se dedicará a oficinas cuando acabe la Expo, alberga unas proyecciones interesantes sobre las propiedades fisicoquímicas del líquido elemento, un absurdo Túnel de las Sensaciones, que es tan decepcionante como cursi es su nombre, y una macro escultura colgante y realista de una gota rompiéndose en el aire, que la verdad es que es digna de hacerse unas fotillos con ella de fondo.
Pabellón Sed: un edificio superchulo que parece hecho de plástico de burbujitas gigante acoge cuatro carteles con otras cuatro estupideces. Prescindible total, menos por fuera.
Pabellón Puente: Aprovechando el puente peatonal construido para unir la ciudad con el recinto ferial por encima del cauce del Ebro, han construido un edificio arquitectónicamente impresionante para albergar una exposición que básicamente, aparte de lanzar mensajes de unión entre países y cultura, no ofrece nada más. Bueno sí, unas pantallitas táctiles en las que metiendo una serie de hábitos de consumo te calcula los litros de agua que consumes al año, y te hace una comparativa con respecto a las medias nacionales y europeas. Yo consumo menos que la media de Europa y mucho menos que la media española, aunque un 9% más que Armenia, por cierto.
El Faro: un edificio absurdo como de conferencias que en el momento de la visita albergaba una no menos absurda charla sobre derroche de agua, perpetrada por una alemana disfrazada de japonesa. Pues vale.
Ciudades del Agua: Un bonito edificio para pasear rápido echando un ojo a fotos de distintas ciudades del mundo y su relación con el río, lago o mar del que dependen. Diseño, colorines y poco más.
Agua Compartida: Si un país contamina un río en su nacimiento, el país de la desembocadura se come el marrón que no le toca. Ya os lo he resumido yo. No vayáis. Booooooring!
Oikos: Un minipabellón dedicado a las energías renovables. Como chico de ciencias que soy, y por lo pintoresco del edificio, fui ilusionado a ver qué contaban. Ni siquiera yo, que mira que me toca el tema de cerca conseguí enterarme de nada de lo mal explicado que estaba. Es como el Activity Center de Chicco pero para mayores. Un cero.
Inspiraciones acuáticas: Este pabellón de nombre apenas empalagoso acoge varios espectáculos, entre los cuales está lo más interesante de toda la visita, denominado El Hombre Vertiente. Este pequeño cuentecillo de 20 minutos de duración explica de forma metafórica el futuro seco y desierto que nos espera si seguimos derrochando agua y peleándonos por ella. Todo ello con una estética como de cómic de super héroes y música electrónica. En este vídeo rescatado de youtube podéis ver unos pequeños fragmentos del show.
En cuanto al funcionamiento de las instalaciones, lo de siempre: colas, COLAS, C-O-L-A-S. Se valoran las intentonas de hacer todo más fluido mediante la inclusión de algunos pabellones en el sistema llamado Fast Pass, mediante el cual puedes reservar un pabellón con antelación. El problema es que:
1. El sistema te da la hora que a él le da la gana, no el que a ti te venga bien.
2. No se puede reservar más de dos pabellones a la vez. Reservas uno, vas cuando el ordenador te dice, y luego vuelves a reservar otro, que a lo mejor te da hora para el día siguiente, cuando ya estás en tu casa.
3. Por supuesto, para reservar a primera hora y tener plazas para algo, hay que hacer otra cola independiente de la de acceso al recinto, por lo que la estampida de gente cuando abren las puertas a las 9:15 es semejante a una manada de búfalos o una pandilla de fans de El Canto del Loco corriendo para pillar la primera fila del concierto.
Otros datos: Pocas papeleras, muy pocas sombras e inexistentes ceniceros. El vaso a un euro, como en el Summercase. La comida y la bebida caras, pero no como para poner una denuncia.
Resumiendo: Ir un día, un poco revelación. Comprar el pase de tres días, bastante timo.