El 22 de enero de 2008 el mundo se quedó loco con la noticia de la muerte de Heath Ledger, que apareció en su apartamento de Nueva York meses antes del estreno mundial de ‘El Caballero Oscuro‘. Su interpretación de Joker le valió un Oscar adjudicado antes incluso de anunciarse las nominaciones, y la maquinaria publicitaria de aquel filme de Nolan, responsable de elevar a Ledger a los altares de los genius interruptus, relegó a un segundo plano el proyecto que entonces el actor tenía entre manos. Un filme que quedó huérfano con el fallecimiento de su protagonista. Se trataba de lo nuevo de Terry Gilliam, ‘El imaginario del Doctor Parnassus’, largo que a punto estuvo de no ver la luz hasta que un grupo de amigos de Ledger -Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell- llegaron al rescate y se ofrecieron a terminar las escenas que faltaban por rodar (idea nada descabellada y del todo factible sabiendo cómo funciona el extraño universo de Gilliam) donando, además, sus sueldos a la hija de Heath. ¿El resultado del experimento?
Confuso. Después del peñazo de su anterior película, ‘Tideland’, nos quedó confirmado que Terry Gilliam es muy capaz de lo peor, así que por mucho testamento Ledger que suponga, lo más normal era acercarse a ‘El imaginario del Doctor Parnassus’ con cierta precaución. Las expectativas bajas siempre han sido un buen colchón para amortiguar el golpe. Y quizás sea así, sin esperanzas previas, la única forma de poder disfrutar de este filme, cuyo encanto visual hipnotiza cual canto de sirena hasta el punto de hacerte olvidar la falta de sustancia.
Y es que el carro del Doctor Parnassus viajando por un tiempo que no le corresponde, los curiosos personajes que en él habitan y la acertada revisitación del mito de Fausto convencen, pero la profundidad psicológica que a veces diferencia a Gilliam de similares como Burton se queda en una nada muy bien decorada por culpa del alargamiento innecesario de una historia que, por momentos, parece no tener fin. Tanto que cuando ese final llega, a pesar de ser buenísimo, tu atención ya hace rato que quedó atascada en la cola de atracciones previas.
Ledger, eso sí, demuestra que valía mucho y que la suya fue una gran pérdida para el cine. Su personaje, cercano al Pierrot de La Comedia del Arte, se mueve como nadie entre los decorados de cartón y madera. Tanto que sus alter ego nunca están a la altura. El que sí lo está es el director, que resuelve las transiciones de un actor a otro con trucos sencillos, algo infantiles, pero convincentes. Aunque con muerte de Ledger o sin ella, algo falla en la maquinaria de la película, que no termina de encajar su piezas a la perfección. Chirrían sus mecanismos hasta el punto de hacerte salir del cine preguntándote qué acabas de ver. Una atracción defectuosa. Y cuando algo falla en un parque de atracciones, todos sabemos lo que significa. 5