Discos de la década: McNamara

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Discos de la década: McNamara

Mcnamara-Rockstation

La Movida, esa palabra hoy tan cansina, no siempre fue motivo de sobreexposición. Puede que a lo largo de esta década, con homenaje de la Comunidad de Madrid incluido, muchos se hayan subido al carro de la reivindicación de este período hasta matarnos de aburrimiento, pero en 2001, recién estrenado el nuevo milenio, eran muy pocos los que se atrevían a reconocer públicamente su admiración a semejante referente cultural más allá de comentar lo mucho que les gustaban Alaska y Almodóvar, los bastiones de dicho movimiento. Y entonces reapareció Fabio Mcnamara, secundario de viaje y reina en la sombra para, ayudado por Luis Miguélez, robar durante al menos un par de años el foco de la fama a Pedro y Olvido. Estamos en 2001, el año que ‘Rockstation’ sale publicado.

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Lo cierto es que a diferencia de sus amigas de toda la vida, que por aquel entonces todavía se peleaban por romper con el pasado que las provincias se negaban a dejarles olvidar -Alaska y Nacho Canut publicaron también ese año ‘Naturaleza Muerta’, el gran empujón comercial de Fangoria once años después de su formación-, Fabio no tenía que demostrar nada a nadie. Que sin reivindicación no hay expectación y sin expectación no hay ruptura. Por eso McNamara y Miguélez pudieron hacer con su nuevo proyecto musical lo que les dio la gana. Una libertad creativa que, sin duda, fue el mejor regalo para este ‘Rockstation’ que ninguna publicación musical incluyó en las listas de lo mejor del año. Espalda incomprensible para un nido de singles incontestables como pocas veces ha dado el pop patrio, tal y como atestiguaban las cuatro o cinco canciones diferentes coreadas a viva voz que pinchaban en el Ocho y Medio, el place-to-be de por aquel entonces.

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Editado bajo el hoy desaparecido sello de Boozo Music, “la discográfica de Miguel Bosé” como le decían, ‘Rockstation’ se compone de diez temas a medio camino entre el glamrock , el punk, el petardeo y el technopop. Abre el disco ‘Freakshow’, un tema gótico decorado con los habituales riffs de guitarra de Miguélez que sirve de homenaje a los outsiders de los años 70, amén de repaso a las grandes referencias culturales del dúo, y en el que encontramos el primer juego de palabras típico de Fanny. Poesía urbana de enredo que, en cierto modo, es lo que hace grande a este álbum. Es aquí donde sueltan esto de “Mucho guiri, mucho gay, mucho guirigay”, algo así como un grito de guerra desenfadado al público moderno homosexual que, por aquel entonces, no se podía mover con la libertad a la que hoy estamos acostumbrados.

Para el resto, para todos, se guardaron el “Aquí tenemos para todos, pan, circo y Boogie Boogie”, incluido en ‘Boogie Movie’, el segundo corte del álbum que eleva el telefilm a la categoría de entretenimiento de altos vuelos. Le sigue ‘Yo creo en ti’, quién sabe si preludio glam de la marica mala convertida al catolicismo que es hoy Fabio (“Me vi mejor, te vi mucho peor, te vi fatal, y yo me vi en tu funeral, vestido de cuero, y tú vestida para matar, vestidas para matar el rato, como siempre, haciendo teatro”). Total, si Madonna puede, ellos no iban a ser menos. Las plegarias plañideras dan paso a ‘Chulo Latino’, construida en la reiteración de marcas falsas y verdaderas que lleva una mamarracha cualquiera, y de ahí pasamos a ‘Mi correo electrónic… Oh!’, el único single publicado físicamente como tal del disco en el que se incluían cinco remezclas de la canción.

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Adelantado a su tiempo, en una época en que la comunicación a través del mail no estaba tan extendida como ahora, Fabio y Luis supieron ver en las nuevas tecnologías la inspiración ideal para su regreso al mundo de los vivos tras seis años de silencio haciendo del rock y del “McNamara.com @.maripury.maricon. comtacon” el himno de una generación enganchada al IRC, al Messenger y a la conexión doméstica por horas a través de lentísimos modems. ‘Ultraceñidas’, por su estructura una especie de revisitación del canon de Pachelbel, habla de unas maricas muertas encontradas en París, que quizás alberga en su letra la mayor concentración de frases hechas a utilizar en el futuro. Llega entonces el turno de ‘Gritando Amor’, la canción más accesible, redonda, populista y comercial de todo el álbum, una de esas rara avis que permanecen inalterables con el paso del tiempo y que los Fangoria reivindicaron en algunos de sus directos en compañía del propio Fabio.

Pero como todo lo que sube tiene que bajar, el desamor también tiene su espacio en ‘Vivir no es Beverly Hills’, oda al alcoholismo post traumático en un San Valentín cornudo. ‘Placer por el placer’ resume en apenas cuatro minutos el espíritu hedonista y desenfadado del álbum, además de ser un ejemplo intachable de cómo las rimas fáciles también pueden ser un arte («La coca, la coca me vuelve medio loca, me tira por los suelos, me arrastra de los pelos»). Cierra el disco la autobiográfica ‘Ave Fánix’, que toma al animal mitológico como la perfecta metáfora de la carrera de Fabio. Una pájara inmortal.

Unas pocas presentaciones en directo llenas de improvisaciones, unas cuantas entrevistas en televisión y un murmullo de aclamación después acabó para siempre con el proyecto. El sueño se rompió, la pareja artística se separó y lo bueno duró demasiado poco. En todo este tiempo, ni por separado ni recientemente otra vez unidos, Fabio y Miguélez han sido capaces de igualar la calidad y la inmediatez del ‘Rockstation’. Muchas petardas han pretendido seguir su estela, los llamados hijos de la removida incluso quisieron seguir sus pasos sin llegar siquiera a la altura emocional de sus tacones. Digamos que esto fue fruto del estar un momento adecuado en un lugar adecuado. Incluso podríamos estar hablando de otros artistas One Hit Wonder. Pero semejante discazo es algo más que unas etiquetas. Como diría la pija borracha de Cuatro, esa estrella instantánea de la generación YouTube que bien podría protagonizar alguna canción de Fabio, lo de este disco «es otra cosa».

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