¿Cómo sería un remake de ‘El bosque’ dirigido por Haneke y ayudado en las escenas de sexo por su compatriota Ulrich Seidl? Pues algo muy parecido a ‘Canino’, la última sensación festivalera llegada de un país, Grecia, donde pensábamos que el único que hacía cine era Theo Angelopoulos. El desconocido Giorgos Lanthimos dejó con la boca abierta a Cannes el año pasado (premio Un Certain Regard) y estupefacto al público de Sitges, donde se llevó -¡mira qué adolescentes van al festival!- el premio del jurado joven.
¿Qué tiene ‘Canino’ que a todos sorprende/perturba? Primero, lo más obvio, una carga de sexo bizarro, sórdido, gélido e incestuoso. Segundo, unos estallidos de violencia tan seca que duelen, tan inesperados que acabas protegiéndote de forma involuntaria como si te estuvieran golpeando a ti. Tercero, una trama (que no voy a desvelar) tan desconcertante como sugerente, tan abstracta que sus significados explotan dentro de cada espectador hacia múltiples caminos, siendo el mejor asfaltado el de la fábula que expone los mecanismos y las consecuencias de los totalitarismos.
Cuarto. Un esquinado sentido del humor, entre lo absurdo (lynchiano) y lo surrealista (buñueliano), que recorre toda la película y supone la mayor diferencia con respecto a sus modelos austriacos, incapaces de proporcionar al espectador algo parecido a una sonrisita. Quinto. Una puesta en escena deslumbrante, por lo soleado de la fotografía y por su fuerza metafórica al enfrentarla al drama que se desarrolla bajo tanta intensidad lumínica. Un desfile de planos fijos, largos e inertes, que sólo se desestabilizan cuando el orden empieza a resquebrajarse, a romperse como los caninos de su protagonista.
Y sexto. Un atracón de excentricidad que, a ratos, puede resultar bastante indigesto. Si sumamos todo obtenemos un resultado: la propuesta más marciana, sugestiva y estimulante de la temporada. 8.