El viernes por la noche, el «auuuu» de Shakira no fue el único que se pudo escuchar proveniente de un escenario madrileño. Y es que el aullido del single ‘A Cry 4 Love’ fue una de las pocas concesiones de David Fonseca en un concierto muy personal en el que, completamente en solitario, interpretó un repertorio plagado de rarezas y versiones.
Bajo el título de ‘One Man, A Thousand Instruments And A Polaroid’, Fonseca propone un espectáculo que -ya rodado en una gira por teatros en Portugal- es toda una oda al individualismo. Combinando temas en acústico junto a canciones construidas en directo mediante la grabación progresiva de pistas y pertrechado de muchos instrumentos (piano, guitarras, xilófono, batería de pie, teclados, un teléfono), varios micrófonos y tres pantallas de televisión, el cantante luso intenta crear una velada especial en la que tener un contacto directo con el público.
Para ello, no duda en recuperar algunos temas de sus notables cuatro discos (esquivando algunos hits que se echaron de menos) junto con canciones más desconocidas y bastantes versiones ajenas. Entre éstas, si bien las encadenadas ‘Moon River’ y ‘Hallelujah’ sonaron más manidas, ‘I Drove All Night’ fue intensa desde su sentida presentación («esta canción fue robada por una dama de Las Vegas llamada Celine Dion, pero yo se la voy a devolver a su dueño: mi gran héroe Roy Orbison»).
La soltura del antiguo miembro de Silence 4 en el escenario es realmente envidiable y, junto a la calidad de su repertorio, lo hace digno de públicos mayores. Un público que, tal vez por no ser anglosajón (disimulado por esos comentarios en inglés americano), se le resiste más allá de su país de origen. Y es que la audiencia española que completó unos tres cuartos de entrada en la Moby Dick no es la que Fonseca merece. Allí encontramos una gran mayoría de parejas treintañeras, con escaso interés por su música (¿de dónde habían salido? ¿por qué estaban ahí? ¿de qué les sonaba?) y una indudable tendencia hacia el parloteo, el griterío y la falta de respeto hacia a la persona que estaba en el escenario, cada vez más incómoda pese a sus esfuerzos por hacer un concierto directo y emotivo.
Tal vez ahí David Fonseca pudo tener un poco más de cintura, desistir de hacer un concierto participativo y aplastar la falta de atención con sus canciones más atronadoras (tiene para elegir), poniendo a todo el mundo a bailar y silenciando cualquier atisbo de desinterés. Sin embargo, Fonseca se empeñó en continuar con su idea inicial de recital íntimo y juguetón y concluyó, tras casi dos horas de buen concierto, visiblemente desencantado. Y no es para menos. Yo hasta eché de menos a los modernos, con eso lo digo todo. 7.