El concierto de Björk en la Cidade da Cultura de Santiago de Compostela era un test para tantas cosas que el simple hecho de enumerarlas elevaría esta crónica a saga nórdica. Era, por ejemplo, la primera vez que se utilizaba para un macroevento el recinto del monte Gaiás, un espacio aún en construcción, con unos accesos imposibles, igual de exuberante y excéntrico que frío e incomprensible (qué tentador es hacer aquí un paralelismo con los últimos años de carrera artística de Björk, ¿verdad?). Se jugaba, además, con la ventaja de haberse convertido en el único concierto de la islandesa en la Península (de carambola, tras las cancelaciones de Barcelona y Porto) y de ser, a su manera, un sustituto de todos los festivales gallegos que este año han echado el cierre tras el recorte de ayudas públicas, después de una época de abundancia a la que nos habíamos malacostumbrado con relativa rapidez. Evidentemente, con toda esta casuística previa, se esperaba una mayor afluencia de gente y, aunque la cifra final de asistentes, algo más de 5.000, no es nada despreciable, sí causa una cierta decepción, unida a la de ver cómo el espacio acotado para el concierto deslucía su excepcionalidad y belleza a base de vallas metálicas, chiringuitos, polyklynes y olor a fritanga (por otro lado, y a excepción de esto último, necesarios). Un lugar que, además, cumple los mínimos exigibles en cuanto a acústica muy por los pelos (el sonido rebota en el muro del fondo).
Siendo tan solo el segundo concierto de Björk tras su regreso a los escenarios, era también el momento de evaluar su recuperación, casi completa, aunque en ciertos momentos era palpable la contención y reserva consciente de voz, y, por supuesto, de comprobar cómo funciona un directo con ‘Biophilia’, un trabajo que no ha calado demasiado bien entre el gran público, como núcleo duro, lo que provocó cierto temor previo a los que conocíamos de antemano por dónde irían los tiros del setlist (no se complicó demasiado: clavó el repertorio de su anterior concierto en Marruecos) y un notorio cabreo final a los que, sin saber nada, esperaban un concierto plagado de hits (si es que algún éxito de Björk puede recibir este calificativo).
La gran baza con la que juega Björk en esta gira es el coro islandés de voces femeninas Graduale Nobili. Intuyo que, más allá de hacer un repertorio complaciente, la selección de canciones iba un poco más enfocada no solo a darle lustre a ‘Biophilia’ y a recuperar canciones de sus anteriores trabajos que temáticamente dieran sentido y linealidad al show en su conjunto, sino a exprimir al máximo todas las posibilidades de contar con el coro en escena. Fueron las primeras en aparecer, en un montaje, para lo que podíamos imaginar, sorprendentemente moderado en recursos escénicos (con un muestrario ¿comercial? de instrumentos al fondo, tres pantallas de vídeo -una enorme, central, y dos más pequeñas en los laterales- y algún chisme pirotécnico circunstancial), para interpretar a capela la intro ‘Óskasteinn’, enlazada, tras la salida de Björk ataviada con un kimono azul y la recurrente maraña de hilo naranja de peluca, acompañada de un percusionista analógico y otro digital, con ‘Cosmogony’. Graduale Nobili, moviéndose por el escenario como electrones, a veces en ordenada formación y otras en aparente anarquía, se hacen de inmediato imprescindibles, participando en todas las canciones del repertorio (excepto en ‘Náttúra’, donde se limitan a bailar, y en ‘One Day’), llegando a su punto álgido en canciones como ‘Isobel’ o ‘Jóga’ en las que sustituyen con sus voces los arreglos orquestales de manera tan magistral como emocionante.
Ya desde ‘Cosmogony’, pasada la emoción del arranque, se hizo patente que el público no estaba demasiado interesado en las nuevas canciones, si acaso en ‘Crystalline’, por ser la más conocida, y en el cierre con ‘Náttúra’ y ‘Mutual Core’ seguidas, por ser las más espectaculares. Pero en los combos ‘Thunderbolt’ (muy a pesar de la espectacularidad de ver en funcionamiento la bobina de Tesla) + ‘Moon’ y ‘Hollow’ + ‘Virus’ la gente aprovechaba para hablar de sus cosas, en el mejor de los casos, o, en el peor, gritarle “peluda” a la islandesa. Al parecer, pagar alrededor de 40 € de entrada da derecho a este tipo de actitud. A cambio, en una constante montaña rusa de interés y desinterés, cualquier repesca de los trabajos anteriores a ‘Medulla’ (del que sonó ‘Mouth’s cradle’, también con una acogida bastante fría), era celebrada con júbilo y coreada por gran parte de los asistentes. Recuperó, inexplicablemente, ‘One Day’, una de las canciones más prescindibles de ‘Debut’, ya en un bis que tardó en llegar el tiempo que dedicaron a bajar y apagar con extintores la estructura de pirotecnia que convirtió en un volcán el escenario durante ‘Náttúra’; de ‘Post’, únicamente, ‘Isobel’; de ‘Homogenic’, ‘Hunter’, ‘Unravel’ y ‘Jóga’; y de ‘Vespertine’, una preciosísima (una vez más, el coro) ‘Hidden Place’ y ‘Pagan Poetry’. Y cerró el concierto con “el momento karaoke” de ‘Declare Independence’, con la bobina de Tesla una vez más en acción, un tema que lleva camino de convertirse en broche final ideal de sus conciertos, pero que no por ello deja de ser peligrosamente plano, amén de no tener ningún vínculo temático con el resto de repertorio. Además, Björk, parca en palabras durante todo el show (apenas un “Hola”, un par de ‘“¿Qué pasa?” y un buen puñado de “Grrrrrrrasias” -que vaya shock descubrir lo que marca las erres la islandesa, incluso cantando-), remató con un anticlimático “Viva la España” que tuvo que doler a los que, quizá, intepretaron la ejecución de ‘Declare Independence’ en la Cidade da Cultura de manera simbólica. Ya sabéis que los gallegos somos muy nuestros…
Fría recepción del repertorio y fría acogida de los recursos visuales (en la mayoría de los casos, las canciones de ‘Biophilia’ se acompañaban simplemente de la imágenes de sus correspondientes aplicaciones para el Ipad) en una noche protagonizada por el frío perenne que hace en la cima del Gaiás y por una Björk que, aun cumpliendo las expectativas con un concierto notable, parece más preocupada en empatizar lo justo y avivar su fama de excéntrica huidiza que ya en la previa del concierto se había encargado de cultivar negándose a firmar autógrafos por las calles de Santiago de Compostela y, una vez dentro, impidiendo a prensa y público obtener ninguna imagen del mismo. 7,5.