Al todopoderoso J. J. Abrams se le pueden echar muchas cosas en cara, especialmente en su faceta de productor, que se traduce en algo así como «el mundo tiene que adaptarse a mi universo por cojones». Pero cuando se trata de dirigir, de implicarse en lo artístico y jugarse el prestigio creativo, no hay muchos que tosan al muchacho a la hora de entregar espectáculo. De hecho, y perdón por el cliché, él ha sido el único capaz de recuperar la sensación que provocaba en el espectador el estar sentado en una butaca esperando a que las luces se apagaran para ver lo nuevo de Steven Spielberg. Un sentimiento que consistía en una mezcla de excitación histérica y confianza ciega ganada tras regalarnos alguna de las imágenes más icónicas de nuestra infancia que, guardando las distancias, algunos vuelven a experimentar cuando aparecen las dos jotas en los títulos de crédito.
Pero Abrams, de momento, no es Spielberg. Y puede que la culpa sea nuestra porque hemos crecido, porque somos menos inocentes o simplemente que el pobre J. J. ha tenido la mala suerte de llegar después que el tío Steve; pero la noticia es que el aprendiz todavía navega al rebufo del maestro. No hay más que ver el principio de esta ‘Star Trek: En la oscuridad’ para darse cuenta de ello con un prólogo que recuerda mucho al de ‘Indiana Jones: en busca del arca perdida’. Vamos, que los referentes, de momento, siguen intactos. Aunque viendo que Spielberg no fue capaz de emocionarnos con autorreferencias con aquella cuarta aventura de Indy que rodó hace unos años, igual hay que replantearse quién acabará siendo el aprendiz y quién el maestro del cine de entretenimiento.
En cualquier caso, y para no perdernos en mundos paralelos ahora que también han desaparecido del universo Star Trek, ese prólogo es sólo un homenaje a todas luces bien intencionado que pronto deriva en un argumento más al gusto del público contemporáneo. Y es que esta secuela abandona pronto los ideales aventureros de los ochenta para adentrarse en terrenos más adultos con los que -sin perder de vista el espectáculo, que para algo hablamos de uno de los blockbusters más esperados del verano- poder explorar otra vez la psicología de los héroes cinematográficos que viven atormentados por no saber si están luchando del lado de los buenos o de los malos.
Un dilema moral que si dependiese de la actuación de Chris Pine como Capitán Kirk creeríamos mil veces visto pero que alcanza una dimensión superior cuando es Benedict Cumberbatch el que lo plantea. Su control del oficio interpretativo es tan preciso y quirúrgico que consigue que su personaje pueda mirar a los ojos a recientes villanos míticos como el Lecter de Anthony Hopkins o el Joker de Heath Ledger. De hecho es al británico, y por supuesto al magnífico Spock de Zachary Quinto, a quien debemos que esta secuela se haya ganado el título de mejor superproducción del verano.
Un mérito digno de aplauso teniendo en cuenta que la película se construye sobre un guión que en ocasiones peca de lineal y previsible y, sobre todo, que cuenta con una fotografía que sigue abusando de los típicos destellos Abrams. ¿Por qué tanto destello? 7,7.