Un año más, el cine francés se hace con el Top1 de nuestra lista con esta historia de amor húmeda, incómoda y realista. Ganadora del último festival de Cannes, la cinta de Abdellatif Kechiche es un retrato al detalle del despertar adolescente llevado hasta su última consecuencia. Una proeza impensable sin sus sufridas protagonistas, Léa Seydoux y Adèle Exarchopoulos. Especialmente Adèle, que aguanta con su mirada, sus lágrimas y sus babas el peso de un viaje que destrozaría a cualquiera. Ella es la verdad por encima de todas las cosas.
La gran película de 2012 estrenada en España en 2013. Michael Haneke enfrenta al espectador con una dolorosa realidad: la vejez, la enfermedad, el deterioro físico, la muerte; la terrible idea de que un buen día, después de asistir a un concierto, la persona con la que vives y a la que amas puede comenzar a desaparecer, a consumirse entre tus manos sin que puedas hacer nada para evitarlo. Una película que abre debates sin subrayarlos (la eutanasia, la situación de los ancianos en el mundo occidental) y explora las emociones sin adornos melodramáticos. Una conmovedora historia de devoción, estoicismo y dolor, en la que Haneke ha sido capaz de convertir los característicos accesos de violencia seca en un gesto de amor profundo.
Si hay un cineasta al que hay que seguir muy de cerca, ese es sin duda Jeff Nichols. Después de sorprender con su estupendo debut, ‘Shotgun Stories’ (2007), y confirmar su talento con la brillante ‘Take Shelter’ (2011), el director de Arkansas estrena su mejor trabajo hasta la fecha. ‘Mud’ avanza con el ímpetu, la solidez y la eficacia de las grandes narraciones clásicas. Una historia que es a la vez un relato de iniciación y de desaparición, de aprendizaje adolescente y de resignación adulta. Un thriller (rural) con aroma a western (moderno), situado en un territorio lleno de resonancias míticas (el río Misisipi), que termina con uno de esos finales contundentes y catárticos que hace que salgas del cine flotando a dos palmos del suelo.
Hace tanto que se estrenó que por poco se nos olvida reivindicar este título injustamente maltratado en los Oscar. Dirigida por Kathryn Bigelow, y tratándose de un argumento tan delicado como el de la captura de Bin Laden, la película sorprendentemente huye del vacío furor patriótico para, en su lugar, ponernos en una posición incómoda que descubre sin artificios las luces y las sombras de una obsesión. Un viaje psicológico que salpica y mancha tanto a Jessica Chastain como a los espectadores que asistimos atónitos a esta caza y captura.
El documental del año. Pocas películas tienen tanta capacidad para agitar y perturbar, para suscitar preguntas y generar reflexiones. ‘The Act of Killing’ vuelve a poner en evidencia esa aterradora “banalidad del mal” de la que hablaba Hannah Arendt. Acostumbrados a protegernos del horror tras etiquetas y discursos demonizadores, de “ejes del mal” y “monstruos” que secuestran niñas, Oppenheimer nos muestra que esos “monstruos” son más vulgares, humanos y más cercanos a nosotros de lo que nos gustaría creer. Como dice el propio director, “esperaba asesinos y me encontré gente ordinaria a la que puedes querer y por la que te puedes preocupar”.
La favorita de este año para arrasar en los premios como “película de habla no inglesa”. Nobles empobrecidos que se alquilan para dar lustre a las fiestas, artistas conceptuales incapaces de explicar esos “conceptos”, burguesas autocomplacientes yonquis del bótox, cardenales más interesados en la buena mesa que en los asuntos espirituales, empresarios corruptos que se creen víctimas de la incomprensión… Una caricatura de la alta sociedad romana que le sirve al director para, por medio del exceso, articular un discurso existencialista sobre el vacío, sobre la falta de contenido que enmascara el artificio, y sobre Roma, una ciudad resacosa, un lugar que, como el propio protagonista, se marchita con elegancia.
El cine en 3D se inventó para rodar películas como esta. Alfonso Cuarón es el responsable de convertir una tecnología que creíamos un simple sacacuartos en una herramienta capaz de dar profundidad a cualquier historia. Nunca habíamos estado tan cerca del espacio como ahora. Puro cine sensorial capitaneado por Sandra Bullock (¿quién nos lo iba a decir?) del que cada uno saca su propia conclusión angustiado en la butaca.
Ahora que Steve McQueen nos obliga a llorar con sus ’12 años de esclavitud’, no viene mal recordar que hace unos meses alguien nos demostró que hay otras maneras menos manipuladoras de contar este drama. Nos referimos, por supuesto, a Tarantino, que con este western alocado e irreverente encuentra nuevos significados a símbolos que parecían intocables.
La nueva película de Harmony Korine, conocido por su guión de ‘Kids’ (1995), así como por la dirección de filmes como ‘Gummo’ o ‘Trash Humpers’ y vídeos de Sonic Youth y Cat Power (Spiritualized le dedicaron su tema ‘Harmony’) huye de ser la película pop, indie, kitsch o social del año apostando por un extraño y complejo batiburrillo que, en un par de momentos, llega a rozar lo tarantinesco. En la mejor escena musical de la película, que no es aquella en la que las protagonistas entonan ‘Baby, One More Time’, vemos a las chicas bailar al ritmo de una balada tocada por James Franco, armadas y encapuchadas con unos pasamontañas que hacen parecer angelitos a las Pussy Riot. Es una escena de una belleza turbadora desde la que definitivamente uno se pregunta adónde se dirige Harmony Korine.
El documental de Malik Bendjelloul ‘Searching for Sugar Man’ recoge el sensacional trabajo que, a lo largo de los años, dos admiradores llevaron a cabo cuando se propusieron investigar sobre el ídolo de su generación, el cantante de ‘I Wonder’, del que sólo conocían su nombre, Sixto Rodríguez, y la leyenda de que una vez, tras tocar ante un público descortés, quiso suicidarse en el escenario. Una preciosa historia sobre la ironía de la casualidad, del destino y las manos codiciosas de los productores musicales, que jamás documentaron a Sixto su asombroso éxito en Sudáfrica.
Seidl desmaquilla al mundo para hacer visible su rostro más obsceno, decadente e inmoral: las relaciones de poder y explotación entre los seres humanos. La cara oculta que se esconde en los resorts de los países tercermundistas o tras las puertas de las casas de los países desarrollados. Tres historias a las que aplicar su particular mirada: sórdida, cruda e implacable. El director austriaco usa (y, a veces, abusa) la estética feísta, el humor seco y la excentricidad moral como forma de incomodar al espectador, de provocar una reacción que permita una posterior reflexión.
A esta pareja o la amas o la odias. No hay término medio con Jesse (Ethan Hawke) y Celine (Julie Delpy). Pero la mayoría de nosotros no podíamos imaginar mejor punto y final para una trilogía que ha marcado, o al menos reflejado a tiempo real, nuestra educación sentimental a través del cine. Una conversación que nunca acaba que nos hace comprender sin analgésicos ni anestesia que lo difícil del amor no es encontrarlo, sino mantenerlo.
Apoyándose en la extraordinaria interpretación de Mads Mikkelsen (premio al mejor actor en Cannes), el director consigue tratar un tema tan proclive al tremendismo sin caer nunca en el maniqueísmo ni en los excesos melodramáticos. ‘La caza’ es la crónica de una injusticia, el retrato de un hombre acosado por una comunidad que, unida por el miedo a que el horror se introduzca en sus hogares, pasa de ser racional y amigable a injusta e inquisitorial. Una notable fábula moral, una de esas películas que abre debates y generan preguntas: ¿qué haría yo en su lugar? ¿Y en el lugar de los padres?
La nueva película de la prometedora Céline Sciamma es como filme infantil rodado por los hermanos Dardenne. La directora francesa, cámara en mano, otorga todo el protagonismo a los niños: a las dos hermanas que acaban de llegar al barrio y a un grupo de amigos que pasan el verano jugando por los alrededores. La película transmite algo muy difícil: esa felicidad estival de cuando eres niño y tienes todo el verano para disfrutar. El verano como tiempo suspendido, como un momento irreal dentro de un microcosmos de relaciones de afectividad (la pandilla), donde poder ser quien quieres ser antes de que empiecen las clases y la sociedad imponga sus reglas.
Como una estilizada y posmoderna tragedia griega, ‘Sólo Dios perdona’ es una historia de venganza(s) y edipos reprimidos, que en algunos momentos puede caer en lo grotesco (las interpretaciones de Gosling y Scott-Thomas están, por razones opuestas, en el límite de lo paródico), pero que acaba resultando fascinante por dos razones: su envolvente y cautivadora atmósfera, tan sórdida como estilosa, y la aparición de un personaje inolvidable, un policía imperturbable y sádico, que utiliza la espada y los puños con la misma desenvoltura con la que empuña un micrófono y canta en un lynchiano karaoke.
Crónica histórico-política que, sirviéndose de lo particular, alumbra lo general. Por medio del personaje del publicista, de sus problemas sentimentales y de su trabajo en la campaña, asistimos al proceso de transición hacia la democracia de un país secuestrado por la dictadura desde 1973. Larraín hace un ejercicio de memoria histórica sin ponerse trascendente ni discursivo. Con aparente frivolidad, el director estructura su película como un combate audiovisual, una guerra de ideas, una batalla televisiva entre las distintas campañas donde las armas ya no son las del debate político, sino el humor, el ingenio y la creatividad.
El director coreano Park Chan-Wook encontró en esta película el vehículo perfecto para realizar el homenaje a Hitchcock que siempre soñó. ¿El resultado? Un filme de factura sensorial tan total que el espectador no sólo ve, sino que también siente, toca, huele y saborea lo que se ve en pantalla. Vale, la historia no está a la altura de la estética, pero eso, en una cinta así, no importa.
¿La película de gays obligada en la lista? Ni mucho menos. Ahora que por fin se ha estrenado en nuestro país, podemos reivindicar este título de excelente, así, a secas, sin necesidad de utilizar lo gay como género o justificación. Sus protagonistas te caerán mejor o peor, pero no puedes negar que tú, como ellos, también has vivido en un fin de semana la historia de amor más intensa de tu vida.
La confirmación del talento de Javier Ruiz Caldera. ‘3 bodas de más’ tiene una primera parte, hasta el final de la primera boda, excepcional; un prodigio de eficacia cómica, precisión rítmica, selección -entre irónica y nostálgica- de la banda sonora, y talento interpretativo. Romanticismo, comedia generacional, humor soez, guiños cinéfilos, screwball comedy. O, lo que es lo mismo, la nueva comedia americana. Tradición y modernidad en perfecta armonía. Un afortunado cruce entre los Farrelly, ‘La boda de mi mejor amiga’ y unas gotas de chick-lit nerd.
Implacable sátira y gozosa relectura de las películas de terror. Un reluciente juguete posmoderno que retuerce los códigos del género con calculada astucia: es paródica pero no llega a ser un spoof film a lo ‘Scary Movie’; hay sangre, sustos, monstruos y una cabaña en el bosque, pero no llega a ser una película de terror; hay suspense, acción y elementos conspiranoicos, pero no llega a ser un thriller. La película es, por encima de todo, un sofisticado ejercicio de metaficción, una brillante, lúdica y desprejuiciada metanarración que busca dos objetivos: valerse de los mecanismos del género para divertir y entretener, a la vez que desnudarlos para cuestionarlos y subvertirlos.