¿Recordáis la expectación que crearon los tráilers de ‘Nymphomaniac’? Cada vez que salía uno, las visitas se multiplicaban. Y no hace aún ni tres meses… Con su estreno ya rumiado por los espectadores, la sensación de decepción es generalizada y ni un fan de Lars Von Trier tiene armas suficientes para contradecir con vehemencia las opiniones del compañero que suspendió en nuestras páginas la parte 1. En cierto sentido ha pasado lo peor que podía pasar con ‘Nymphomaniac’: ni ha indignado, ni ha escandalizado, ni ha causado un total sonrojo. Más bien está pasando desapercibida por la taquilla. Sin embargo, sí hay unas cuantas lanzas que romper a favor del director danés.
Uno de sus logros es el segundo plano que puede llegar a ocupar en esta película el sexo. El título es inequívoco y las expectativas generadas en su consecuencia lógicas, pero Von Trier logra que hasta en una escena con dos pollas negras en erección en primer plano, lo más importante para el espectador sea lo que sucede detrás. Es una escena kitsch, llena de humor -como gran parte de la película- y nada gratuita, que juega de manera bastante divertida, como su nada divertido final, con la fama de misógino que ha manejado el director desde hace años, en realidad uno de los epicentros de la película. Caben autorreferencias a ‘Dogville’, ‘Rompiendo las olas’ y sobre todo a ‘Anticristo’, pero esta vez el personaje protagonista femenino, llamado Joe -nombre de hombre, atentos-, interpretado por Stacy Martin en la adolescencia y Charlotte Gainsbourg en la edad adulta, lleva las riendas desde el principio. Los bellísimos Shia LaBeouf, como símbolo del amor (como queda claro en el centro de uno de esos entretenidos gráficos) y Jamie Bell, en su papel de sádico, logran no sobrar, pero es ella la única protagonista en tanto que incluso cuando está atada se las arregla para salirse con la suya. Aunque sea a costa de perder trabajo y familia: es su decisión vivir al margen de las convenciones desde pequeña, desde la carismática escena de la masturbación infantil en el suelo encharcado del lavabo, en lo que parece una necesaria respuesta femenina a ‘Léolo’.
Hay otras escenas con un lema tan claro y cristalino como ese «las mujeres también se tocan». Está el pasaje «cuando una mujer dice no es que no», fundamental en el film, y otros que de tan obvios, son un poco tontos. Como una letra de Rammstein que se cree ingeniosa pero no lo es, y como muchas de las conversaciones entre la protagonista y el anciano al que le cuenta su historia (Stellan Skarsgård). El formato «pequeño saltamontes» y algunos de los trucos del guión para llevar de una cosa a otra el relato rozan lo ridículo. Sin embargo, si ya en ‘Europa’ el cine de Lars Von Trier permitía debates y lecturas imaginativas, este film sostiene bastante bien la tesis de que Joe con quien está hablando durante toda la película es consigo misma, en busca de su propia libertad y de la autoafirmación por el camino que a ella le apetezca, aunque tenga que implicar una excepción «entre un millón» o una ruptura radical con su pasado. ¿Acaso hay algo más tonto que una conversación con uno mismo?
Un año después de la sobresaliente ‘La caza‘ del paisano Thomas Vinterberg y veinte años después del Dogma, está claro que ‘Nymphomaniac’ no muestra al mejor Von Trier. Ni eran necesarias cinco horas para contar esta historia -la idea de dedicar una tarde entera a esto es bastante marciana, sólo apta para hardcore fans-, ni algunos de los personajes tienen la suficiente credibilidad, como sucede con P. (Mia Goth) -una constante también en la filmografía del autor, casi una divertida seña de identidad-. Sin embargo, después de la intensidad de ‘Melancolía‘ y su traumático retrato del fin del mundo (o de la depresión) en su intachable segunda mitad, ‘Nymphomaniac’ es una película no ligera, pero sí agradecida y diferente, casi necesaria y ya podemos decir que incomprendida, en la que Von Trier se mantiene muy por encima del aburrido y manido debate sobre si toda su filmografía es un timo. 6.