La queja generalizada a día de hoy es la escasísima cantidad de grupos en torno a los 20 años que decide dedicarse a la música en nuestro país. Sin embargo, me acabo de dar cuenta de que me encanta ver fotos de Mishima. Si en la Rockdelux regalaran pósters y dieran uno suyo, lo colgaría. Y no, no me pone ninguno de sus miembros -bueno, las gafas setenteras tipo nerd de David Carabén un poco-. Pero ver su imagen, como la de The National, me transmite la idea de que cumplir años sirve para algo, de que se puede crecer y salir victorioso, de que la experiencia es buena, de que la paciencia, la dedicación y la ilusión por un proyecto traen el éxito, de que hay esperanza para la gente con talento de nuestro país que, en principio, no puede vivir de su trabajo.
Dicen Mishima que con este disco cierran una trilogía de álbumes en la que han sobrearreglado algo las canciones. Mienten. ‘L’ànsia que cura’ sigue el camino cada vez más adulto y perfeccionista de ‘Ordre i aventura‘ y especialmente ‘L’amor feliç‘, ahora con una intención menos rockera y más pendiente de teclados, hammonds, vientos y cuerdas, pero sin ni siquiera acercarse a lo pomposo o a lo épico, apenas rozando el pop de cámara, y siempre sin perder inmediatez. Una mayoría aplastante de las canciones contenidas en ‘L’ànsia que cura’ ronda los tres minutos de duración, algo muy poco habitual en el género. Como si su objetivo fuera el Festival de Eurovisión. Pero un Festival de Eurovisión en el que el paraíso, lo bueno y lo malo que puede traer una brisa, la tragedia de un accidente de coche o el sexo porque «acariciar una persona, lamerla, es una de las maneras más definitivas de celebrar la vida» fueran los temas principales.
Lo peor («el ansia») y lo mejor («que cura») de la vida son temas que encontramos en el disco incluso sin atender a las letras, que vuelven a aparecer en el libreto del CD en varios idiomas: catalán, castellano e inglés. ‘Mai més’ como himno de la holgazanería («amor, no me hagas trabajar, nunca más») no puede sonar más alegre en sus vientos, baterías galopantes y tarareos, mientras que ‘La brisa’, igualmente llena de «pa-pa-pas», también desprende luminosidad a pesar de los claroscuros de su letra («la brisa le pregunta al día qué acepta de la noche, a la vida de la muerte, al viejo del joven, al rico del pobre»). En el lado dramático, ‘Ja no tanca els ulls’ relata de manera descarnada la muerte en un accidente mientras «en la radio suena todavía otra canción de amor, de deseo y de rabia».
La producción realizada por la propia banda y Peter Deimel es especialmente vibrante en esta última pista. Ya los teclados habían dejado buenos resultados en ‘El paradís’ o enfrentados a las eléctricas en ‘Mentre floreixen les flors‘, y los vientos de Dani Ferrer habían enriquecido un tema en principio tan modesto como ‘La teva buidor’, pero es en el corte llamado «Ya no cierra los ojos» donde Mishima vuelven a recrear con destreza lo horripilante -sin resultar escabrosos- a través de un bonito juego de guitarra, teclados, piano y el violín de Sara Fontán, sin que ninguno de sus elementos tenga más protagonismo que el justo y necesario. Ni siquiera las distorsiones siniestras del final.
Cortes tan impresionantes como este, como en los discos de la chanson de gente como Vincent Delerm o por supuesto Gainsbourg, se encuentran atenuados por otros bastante divertidos, como el retrato generacional de ‘Els vells hippies’ o ‘El corredor’, una canción en la que hablan sobre salir de gira y echar de menos a la familia pero sin caer en el dramatismo habitual de las bandas del rock and roll. «¡Si vieras las caras que pone la gente cuando tocamos ‘Ull salvatge’!, exclama. Sí, saben reírse de las pequeñas desgracias. Sí, ¿qué nos queda sino el humor? Sí, ya son tan grandes que les dejamos autorreferenciarse.
Calificación: 7,8/10
Lo mejor: ‘Ja no tanca els ulls’, ‘Llepar-te’, ‘La brisa’, ‘Mai més’
Te gustará si te gustan: unos Standstill más contenidos, unos Manel menos rockeros, Vincent Delerm, los anteriores
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