Primera impresión (lectura rápida): ¿‘Guillaume y los chicos, ¡a la mesa!’? Vaya título. Veneno para la taquilla. Menos en Francia, donde es una obra de teatro conocida. Allí ha arrasado. Además, ganó un premio en Cannes (menor, el de la Quincena de los realizadores) y ha sido la gran triunfadora en los Cesar, pasando por encima de dos de las grandes películas francesas de 2013: ‘La vida de Adele’ y ‘El desconocido del lago’ (¿es casualidad que las tres películas sean de temática LGTB?).
Segunda impresión (lec-tu-ra len-ta): ‘Guillaume y los chicos, ¡a la mesa!’… Vale, si te fijas bien, no es tan mal título. De hecho, es bastante bueno para una comedia acerca de la identidad de género. Además, visto el final de la película, su lectura se amplía.
El debut en la dirección del cómico Guillaume Gallienne (muy conocido en Francia como actor secundario) es un filme autobiográfico que se ríe de los clichés y los prejuicios (culturales, sexuales), a la vez que reflexiona sobre la construcción de la identidad. Una comedia sustentada sobre el drama, sobre el desarraigo emocional, sobre la tristeza de crecer en una familia que te ignora y prefiere tenerte lejos (en un internado, de viaje de estudios en otro país).
Gallienne adapta con éxito su propia obra de teatro reservándose los dos papeles principales (en la obra interpretada todos), el de Guillaume y el de su madre. Este es uno de los grandes logros de la película: conseguir que, a los pocos minutos, nos olvidemos de que madre e hijo son la misma persona (aunque saberlo aporta jugosas lecturas) y nos creamos que un actor de 41 años es un adolescente.
Partiendo de un escenario teatral, la película avanza de forma episódica. Fragmentos de la vida de Guillaume, de su aprendizaje y su búsqueda, que persiguen la comicidad y la empatía del espectador. Lo consigue a ratos. Los gags basados en los tópicos culturales (los españoles “bailaores”, los sádicos terapeutas alemanes, los árabes racistas y machistas) no están muy logrados. Pero los que se desarrollan en el ámbito doméstico (una familia de la alta burguesía gala) y en los consultorios psiquiátricos (para hacer la mili o reconducir su vida), así como las apariciones de la madre a modo de conciencia, son fabulosos.
‘Guillaume y los chicos, ¡a la mesa!’ es cine terapéutico. Una película a medio camino entre la catarsis y el ajuste de cuentas por parte del director, que logra esquivar las trampas melodramáticas de la historia a través del humor, pero que cae en la afectación teatral y en el subrayado discursivo en una sobre-explicada parte final. 7.