A Xavier Dolan los referentes siempre le han quedado como su pose de enfant terrible: demasiado grandes. Su cabeza es una picadora de diseño donde se mezcla, de manera bastante superficial, la estética de Almodóvar con la del primer Gus Van Sant, la de Wong Kar Wai con la de la nouvelle vague. Sus dos primeras películas -‘Yo maté a mi madre’ (2009) y ‘Los amores imaginarios’ (2010)- tenían la palabra hype cosida en cada uno de sus fotogramas. Aun así, resultaban irresistibles, casi un placer culpable.
En ‘Laurence Anyways’ (2012) engoló la voz –ya de por si afectada- y se puso gallito. “¿Por qué mi película no compite por la Palma de Oro y la «relegan» a la sección paralela Un Certain Regard?”. De niño mimado del festival de Cannes pasó a adolescente engreído y rebelde. Un año después, se fue de casa. El festival de Venecia, necesitado de nombres (la sombra de Toronto es cada vez más alargada), le adoptó y le puso donde quería, en la sección oficial. No le fue mal. ‘Tom à la ferme’ fue bien recibida y ganó el premio de la crítica (FIPRESCI).
Para su última película -que se puede ver online en el Atlántida Film Fest– Dolan ha cambiado de referentes. Ahora es el turno de Hitchcock (o más bien de su músico, Bernard Herrmann), de Roman Polanski y, sobre todo (confesado por él mismo), de David Lynch. De nuevo, el director no está a la altura de esos gigantes. Y, de nuevo, su película es, si no irresistible, sí bastante atractiva. Da igual que su evolución como actor sea la misma que la de Elsa Pataky. O que haga más mohines que todas las películas de Angelina Jolie y Keira Knightley juntas. Da igual que su puesta en escena sea afectada y recargada, una estilosa cortina de humo para enmascarar una trama anoréxica. ‘Tom à la ferme’ es un thriller psicológico irregular, sí, pero lleno de hallazgos y sugerencias.
La película se abre con la versión en francés de ‘The Windmills of Your Mind’ (‘Les moulins de mon coeur’, cantada por Frida Boccara) y se cierra con el ‘Going to a Town’ de Rufus Wainwright. Entre medias, una historia de dominación y sometimiento, no muy bien contada, pero poseedora de una magnética atmósfera, de un ambiente turbio y enfermizo, con toques de humor esquinado, que logra enmascarar sus limitaciones narrativas. No todo funciona como debería en esta película, pero cuando lo hace –la llegada a la granja, madre e hijo riéndose de la “puta de su nuera”, la conversación en el bar, la escena en la gasolinera- es difícil resistirse. 7.