Sónar 2014: sábado

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Sónar 2014: sábado

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Damos por terminada la 21ª celebración del Sónar con la sensación de haber vivido su edición más completa. La dualidad que acompaña a este festival desde sus primeros años ha terminado dando lugar a una cita inmejorable, donde se encuentran el día y la noche, la fiesta infinita junto al congreso de nuevas tecnologías, el calor y la lluvia, Audion y Matthew Dear, Richie Hawtin y Plastikman, Adidas y Bershka, bebés y señores que rondan los 70 años. En definitiva, Sónar ha desarrollado un espacio en estéreo para la innovación, el disfrute y la exhibición de buena parte de las tendencias de la cultura audiovisual contemporánea. Y lo que más nos gusta, aunque nos cueste colas, pisotones y otras miserias, es que el rigor de su programación se corresponde con un público fiel que cada año acude con mayor entusiasmo, sobre todo a la versión diurna (el jueves alcanzó su cénit), que es la que verdaderamente recoge la esencia de un festival único.

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La última jornada de esta completísima edición acogió el concierto de Neneh Cherry, a la que suponíamos poder de convocatoria suficiente para llenar el SónarHall. Pero menos de medio aforo aguantó hasta el final, algo sorprendente si tenemos en cuenta la extraordinaria atención que durante estos días han tenido artistas mucho más minoritarios que ella (por ejemplo, con Jon Hopkins, en el mismo escenario, casi no se podía entrar). Tras 18 años sin sacar disco y con contadas apariciones públicas, habría cabido esperar un regreso más espectacular que lo que vimos, quizás porque tras este parón, le falta algo rodaje. Parecía mentira que estuviéramos delante de quien fue hace unas décadas precursora del trip hop, incluso una de las responsables de meter en un estudio de grabación a Massive Attack, el grupo que horas después firmaría la mayor decepción de este Sónar. El concierto fue flojo, falto de chispa. El dúo de jazz RocketNumber desplegaba un buen sonido, pero en el que no había ni rastro de la producción de Four Tet. Cherry, por su parte, permanecía tan relajada que se comió un plátano entre una canción y otra, algo que, según dijo, le había copiado a Robyn, protagonista con Röyksopp de la noche del viernes. La ilusión de haberlas visto juntas sobre el mismo escenario para cantar la enorme ‘Out of the Black’ se quedó en eso, en una fantasía que hubiera servido para dejarnos algún recuerdo definitivo de su actuación.

Mientras tanto, a pocos metros de allí, Kid Koala presentaba con su habitual «virtuosismo a los platos» Vinyl Vaudeville 2.0, una suerte de cabaret de marionetas, un espectáculo de burlesque robótico pasado de fecha. Era el momento ideal para decantarse por la propuesta electro boogie de Dâm-Funk. El productor de Los Ángeles nos había prometido un directo pero, a decir verdad, aquello parecía más una sesión de dj con micro abierto. En cualquier caso, los desesperantes problemas de sonido ocuparon más de un tercio de su show, lastre que intentó liberar atrayendo a la chiquillería con temazos como éste de Golden Flamingo Orchestra.

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Matthew Dear actuó dos veces en la misma jornada. Durante el día, lo hizo con su proyecto Audion entre las cortinas de terciopelo rojo del SónarHall, y en el escenario se colocó en una espectacular cabina de dj, una estructura de LED formada por triángulos del símbolo de «play» con imágenes proyectadas que respondían al sonido. Durante su directo -y damos por hecho que fue intencionado- quizá se le fue de las manos su gusto por la distorsión en los tonos graves, que aquí aparecían rotos, como de un altavoz cascado, y esa disonancia levantó las quejas y los silbidos de la parte más intransigente de la audiencia. Pero cualquier objeción se disipó por la noche en el grandísimo escenario Club, donde ya bajo la firma de Matthew Dear nos hizo emprender un camino sin vuelta atrás hacia el baile dominado por el techno más profundo y oscuro. Lo mejor de todo fue que en esta sesión de DJ sin sus canciones (no se pinchó a sí mismo) utilizaba el mismo material del que están hechas sus composiciones. Sus reconocibles ritmos incontenibles se salpicaban de conversaciones, llamadas de teléfono y sonidos orgánicos indescifrables que conformaron el engranaje de la mejor sesión de este festival, coronada por una emocionante ovación del público. Él mismo ha dicho en Twitter que el flechazo fue mutuo.

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WhoMadeWho nos ha vuelto a dejar impresionados. El trío danés nunca decepciona, pero si además les dejas la mejor hora de la tarde en el escenario más grande del Sónar Día, el resultado es sobresaliente. Sus melodías pop con toques punk conforman un conjunto irresistible, como dejaron claro durante la detonación de ‘Running man’, una de las canciones más conocidas de un repertorio que merece mucha más atención. Para terminar, muy agradecidos por saberse triunfadores en su primera visita al festival, lanzaron su ya clásica versión de ‘Satisfaction’ de Benny Benassi. Tras semejante panorama, DJ Harvey tuvo que esforzarse poco para alcanzar el triunfo: tirar de llenapistas y enfocarse lisa y llanamente al baile. Él dio por clausurado el SónarVillage de este año, un escenario del que aún no nos termina de convencer su sonido irregular, poco estable y que da la sensación de irse con el viento.

Nuestra despedida del teatro de SónarCómplex se produjo con la actuación de Majical Cloudz, un dúo de art pop formado por dos chicos canadienses, ofensivamente jóvenes, y con un austero formato de teclados y voz. Algo que les basta para dejar a la audiencia impregnada por el impresionante «placer por la tristeza» que trasladan sus melodías y sus letras, con referencias a la muerte, a la familia y, en general, con un tono dramático que emociona sin caer en la cursilería. Más que recomendable su disco ‘Impersonator’.

James Holden cerró por este año el SónarHall con un directo falto de ritmo, sobrado de intensidad y con una lejana conexión con el público, creando justo el efecto contrario de su adictivo disco ‘The Inheritors’. Iba con un batería (el mismo de Neneh Cherry) y un saxofón, que no ayudó nada a subir el nivel del conjunto, sino a hacerlo aún más disperso. Fue una propuesta quizás demasiado arriesgada para esas horas de la tarde, con la competencia del cierre. Las colas para entrar en la pista de baile DESPACIO eran un via crucis que había que recorrer para alcanzar la gloria. Había mucha gente deseando acceder a la instalación de siete altavoces de válvulas como siete armarios, y una vez que estabas dentro era difícil querer salir. Teníamos curiosidad por averiguar cómo terminaba la macrosesión en vinilo de un total de 18 horas durante tres días que emprendieron James Murphy y 2manydj’s, homenaje a la pista de baile. La respuesta: ‘You make me feel real‘ de Silvester James y ‘I’m not in love‘ de 10 CC.

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Decepción en el concierto de Massive Attack. Un grupo de su trayectoria, que anuncia el estreno en primicia de una gira mundial sin canciones nuevas, no puede traer el espectáculo visual que presentó en esta edición del Sónar. O, al menos, no podrá decir que es un show nuevo sin parecer mentiroso porque el montaje es el mismo que hace muchos años: lo único que han hecho es actualizar las frases de sus paneles. Por fortuna, no podemos quitarle mérito a los buenos músicos ni a su sólido repertorio. El público se vino arriba con ‘Teadrop’, ‘Inertia Creeps’, ‘Atlas Air’… como siempre, si bien en bastantes momentos, como con ‘Unfinished Sympathy’, ese “novísimo sistema visual” estaba totalmente apagado. Parece que Massive Attack se ha convertido en una de las marcas registradas que aparecen en sus paneles, esas que ofrecen más de lo mismo aunque lo vendan como algo nuevo. El producto, en cualquier caso, es de alta calidad.

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SónarPub ofrecía una alternativa muy interesante con Lykke Li para las primeras horas de la noche. La sueca y su banda salieron vestidos de negro riguroso y con una puesta en escena sobria, llena de tonos negros y de humo. Presentaron las canciones que componen ‘I Never Learn‘, un disco notable, pero que también es el más lento de su discografía. Los momentos más fríos llegaban con la sucesión de baladones poco conocidos por una audiencia que quizá esperaba una versión más electrónica de la nórdica, propietaria de una voz metálica y profunda, que hemos conocido también a través de interesantes remixes, no sólo por su propias producciones. En cualquier caso, esa misma audiencia (entre la que se encontraban miembros de FM Belfast, que lo dieron todo en la jornada anterior) celebró con alegría canciones como ‘Little Bit’, en una versión impecable, una de las pocas concesiones a lo más antiguo de su repertorio. Todo lo contrario que Yelle, en el polo opuesto de colores flúor y felicidad completa. La francesa vino al Sónar, donde ya es bien conocida, con pocas canciones nuevas pero presentadas de una forma excepcional. Tenía dos baterías totalmente simétricas a cada lado, con ella en medio en un escenario blanco, la apuesta por el ritmo era más que evidente, y su actitud en el escenario, tan divertida, hace que pocos se le resistan. Un ejemplo de que sí, un artista puede sorprender al público con las mismas canciones de siempre.

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Y de canciones de siempre iba el concierto de Nile Rodgers y Chic. Su repertorio es sensacional, así que poco malo podemos decir de composiciones propias como ‘Le Freak’, ‘Everybody Dance’ o ‘Good Times’, eficaces y auténticas muestras de historiografía disco. Otra cosa es que se meta en berenjenales tocando las canciones que ha producido o co-escrito, como ‘Like a Virgin’ de Madonna, ‘Notorius’ de Duran Duran o el mismísimo ‘Get Lucky’ de Daft Punk, que ya puede tocar. El resultado en esos momentos fue contradictorio. Por un lado el talento de Rodgers para la música debía ser reconocido. Por otro, lanzar versiones de orquesta puede valer en un crucero por el Mediterráneo o en un hotel de Marbella, pero resulta temerario hacerlo en un festival y pretender salir indemne. Nada de eso les ocurrió a Rudimental, que firmaron el mejor concierto de la noche del Sónar. Lo más alucinante de su actuación fue su sonido, impecable, creado por la armonía de doce músicos sobre el escenario que, además, hacen coreografías. Su música es capaz de mezclar estilos clásicos como el ska y el reggae con otros como el drum&bass para transformarlos en algo propio, bailable y, además, bien interpretado. Como decíamos de WhoMadeWho, Rudimental han demostrado ser una apuesta segura para un festival ideal.

A estas alturas todas las ofertas están enfocadas al placer. SónarCar comenzó siendo casi una broma de sus directores para poner la banda sonora a los coches de choque, y ha terminado siendo un punto de encuentro para los más fiesteros del festival. Es además el escenario que tiene mejor sonido, mucho más recogido y con unos altavoces impresionantes prestados a experiencias para la abstracción y el baile, como la propuesta underground de DJ Nigga Fox. En SónarPub, Brodinski nos acercó a la madrugada con una sesión gamberra pero valiente. Sin parar de fumar, mezcló techno, dubstep y house, derrochando una energía contagiosa, mucho más complaciente con el baile que sus remixes. No en vano, en su trayectoria ha colaborado con Laurent Garnier, Erol Alkan o A-Track, y con Kanye West junto a su gran amigo Gesaffelstein. También está en el sello de Tiga, artista al que el festival encargó la tarea de clausurar. El calor de estos días estaba en realidad anticipando una tormenta de campeonato que trató de arruinar los últimos bailes. Nada más lejos. Con poquísimas interrupciones y aunque esperábamos en realidad poco de él, Tiga terminó por sorprendernos con los encantos de una sesión elegante de electrónica de baile, que los aguerridos aficionados siguieron desde los pasillos interiores, excepto algunos aventureros que optaron por lanzarse sin remedio a la pista para dejarse empapar por el ritmo. Así el Sónar dio por clausurada una edición que, por muchos motivos y con esa dualidad bien asimilada, podemos catalogar de histórica. Otra vez. Sr John, Txema.

Fotos: Sónar.es.

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