¿De verdad es tan necesario que en un biopic los actores se parezcan tanto físicamente a las personas reales que interpretan? ¿Qué es preferible: un actor igualito al original pero cuya interpretación esté condicionada por los kilos de maquillaje que soporta, o un actor que no se parezca en nada al original pero que gracias a su interpretación sea capaz de superar esa «limitación»? Y es que, por mucho que se parezcan al personaje real, ¿no resulta menos creíble Steve Carell con una nariz postiza que-no-puedes-dejar-de-mirar, que sin ella; o Mark Ruffalo con una frente despejada que-no-puedes-dejar-de-mirar, que sin ella?
Dejando a un lado este desfile de postizos que funcionan como armas de seducción para los Oscar (¿no fue Nicole Kidman quien ganó uno gracias a su narizota de pega?), ‘Foxcatcher’ supone la confirmación de la enorme solvencia como realizador de Bennett Miller (no por casualidad premio al mejor director en el pasado festival de Cannes). El autor de las excelentes ‘Truman Capote’ (2005) y ‘Moneyball: Rompiendo las reglas‘ (2011) puede que no sea un director demasiado personal y visualmente reconocible, pero sí un exquisito artesano; alguien que nunca está por encima de la película, sino a su servicio: al del guión y sus intérpretes.
Miller adapta su puesta en escena a la historia que quiere contar, no al revés. En este caso, un turbio drama psicológico basado en un suceso real. Un relato que nos habla, en voz baja pero con la contundencia de quien lo hace al oído, acerca de la corrupción moral, la explotación capitalista y la dependencia emocional. Todo un complejo y perverso juego de manipulaciones psicológicas alimentadas por sentimientos como la frustración, la soledad o la envidia.
Por medio de una atmósfera melancólica y opresiva, y una narración sobria y contenida, llena de largos planos y elocuentes silencios, el director consigue tres objetivos: 1) que veamos en primer plano las heridas emocionales que desangran a la pareja protagonista, 2) que observemos con estupefacción un hecho real que parece la más loca de las ficciones, y 3) que después de 130 minutos de película salgamos del cine diciendo eso de “se me ha pasado volando”. 8,5.