La responsabilidad de ofrecer un retrato real de un mito como Kurt Cobain pocos la querrían tener entre sus manos. ¿Por dónde empezar un documental sobre su vida cuando absolutamente todo el mundo tiene formada ya su propia imagen del ídolo? ¿Qué cuentas cuando en teoría estaba ya todo contado? O peor, ¿debes sorprender a los fans poniéndote demasiado técnico a costa de aburrir a los neófitos, o quizás sería mejor evangelizar a estos últimos aunque los seguidores de siempre no encuentren nada nuevo? Desde luego, el director Brett Morgen lo tenía complicado a la hora de abordar este ‘Kurt Cobain: Montage of Heck’. Tanto que al final se ha puesto salomónico y nos entrega un ni para ti ni para mí que nos deja contentos. Poco más.
Es cierto que esta película es la mejor sobre el líder de Nirvana jamás hecha. En eso hay que estar de acuerdo. Pero no tanto por sus hallazgos narrativos –bravo por los fragmentos contados como una película de dibujos animados–, como por el hecho de que su realizador haya tenido la suerte de poder acceder a un material inédito ofrecido por el entorno íntimo del cantante que vale su peso en oro. Hablamos de cuadernos, diarios, dibujos y cintas de audio y vídeo que podrían proyectarse en bruto, sin editar, y aun así aplaudiríamos. Con esto entre las manos, el 90% de críticas positivas estaba asegurado.
Pero nadie en su sano juicio querría pasar días enteros metido en una sala de cine. Lo sabía Morgen, que ha hecho lo posible por condensar todo esto en solo dos horas y media (algunas cosas pasan tan rápido que te preguntas si no habría sido mejor editar un libro con todo el material para que cada uno lo disfrute según su tempo); y lo sabía sobre todo Frances Bean, que aparte de productora, convenció a toda su familia para que se dejara entrevistar y tener así relatos en primera persona que dieran forma al discurso. Están todos: su madre, su padre, su hermana, su primera novia, su amigo y compañero de fatigas Kris Novoselic… Todos menos dos: la propia Frances por razones obvias, y Dave Grohl, que sigue fiel a su empeño de no contar nada sobre lo que pasó en aquella época desde la muerte de Cobain. Se le echa en falta.
Sobre todo porque en este filme no se realiza una morbosa y manipulada alegoría del genio hasta llegar al consabido clímax dramático. De haber sido así se entendería la ausencia de Grohl, pero no en un título que simplemente se limita a celebrar las luces y sombras de alguien que «nació porque tenía que nacer», como afirma su madre; vivió como mejor pudo dadas las circunstancias que rodearon su niñez y adolescencia –impagable escucharle contar la anécdota de cómo casi pierde la virginidad con una vecina–; y murió porque quería a pesar de los que quería.
Así que no vayas al cine buscando teorías absurdas en torno a su suicidio porque no las vas a encontrar. Especialmente si sigues creyendo que Courtney fue la culpable de todos los males de Kurt porque ella es la que mejor sale parada en su papel de amante, madre, sufridora, fumadora compulsiva y loca. Tampoco lo hagas si quieres ver actuaciones de Nirvana en pantalla grande y a todo trapo. Las hay pocas y muy contadas. Pero sobre todo no compres la entrada si buscas el morbo por el morbo. Claro que hay imágenes de Kurt puesto hasta arriba, de su vida íntima con su mujer e hija o de sus pensamientos más autodestructivos, pero no por gusto, sino para dar dimensión y profundidad a un retrato que acaba en negro en el momento justo. 7,5.