‘The Assassin’: o te mata de aburrimiento o de síndrome de Stendhal

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‘The Assassin’: o te mata de aburrimiento o de síndrome de Stendhal

assassinNunca he conectado demasiado con el cine de Hou Hsiao-Hsien. Ni emocional ni intelectualmente. De los tres directores más relevantes de la nueva ola taiwanesa -Edward Yang (‘Una historia de Taipei’, ‘Yi Yi’) y Tsai Ming-liang (‘Good Bye, Dragon Inn’, ‘El sabor de la sandía’) serían los otros- Hsiao-Hsien es el que menos me ha interesado. Y aun así, aunque parezca paradójico, varias imágenes de sus películas se han quedado conmigo para siempre: la hipnótica secuencia de apertura de ‘Millennium Mambo’ (2001), los cruces de trenes de ‘Café Lumière’ (2004), la espera del tren bajo la lluvia mientras suena el ‘Rain and Tears’ de Aphrodites Child en ‘Three Times (Tiempos de amor, juventud y libertad)’ (2005)…

Con su última película me ha ocurrido algo parecido. ‘The Assassin’ es un wuxia desecado, una película de artes marciales a la que le han quitado las partes divertidas. Apenas hay peleas, ni épica, ni sentido de la aventura. Hay mucho tiempo muerto, demasiada intriga palaciega y, aunque esté feo decirlo, mucho actor que, con esos vestidos, tocados y nombres tan parecidos, no hay quien diferencie. Hay uno que es inconfundible, eso sí. Un señor con unas cejas postizas muy largas (pero que muy largas) que podría competir con Johnny Depp como el actor con el maquillaje más gracioso y contraproducente del año.

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Bromas aparte (es que esas cejas…), lo que es indudable es la capacidad de este director para inyectar poesía visual a sus películas. Formalmente, ‘The Assassin’ es pura y asombrosa orfebrería. La elegancia de los movimientos de cámara, la preciosista composición del plano, el nivel de detalle de decorados y vestuario, el delicado y estilizado uso de la luz y del sonido… Toda una serie de elementos que, como los personajes, conspiran entre ellos para cosquillear la sensibilidad del espectador y ofrecerle una experiencia estética inigualable.

Hsiao-Hsien aburre, sí, pero también deslumbra. Por eso, como he dicho antes, siempre hay imágenes que incorporar a la mochila cinéfila. En este caso, me llevo dos secuencias, dos momentos inolvidables: la larga conversación entre el gobernador y su mujer vista a través de unas cortinas de seda mecidas por el viento (podría vivir en esa secuencia) y el primer asesinato, sorprendente por su ejecución y lo insólito de su punto de vista. 6,9.

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