Resulta paradójico que una película que narra la historia de una trasgresión, de una pionera (Lili Elbe, la primera transexual que desafió los límites sociales y médicos de su época, en los años 20, sometiéndose a una peligrosa operación de reasignación de sexo), esté articulada a través de una puesta en escena tan convencional, relamida y conservadora como la que ha elegido Tom Hooper para adaptar la novela de David Ebershoff (reeditada recientemente por Anagrama).
La misma corrección academicista y burocrática que lastraba la sobrevalorada ‘El discurso del rey‘ (2010), pero que se podía justificar por el tema que trataba y el ambiente en el que se desarrollaba, aplasta ahora definitivamente esta película. ‘La chica danesa’ es cursi, cautelosa y tediosa; una película que está más pendiente de agradar a todos los públicos a cualquier precio (y a los votantes de los Oscar), que de, por ejemplo, proponer imaginativas soluciones expresivas, profundizar en el contexto histórico y artístico donde se desarrolla la historia o explorar los muchos caminos dramáticos que sugieren la complicada relación entre las dos pintoras.
Tal como está planteada, ‘La chica danesa’ supone un enorme desperdicio de talento: de diseño de producción (fabuloso y muchísimo más expresivo que la puesta en escena de Hooper), de vestuario (otra nominación para el gran Paco Delgado) y de interpretación (la cada vez más solicitada Alicia Vikander). No es el caso, sin embargo, del protagonista. De la esforzada interpretación de Eddie Redmayne vemos todo el exterior –pestañeos, miraditas, posturitas y risitas- y nada del interior, nada del conflicto sentimental y existencial en el que se supone se debate su personaje. La metáfora visual final y el mensaje posterior, acerca del movimiento transgénero, no pueden ser más elocuentes: poesía barata y bienintencionada. 4.