Miguel Ángel Blanca, además de ser la muy reconocible voz de Manos de Topo y tocar el bajo en los extintos Salvaje Montoya, también es guionista, cortometrajista o autor de documentales (co-dirigió ‘Un lloc on caure mort’, premio In-Edit 2014). Decidido a ampliar aún más su paleta de labores, se estrena ahora como autor de cómic en ‘La importancia de ser rosa’, con los dibujos de Tinta Fina (el nombre artístico de la ilustradora Núria Inés). Al igual que Juanjo Sáez (que se encarga del acertado prólogo), a mí también me horrorizó la manera de cantar de Miguel Ángel la primera vez que escuché a Manos de Topo y… Bueno, tampoco os voy a engañar. A día de hoy, continuo horrorizada. Pero -volviendo al prólogo-, cómo bien señala de nuevo Sáez, el valor de la banda recae sobre todo en sus letras. Y ahí nadie le puede negar a Blanca talento; talento a la hora de abordar el mundo de las relaciones personales, sus miedos, humillaciones e incertezas. Definitivamente, Blanca es mejor perpetrador de historias que cantante. Y este relato gráfico (demasiado breve para ser llamado “novela”) es un buen ejemplo.
‘La importancia de ser rosa’ es un cuento surrealista, sensual y cruel sobre la monotonía como refugio ante la incertidumbre y la parálisis vital que esta produce. Pero también habla de cómo la seguridad en exceso nos aplasta y cómo los instintos primarios acaban abriéndose paso de la manera más salvaje. En forma de monólogo interior, nos explica el periplo de su protagonista, un joven tímido y apocado que carece de nombre propio. Vive atenazado por costumbres estrictas, pero acaba lanzándose, no se sabe muy bien si queriendo o sin querer, por el camino del delirio. En su recorrido hay personas animalizadas y animales antropomorfos, femmes fatales tiernas y vulnerables, anhelos sentimentales, vouyerismo.
Pero Blanca también va soltando sutiles mamporros a ciertas conductas sociales bastante abundantes en el mundo real. Aquí reciben tanto el intelectual “enrollado” de izquierdas que deja de serlo en cuanto le tocan lo suyo como el conformista pasivo o los que sufren de ese afán de tener que resultar epatante cada vez que abren la boca. Los estupendos dibujos de Tinta Fina hacen del trazo grueso y la oscuridad su bandera, con un uso limitado pero revelador del rosa del título. Son deliberadamente toscos, muy expresivos (y expresionistas), un poco al estilo de José Muñoz (el dibujante de ‘Alack Sinner’) y resultan el reflejo gráfico perfecto del guión de Blanca. Y, aunque el libro se haga corto y peque de ser un tanto deslavazado, la obsesión y la ternura de la historia lo convierten en un cómic con momentos fascinantes y hace que deseemos más. Y es precisamente esta capacidad de sugerir, de no recargar los detalles y dejarlo todo en manos de en la sensibilidad del lector, su triunfo. 7,4