Sabina Urraca se dio a conocer hace un año por un artículo que se hizo viral: ‘Pesadilla en el Blablacar’. Después de leerlo, descubrí dos cosas: que los “aristócratas aventureros”, como define la wikipedia a Álvaro de Marichalar, usan servicios de “plebeyos”, y que Sabina Urraca (nombre verdadero, por cierto) escribe de maravilla. El ex cuñado de la infanta Elena, que debe creer que una redactora freelance gana cifras de tres ceros por artículo, se rebotó y le pidió 30.000 euros para restituir su honor (no la desafió a un duelo al amanecer de milagro). La periodista, obviamente, se negó; y, por ahora, parece que no hay demanda.
Un año antes de que esto ocurriera, Urraca se encontraba en una casa de La Alpujarra granadina. Se había ido allí a escribir su primera novela. Pero no buscando inspiración o tranquilidad, como los novelistas de la película ‘Tamara Drewe’, sino por necesidad, para ahorrase el alquiler de un piso en Madrid y poder sobrevivir un año sin apenas ingresos. Obviamente, no era una de esas casas cuquis de Pampaneira o Capileira, sino un cortijo aislado y destartalado, sin agua corriente y con una manada de jabalíes como vecinos. Sus vivencias allí, sus temores, aprendizajes y epifanías, se colaron en la novela. Y desde ese presente, la escritora profundizó en su pasado.
“Las niñas prodigio” del título no son estrellas precoces como Nadia Comaneci, Drew Barrymore, Punky Brewster, Marisol o la niña poeta Nika Turbiná, con cuyas palabras empieza el libro, sino todo contrario, niñas vulgares, inseguras y desorientadas, niñas normales que hacen cosas normales pero que normalmente no se cuentan: desear tener sexo con hombres mayores, con amigas, meterse plátanos en la vagina… Unas niñas en busca de amor y reconocimiento que ha imaginado Urraca partiendo de su propia experiencia. En ese sentido, ‘Las niñas prodigio’ (fabulosamente editado por Fulgencio Pimentel) es un imaginativo ejercicio de autoficción, una mirada tragicómica, sórdida pero también muy pop, sobre la infancia y adolescencia de una mujer.
La novela está divida en veintiséis capítulos que casi se pueden leer de forma independiente, como si fueran relatos más o menos autobiográficos. Urraca escribe en primera persona y de manera muy ágil, como en sus artículos. El libro se lee sin que te des cuenta, pero lo que cuenta no pasa desapercibido. Sabina le quita la máscara (de gato) a la niña protagonista y nos deja ver su mundo interior, sus pensamientos, sentimientos y deseos más oscuros. Lectoras escandalizadas le han recomendado a Sabina que vaya a terapia. Nosotros te recomendamos que leas este singular e incómodo libro. 8.