No existe una normativa escrita sobre los teloneros de un concierto. ¿No deberían ser siempre bandas locales? ¿Es preferible que se parezcan al artista principal de la velada o que aporten algo diferente? Ayer, por ejemplo –y la noche anterior en Madrid–, la banda mallorquina Oso Leone era la encargada de abrir para Thundercat en Apolo: dos propuestas que, aun compartiendo ciertos criterios o valores artísticos, están en las antípodas estéticas una con respecto a la otra. Y la cosa funcionó de maravilla. Por un lado el elegante minimalismo de los de aquí, por otro la colorida exuberancia del californiano y los suyos; la contención oscura y sofisticada de los primeros, y el apabullante desboque del segundo. Porque a veces los polos opuestos también se pueden juntar.
La particularidad de la presencia de Oso Leone, al igual que en su reciente actuación en el marco del BAM, es que llevamos varios meses esperando su tercer disco, que al parecer está hecho y casi listo para su publicación. Todo su repertorio, compuesto por cinco canciones, sirvió pues para anticiparnos nuevamente lo que nos espera. Esto es: ambientes abiertos, distantes y casi intocables que crecen, melodías limpias que juegan al despiste, elegancia sintética y orgánica, texturas sedosas y, noticia cada vez más estimulante, el concurso activo de Emil Saiz (de Nothing Places) a la guitarra. En ese sentido, resultó muy destacable el amistoso duelo de cuerdas entre éste y Xavi Marin, representando uno y otro el lleno y el vacío, el yang y el yin, de una misma unidad. De hecho, la uniformidad del sonido de Oso Leone parece haberse beneficiado, dilatándose y contrayéndose con asombrosa fluidez según lo requiera el guión. Ni que decir tiene que ardemos en deseo de escuchar su disco. 8.
Si los mallorquines encandilaron al público de Apolo con el secreto de su nuevo material, lo de Thundercat, en cambio, fue simplemente apabullante. El bajista y productor de Los Ángeles presentaba ‘Drunk’, su tercer álbum: un trabajo empapado y borracho de estilos que en directo adopta la forma de una imparable bacanal de free-jazz-funky-soul. Podría incluso asegurarse que en media canción de los norteamericanos había contenidas tantas notas y baquetazos de batería como en toda la discografía de Oso Leone: verborrea musical de la buena.
Como un amasijo de voluptuosa musculatura y nervios disparatados, con una estructura ósea definida solo en parte, la oferta musical de Stephen Bruner se basó mayoritariamente en su virtuosismo con el bajo y en el de sus acompañantes –en especial un impresionante Justin Brown a la batería y Miguel Atwood-Ferguson al violín–, que en absoluto le iban a la zaga. Parece imposible pero, a la luz de su puesta en escena, el álbum no pasa de ser un tranquilo boceto del desparrame que se produce luego en vivo. Esto quedó claro desde el principio de su setlist: aunque volcó en idéntico orden los cinco o seis primeros temas de ‘Drunk’, éstos fueron lo opuesto contrario a un calco. ‘Rabbot Ho’ y ‘Captain Stupido’, e incluso ‘Bus In These Streets’ y ‘A Fan’s Mail (Tron Song Suite II)’, sonaron todos en la línea laberíntica de ‘Uh Uh’. Deliciosa locura free-jazz.
Lo de menos, en realidad, fueron las melodías reconocibles. Sí se dejaron notar la de ‘Jethro’, aunque menos cóncava, y las de ‘Heartbreaks + Setbacks’, ‘Lone Wolf and Cub’ y ‘Song for the Dead’, de trabajos anteriores, pero siempre tendiendo a una opulencia casi obscena de punteos y solos. También, por supuesto, las de sus dos canciones más alabadas. Tras una fase en la que Bruner utilizó a modo de descanso o carrerilla muchas de esas piezas cortas e insustanciales como ‘I’m Crazy’, ‘3AM’ o ‘Drunk’, así como ‘Walk On By’ y ‘Drink Dat’ –sin el rollo rapero, claro–, arremetió en el cierre con ‘Friend Zone’ y ‘Them Changes’, ésta última ya como bis. Obviamente en ellas demostró una vez más su extraordinario virtuosismo, y el público enloqueció con un final que por previsible no dejó de ser eficaz. El único pero que se le puede poner a una actuación así es que, después de un rato, a uno le parece escuchar el mismo punteo una y otra vez. Soberbio, sí; pero el oído humano tiene un límite en cuanto a recepción de notas por segundo. Y Thundercat lo revienta. 8.
Fotos: Pablo Luna Chao.