En una violenta y preciosa armonía, todo en la naturaleza funcionaba como un reloj. Todo encajaba. El ciclo de vida y muerte, la mecanizada reproducción, los ecosistemas, la adaptación a los cambios. Todo evolucionaba lenta, suave y gradualmente, pues no había más que física y química: un orden natural de las cosas y de los seres. Pero luego llegó el sapiens y lo complicó todo. Hace mucho tiempo, en algún momento de nuestra evolución, se encendió una chispa, un sentimiento en nuestro interior; y el lenguaje fue la mecha de una reacción en cadena que hoy en día llamamos amor: el único mecanismo imperfecto de la naturaleza.
Y básicamente a eso le canta Greg González, líder de la banda Cigarettes After Sex: al amor fallido. No tanto en el sentido más convencional del desamor cortés o romántico, de las rupturas dramáticas y teatrales, sino más bien en el del desamor interno, del desencanto. A esa gélida, vacía, pero también reconfortante sensación que se produce cuando desaparece el amor. Cuando todo parece volver a la armonía primigenia, a ese útero materno de dream pop en el que todavía no hemos aprendido a amar y en el que estamos a salvo (de amar). Sin duda que el suyo es un disco para follar, y que el suyo es un concierto para parejas bien atadas y abrazadas. Pero no nos engañemos: es muy fácil hacer nuestras las palabras y el romanticismo empedernido de González cuando nos sirven para expresar “lo mucho que sufriría si te perdiera”, en condicional; cuando, de hecho, hay alguien a quien perder. Cuando no lo hay, sin embargo, solo nos queda la sensación amniótica y anestésica del dream pop.
Importa poco la estadística de parejas, solteros y viudos relativa al público que asistió anoche a la actuación de Cigarettes After Sex en Apolo; el caso es que la sala se llenó (con meses de antelación y con asistentes que hicieron cola desde las 16h) y que el público conectó con la música de los tejanos. Más allá de la aplomada monotonía y de que sus canciones sonaran calcadas a como suenan en el disco, el concierto fue pulcro, delicado y lo más parecido a una noche de invierno en la que solo la luz blanca de la luna reflejada en la nieve nos salva de la oscuridad total. Cálido y calmo por dentro, mientras fuera arrecia la tormenta.
El cuarteto se apoya en visuales de fondo con imágenes de películas en blanco y negro, acorde con una estética sobria, seria y elegante que también les caracteriza en lo musical. González, impávido, fija su mirada en un horizonte inalcanzable que cada vez se le hace más ancho, y empieza el recital. ‘Sunsetz’, plácida; ‘Young & Dumb’, narcótica y con un punto optimista; una “antigua” ‘I’m a Firefighter’ suspendida entre la nada y el olvido; y la dupla ‘John Wayne’ – ‘K’: primer momento móvil, con el público coreando a susurros. Esta última fue de las canciones más aclamadas de la noche junto a ‘Sweet’, una muy emocional ‘Each Time You Fall In Love’, ‘Nothing’s Gonna Hurt You Baby’ y, cómo no, ‘Apocalypse’, que hizo las delicias de los presentes con un efecto de luces (+ bola de discoteca rota en el suelo) absolutamente brillante.
Sonando semejante hit a modo de falso cierre, los bises podrían haber resultado innecesarios de no haber sido por el gustazo que era dejarse mecer por González y compañía. Pero ‘Please Don’t Cry’, una canción de su autoeditada demo de 2011 ‘Romans 13:9’, y ‘Dreaming Of You’ completaron la velada. Luego cada uno la vivió como la vivió. Los enamorados, ciñéndose a la quietud del “que nada cambie”. Los solitarios, envueltos en la calidez de un dream pop monolítico. Pero todos conscientes de que lo triste y lo bello tienen una relación profunda, y a veces muy directa. En eso consiste el gran drama humano, la maravillosa maldición de saber amar. Y ahí radica precisamente la grandeza de Cigarettes After Sex: que son capaces de convertir en música el orden armónico y perfecto de la naturaleza y, aun así, rendirse al poder del amor, el único mecanismo imperfecto. Fuente de un lenguaje universal. El que lo rige todo.