‘La librería’ es uno de los títulos que más nominaciones ha obtenido a los premios Goya (doce, solo superada por las trece de ‘Handia’), pero tiene pinta de no llevarse ni uno. Su (omni)presencia en las nominaciones parece un poco exagerada. Habría que fiarse más de los premios Feroz, mucho más certeros a la hora de valorar las fortalezas y debilidades de la película de Isabel Coixet: solo tiene tres nominaciones (mejor dirección, banda sonora y actor de reparto) y no aparece como mejor película (está en su lugar ‘No sé decir adiós’).
Y es que ‘La librería’ no es gran cosa. Es el tipo de película simpática y amable que parece hecha para ver en un sofá después de comer mientras te tomas un té. Un filme bastante convencional; de los que, si te dedicas a escribir sobre cine (y te cae bien la directora), calificas con adjetivos tan socorridos como “correcto” o “estimable”, pero que en privado dices que es “flojita” o para las señoras mayores a las que aludía Alex de la Iglesia hace unos días (incluyéndose después entre ellas).
En realidad, pocas cosas muy negativas se pueden decir sobre esta adaptación de la novela de Penelope Fitzgerald (editada por Impedimenta). Pero también pocas muy positivas. La peripecia de esta librera viuda y sus dificultades para mantener vivo su sueño (abrir una librería en un pequeño pueblo costero ante la oposición de sus fuerzas vivas), está rodada con gusto, ambientada con esmero, musicada con delicadeza (la banda sonora de Alfonso de Vilallonga nunca cae en el sentimentalismo) e interpretada con talento. Es la típica historia de mujer contra el sistema, de David contra Goliat, con una particularidad: el amor por los libros y la literatura que recorre todo el relato.
Sin embargo, narrativamente ‘La librería’ no funciona demasiado bien. Salvo la relación entre la protagonista (Emily Mortimer) y el solitario lector misántropo (fabuloso Bill Night), llena de sutileza y emotividad, los demás conflictos dramáticos de la película no están muy bien resueltos. La directora no es capaz de transmitir la variedad de sentimientos que guían las acciones de los personajes con la misma intensidad emocional con la que éstos parecen vivirlos. Ninguna traspasa la pantalla: ni el odio que siente la poderosa señora Gamart (Patricia Clarkson) por la librera, ni esa especial relación maestra-pupila que establece con una niña del pueblo, ni la ambigua amistad con el seductor londinense, ni siquiera ese “coraje” de la protagonista del que tanto se habla en la película. Lo vemos, lo escuchamos (porque lo subraya una voz en off), pero no nos lo creemos. ¿Una pastita para acompañar el té? 6.