La más interesante es la que pueda ser la futura, sencillamente porque casi cualquiera es capaz de emitir mensajes aptos para toda la familia y hacer bromas y comentarios tan manidos en el país correspondiente como «me encanta Suiza, inventasteis el queso» o «sois tan neutrales…», por no hablar de ese empeño por parodiar el idioma alemán a base de sonidos guturales sin sentido. Pudo tener cierta gracia como mucho una vez, pero una quinta deja a la luz cierta falta de tablas o recursos por parte de Katy Perry, que casi siempre parece indecisa entre su antigua imagen y la nueva, o quizá sea incapaz de dar algo más que un show súper Disney. Se ve más imaginación en un guión de El Hormiguero que en sus chascarrillos.
Por el contrario, la cantante resulta una gran «entertainer» sobre todo en la primera mitad y hacia su final, cuando es capaz de revisitar viejos éxitos con nuevos sonidos y texturas, o de dotar a algunas de sus últimas canciones de una gran escenografía. Son varios los números absolutamente espectaculares que aparecen a lo largo del set, sirviéndose de la estética pop que ha utilizado en muchos de sus videoclips, y de lo ofrecido en otras giras por Madonna (plataformas que suben y bajan, el cuidado de los interludios, esa obsesión por volar), Beyoncé (el gusto por las formas geométricas, la excelente fotografía, la importancia de dar más visibilidad a mujeres sobre el escenario) o ella misma en su genial Super Bowl, una de las más llamativas que se recuerdan. En muchos momentos, eres consciente, por tanto, de las razones por las que has pagado una entrada tan cara.
También hay que destacar la viveza del directo de Katy Perry. Sus interpretaciones vocales son excelentes, asistidas por dos coristas femeninas disfrazadas como de Sia y un protagonismo justito de los pregrabados, pero lo que se agradece de verdad es poder oír a sus músicos en directo, cuando alguien decidió que había que dejar de cuidar este aspecto en los directos de música pop. Hay un par de momentos en que las baterías y las guitarras eléctricas toman todo el protagonismo de su directo (también parece haber un par de homenajes expresos a Prince), sin que por ello se descuide el carácter bailable de parte del repertorio, en parte presentado en una nueva mezcla apta para la pista de baile. 6,5.
Entre las canciones que agradecen una reinvención sonora están las destartaladas producciones de Max Martin de su pasado. ‘Teenage Dream’ cuenta ahora con una remezcla más electro, como influida por Giorgio Moroder y Pet Shop Boys, que equilibra hasta las decisiones estéticas más horterillas de su vestuario. ‘Hot N Cold’, anunciada mediante un letrero luminoso en sus tetas, suena mucho menos a plástico o prefabricada y a ‘I Kissed A Girl’ se han añadido unos potentes beats de dance noventero, en sintonía con el sonido de parte de ‘Witness’.
Aunque lo mejor es el arranque, con la propia ‘Witness’ ejerciendo a modo de intro, la gran puesta en escena tipo ‘Casino’ o Las Vegas ideada para la enorme ‘Roulette’; seguida esta tan pronto como a los 10 minutos de empezar del que ha terminado siendo el mayor éxito de Katy Perry, ‘Dark Horse’, aquí con una sobria puesta en escena de formas geométricas en rojo; y la notable ‘Chained to the Rhythm’. A esa altura del concierto, uno está seguro de estar viendo uno de los mejores shows sobre la faz, con uno de los mejores repertorios posibles en el mundo del pop actual. Katy Perry ya ha superado los 20 grandes éxitos, ¿así que cómo no va a ser capaz de dar un concierto de 20 grandes canciones?
Las cosas empiezan a torcerse a partir de ‘California Gurls’, con la aparición del tiburón convertido en meme que la cantante popularizó en la Super Bowl. De celebrar su aparición, pasas rápidamente a odiarle pues no se va del escenario ni con agua hirviendo, protagonizando un número totalmente soporífero cuando trata de mostrar sus habilidades al piano. «Es para los niños», tratas de convencerte, rodeado de infantes. Pero el set pierde substancialmente ritmo a partir de ese instante. Los medios tiempos ‘Déjà Vu’ y ’Tsunami’, entretenidos en disco, no funcionan seguidos en directo, sobre todo si anticipan la llegada de varias baladas seguidas, como es el caso de ‘Wide Awake’, ‘Into Me You See’ y ‘Power’, a la que salva más que nada la solvencia de los músicos en vivo. Como defensor de ‘Witness’, uno de los discos más apasionantes sobre una crisis de identidad que se recuerdan en el mundo del pop, no puedo afirmar que las elecciones de repertorio sean las más adecuadas: ‘Pendulum’ habría funcionado mejor hacia la mitad del show en lugar de como bis, no tiene sentido interpretar una canción que no ha gustado a nadie como ‘Into Me You See’ en lugar del pseudo-single ‘Save As Draft’ o incluso la olvidada pero bonita ‘Miss You More’, y desde luego no se comprende nada la ausencia de ‘Hey Hey Hey’, cuando le has hecho hasta un videoclip.
Por supuesto la parte final del concierto remonta con ‘Part of Me’, ‘Roar’ y ‘Firework’, otras de sus piezas más aclamadas, pero queda cierto sabor de boca de oportunidad perdida, porque Katy tenía las armas para mucho más. Una clara muestra es la interpretación en vivo de ‘Swish Swish’, para nuestra redacción, una de las 10 mejores canciones editadas en 2017. Su presentación comienza vibrante, replicando el entretenido número en una pista de baloncesto que Katy Perry ha llevado a varias televisiones. Todo funciona a la perfección: los niños interpretan el ya clásico baile impuesto por el «niño con mochila» reciclado como símbolo anti-bullying (es emocionante ver a tal cantidad de gente haciendo el baile desde el graderío), el público veinteañero o treinteañero lo baila como hit medio underground, te convences de que esta ha de ser la canción que dé un nuevo rumbo a la carrera de la cantante, pues de manera cuasi milagrosa y sin el apoyo de las radios ni de Spotify ha logrado aunar a todo el mundo… y de repente Katy corta todo para incorporar un larguísimo partido de baloncesto entre ella, un padre y su hijo de 10 años, en mitad de la canción, antes del rap. Miras el móvil, te maldices por haber escogido un país para esta gira en el que el mega de datos te sale a 6 euros, te preguntas por qué Suiza no es UE, empiezas a pensar cuán cerca estará Tina Turner, si habrá ido al concierto DJ Bobo, se te va la olla, vuelves… y ahí sigue Katy Perry lanzando canastas junto a dos desconocidos. Un coitus interruptus, si es que tal cosa puede decirse de un concierto concentrado aún para el público infantil.
La crisis de identidad de Katy Perry, dónde concentrar su imagen tras los resultados desiguales de la era ‘Witness’ (sus vídeos y singles siguen teniendo streamings muy altos, las ventas del álbum han sido decepcionantes), es un problema que ya está siendo tratado por su discográfica y su equipo. Especialmente después del éxito de ‘Swish Swish’, convertida en un pequeño icono sin que la canción haya sido top 10 en ningún lado, parece complicado decidir qué hacer con su carrera: ¿más temas tirando hacia el underground o vuelta al sonido familiar que te sigue haciendo llenar estadios? Quizá la respuesta esté en el primer tema que sonó en este estadio tras el concierto: lo cantaba ella misma, pero es de Calvin Harris (todo un experto en «rebranding»), se llamaba ‘Feels’ y fue número 1 el año pasado. 6,5.