‘Mary Shelley’, un biopic con más costurones que el monstruo de Frankenstein

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‘Mary Shelley’, un biopic con más costurones que el monstruo de Frankenstein

Mary Wollstonecraft Shelley empezó a escribir ‘Frankenstein’ en Villa Diodati con dieciocho años. Su futuro marido, Percy B. Shelley, tenía veintitrés. John Polidori, el otro de los invitados que escribió su “historia de fantasmas” (‘El vampiro’) en la célebre velada, tenía veinte. Lord Byron, el anfitrión, veintiocho. Esta reunión, tantas veces representada en el cine (‘La novia de Frankenstein’, ‘Remando al viento’, ‘Gothic’…), alumbró dos mitos del género de terror: el monstruo de Frankenstein y el vampiro. Pero también tuvo mucho de fiesta veraniega de adolescentes adinerados.

Haifaa al Manssur, la directora saudita que se dio a conocer hace cuatro años con ‘La bicicleta verde’, la primera película dirigida por una mujer en su país, acierta en desmitificar esta reunión, en quitarle pompa decimonónica e insuflarle energía adolescente. Sus protagonistas están retratados como posiblemente fueron: veinteañeros apasionados que, en aquel verano “sin verano” de 1816, entre tragos de alcohol y gotas de láudano, hablaron sobre sentimientos, emociones y, de vez en cuando, poesía.

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Sin embargo, la directora se queda corta en su empeño. ‘Mary Shelley’ parece enunciar una relectura en clave pop y feminista de la creadora de Frankenstein y del movimiento romántico inglés. La sensibilidad contemporánea con la que están caracterizados los personajes, desde la lánguida y empoderada Mary (Elle Fanning) a un Shelley con pose de instagrammer y un Byron casi como estrella del rock del siglo XIX, parecen apuntar en esa dirección. Pero no. Más que un biopic tipo ‘María Antonieta’, de Sofia Coppola, ‘Mary Shelley’ se acaba pareciendo a una de esas muchas biografías femeninas que se han estrenado últimamente. A retratos muy convencionales sobre figuras excepcionales como ‘Paula’, ‘Marie Curie’ o ‘Lou Andreas-Salome’.

Como el monstruo de Frankenstein, este biopic necesita varios calambrazos que le insuflen vida. Ni su preciosista ambientación, su elegante escritura visual o su loable discurso reivindicativo lo consiguen. Las enormes carencias del reparto (más que una competición a ver quién escribe el mejor cuento de terror, parece una a ver quién actúa peor), una música que parece un rotulador fosforito (de tanto subrayar), y un afán didáctico de Wikipedia, hacen que queramos que aparezca Igor y entierre esta película en un cementerio decimonónico. 5.

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