Alberto Montero / La catedral sumergida

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Alberto Montero / La catedral sumergida

Cuando se publicó la crítica de ‘Arco mediterráneo’, me llamó mucho la atención uno de los comentarios. Víctor Vilà nos escribía que “el autor estuvo la semana pasada en la radio y comentó que para él, Serrat no es una influencia. Que a él le va un rollo más oscuro, no tan luminoso”. En gran parte de mi texto yo trazaba una relación, que para mí era clara, entre Serrat y Alberto Montero. También me extrañó lo de oscuridad. ¿Cómo, en alguien capaz de componer un disco tan luminoso?

La respuesta a mis dudas se encuentra en esta ‘Catedral Sumergida’. Esa oscuridad de la que hace gala Alberto se ha materializado en un disco difícil, con pocos asideros. Resulta interesantísimo leer los artículos que el propio Montero escribió para la Fonoteca sobre la génesis y materialización de este álbum. “Mi nuevo disco iba a ser un ritual (…) una misa de autoconocimiento, donde pueda llegar a ver quien soy, con todas mis miserias y mis virtudes, y aceptarme”, escribe, esclarecedor. Es curioso que Alberto nos confiese ahí su miedo ante el juicio ajeno y, sin embargo, nos ofrezca un disco tan complicado, tan deliberadamente alejado de esa pulsión pop, ejemplificada en ‘Madera muerta’, que lo tenía atrapado según él (¿y por qué creer que un álbum pop sería peor recibido?). ‘La catedral sumergida’ es un disco muy ambicioso pero… ¿fallido? Más que atraer al oyente, parece querer retarlo; huye de lo fácil y de lo ligero, lo suntuoso se ha apoderado del minutaje. Alberto exprime hasta el final la vena más ceremoniosa de su música, la cadencia morosa se convierte en exasperantemente lenta. Parece que haya querido borrar todo rastro de luz marítima, dejarnos solo con lo antipático del mar y lo severo de su música. Si el título ‘Arco Mediterráneo’ remitía directamente a lo que sonaba el álbum, ‘La catedral sumergida’ también se ajusta completamente al contenido. Pero yo diría que más bien suena a catedral sepultada, donde cada vez falta más el aire, donde todo se torna sofocante y cada movimiento es pesado. Los títulos de las canciones indican claramente la temática religiosa: ‘Confesión’, ‘Oración’, ‘Credo’, etc. Como si Alberto fuera el sacerdote de un culto antiguo y olvidado, del que nos faltan las claves para poder participar.

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Musicalmente, el álbum roza el manierismo instrumental. “Es la primera vez que en un disco mío el protagonismo lo tiene el piano y un cuarteto de cuerdas”, explica también Montero en los artículos. La guitarra, tan propia del cantautor, se margina a favor de estos instrumentos más solemnes, mientras la voz se engola, pierde naturalidad, llegando casi a la tesitura del abad que canta misa. Suena antiguo, a liturgia y a prog setentero. Para hacerse una idea, es como si se dedicara a hacer una reinterpretación, ceremoniosa, del ‘Famous Blue Raincoat’ de Leonard Cohen, pero sin el gancho de los estribillos o las melodías reconocibles.

El principio es bastante prometedor. ‘La llamada’, muy acid-folk, con inicio a chelo, piano y coros eclesiásticos, deja paso a la guitarra y la voz en falsete de Alberto. Pero a partir de aquí empieza lo más cargante. La acumulación de canciones muy similares y sonoridades homogéneas (litúrgicas, lentas) hace que su conjunto resulte pesado. Por ejemplo, en ‘Confesión’, construida con cuerdas y voz, entonado de modo ritual. Alberto abusa de su garganta, quizás no tan presta a esos malabarismos vocales y añade una coda final que se hace interminable. Parece que recupera la gracia del mar en ‘Poseidón’, una dulce romanza con guitarra, aunque enseguida resbala hacia la gravedad.

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De este marasmo tan severo se salvan y se agradecen ‘Credo’, gracias a su onirismo, a su piano conjugado con teclados espaciales y sus requiebros dramáticos; la brevísima y marcial ‘Intención’, complemento de la anterior. También hay chispazos en el corazón de otras canciones; en el desvarío sinfónico de la también escueta ‘Devoción’; en el tramo final de ‘Te veo Alberto’, el momento más pop y luminoso, alternado con otra ración de solemnidad pastoral. O ‘La catedral sumergida’, todo un momento de puro prog hispánico. Quizás el tema que mejor resume la dualidad de este álbum (oscuridad vs ráfagas de luz) es ‘Transfiguración’, la pieza más ambiciosa, que sube en espiral y alterna hermosura y gravedad, momentos emocionantes, casi místicos (el acordeón), con otros plúmbeos (la avalancha de voces enfáticas).

Uno de mis mayores temores al escribir críticas es resultar injusta. No valorar adecuadamente el trabajo del artista, no entenderlo. O peor aún, malinterpretarlo. Sospecho que es lo que me está sucediendo con ‘La catedral sumergida’. No me ha gustado. No es un mal disco y no dudo que ha sido fruto de un esfuerzo descomunal. Hay que agradecerle a Alberto Montero que sea capaz de construir un discurso tan personal, tan alejado de modas y tan fuera del tiempo. Pero, tristemente, ‘La catedral sumergida’ me ha resultado imposible.

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Calificación: 6/10
Lo mejor: ‘La llamada’, ‘Credo’, ‘Devoción’, ‘Te veo Alberto’
Te gustará si te gusta: Luis Eduardo Aute, Leonard Cohen, Sant Miquel
Escúchalo: Spotify

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