‘Cómo acabar con la Contracultura’: Jordi Costa cartografía el underground español desde Almodóvar a Soy una pringada

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‘Cómo acabar con la Contracultura’: Jordi Costa cartografía el underground español desde Almodóvar a Soy una pringada

‘Mondo Bulldog’ (1999), ‘¡Vida mostrenca!: Contracultura en el infierno postmoderno’ (2002), ‘Monstruos modernos’ (2008)… Jordi Costa lleva dos décadas buceando por la cultura de los márgenes; iluminando, como un “espeleólogo del gusto” (parafraseando el título de su pionera exposición en el CCCB), las catacumbas del underground. En ‘Cómo acabar con la Contracultura’ (Taurus), el autor de ‘Mis problemas con Amenábar’ se vuelve a colocar el casco de minero para guiarnos, como reza el subtítulo, por “una historia subterránea de España”.

¿Quién mató a la Contracultura (si es que está muerta)? Como en una novela de Agatha Christie, Costa comienza su libro con un (supuesto) crimen. ‘Peli, Luci, Bom y otras chicas del montón’ (1980) le sirve como metafórica acta de defunción. A través de una estimulante y reveladora relectura del primer largometraje de Almodóvar (una de las muchas que ofrece este fabuloso ensayo), el autor nos da varias pistas sobre los posibles asesinos: vestían pana, instrumentalizaron la Movida y terminaron con la disidencia a golpe de subvención. El “gusto socialdemócrata”, como lo bautiza el autor, asesinó, o por lo menos hirió de muerte, las expectativas utópicas de la Contracultura.

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Como en un flashback de cine negro, Costa se remonta a los orígenes de los movimientos contraculturales en España. Para ello propone un insólito lugar de nacimiento: las bases aéreas americanas de Rota y Morón de la Frontera. Por esa puerta abierta por el franquismo no solo llegó dinero y maquillaje ideológico, también, como un daño colateral, nuevas ideas, sonoridades, hábitos indumentarios y sustancias estupefacientes. La psicodelia encontró en el flamenco un terreno abonado para plantar su semilla. Y a partir de ahí, como un efecto polinizador, se expandió a otros lugares, sobre todo a Barcelona, Ibiza, Formentera y, más adelante, Madrid.

¿Quienes fueron las abejas que transportaron el polen de la Contracultura en España? El músico Gualberto (Smash) y el productor Gonzalo García Pelayo, pioneros del rock andaluz; el dibujante de cómics Nazario, que dejó Sevilla para pasearse por Las Ramblas barcelonesas junto al activista LGTB+ Ocaña; el valenciano Mariscal, que antes de diseñar a Cobi pintarrajeaba en el ‘El Rrollo enmascarado’; el legionario Alejandro Vallejo-Nágera, el “primer hippy genuino español”, hijo del psiquiatra fascista Antonio Vallejo-Nágera, “nuestro doctor Mengele”; el colectivo de cineastas Els 5 QKs; Jaume Sisa; Vainica Doble; Iván Zulueta

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Luego llegó la Movida, la Ley Miró, Barcelona 92… La apolínea Marca España domesticó a la dionisiaca Contracultura. Pero, ¿acabó con ella? En el último capítulo, Costa apuesta por el desplazamiento más que por la defunción. A través de la narración de su encuentro con la youtuber Soy una pringada, califica a esta plataforma como la “profecía cumplida del proyecto utópico de la Contracultura”, un espacio de autogestión creativa con un potencial expresivo enorme. El problema es que por una pringada hay cien mil rubius8’5.

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