No se puede decir que el talento de Richard Swift no fue reconocido en vida, aunque sí, quizá minusvalorado. Su carrera en solitario, pese a contar con álbumes sublimes como ‘The Novelist’ o ‘Dressed Up For The Letdown’ –también con otros no tan brillantes, aunque aprovechables, como ‘The Atlantic Ocean’–, no contó con el predicamento que probablemente merecía. Y su último disco de estudio en solitario y en vida, ‘Walt Wolfman’ –un delirio, imaginando al gran poeta norteamericano como un hombre lobo, emparentado con los Eels más sucios–, data de 2010. A la espera de ese álbum final que preparaba y que su familia asegura que publicará, no parece un bagaje del calibre como para insistir en reivindicar su figura, ¿verdad?
Sin embargo, su visión de la música, a menudo ligada a un perfil tradicionalista del rock and roll, convenció a muchos, especialmente a otros artistas, que deseaban en ponerse en sus manos para grabar sus obras, dentro o fuera de sus estudios en un pueblo de Oregon, los llamados National Freedom. Desde 2010 en adelante, precisamente, Swift fue haciéndose con un nombre como productor, instrumentista o compositor, registrando trabajos y prestando colaboraciones a grupos y artistas muy distintos –más o menos populares, como Pretenders, Laetitia Sadier, Damien Jurado, Foxygen, Valerie June o Tennis, y menos conocidos, como The Mynabirds, Tahiti 80, Cayucas, Fruit Bats, Guster, Born Ruffians, Jessie Baylin o el mallorquín L.A.–. Pero en todos ellos permanece una constante: un gusto exquisito por lograr el “toque Swift”, esa tesitura de mágica atemporalidad que hace sonar a clásico y, a la vez, fresco, ya se tratara de soul, rock, pop o electrónica.
La reputación de Swift por su imaginación y riqueza como músico también le llevó a formar parte de bandas como The Shins, The Arcs o Nathaniel Rateliff & The Night Sweats, a asistir en grabaciones y giras a Hamilton Leithauser o Dan Auerbach, para los que fue un apoyo y un referente frecuente. Una contribución fundamental al pop contemporáneo –podríamos decir, sin rubor, que Swift fue el equivalente underground a Mark Ronson o Greg Kurstin– que hemos reunido en una playlist de 50 canciones de obras propias o ajenas y en orden cronológico, para degustar con calma y deleite, que dan cuenta del profundo calado de la figura de Richard Swift en el panorama alternativo (y no tanto) de lo que llevamos de siglo.