Mi primera pregunta es sobre la fecha de salida del disco. El lanzamiento estaba preparado para septiembre, pero se ha retrasado hasta el 9 de noviembre. ¿Por qué?
Por un tema de la fábrica de vinilos. Están saturadas. Estaba programado para el 18 de septiembre. De hecho, estaba yo en Madrid de promo, llega un e-mail de la fábrica, te llama la discográfica y te dicen: “¡Houston!”. Pero ojalá todos los problemas fueran así. Lo que también sucede es que, como es el primer disco que saco con una multinacional, tuvimos que firmar toda una serie de contratos, que luego tienen que ir a unos despachos en Alemania, luego a un notario de no-sé-dónde, los tiene que mirar todo quisque y, hasta que no están aprobados todos los contratos, no se aprueba el presupuesto ni se lleva a fábrica. Eso es lo que debe haber pasado. Además, decidimos que queríamos sacar todo a la vez. Podríamos hacer el lanzamiento ahora [ndr: la entrevista se celebra a 4 de octubre], pero luego llegaría el vinilo, la gente que ha hecho pre-order, que si te compras primero el cd y luego piensas que querías el vinilo… Todas estas cosas. Piensas en el público, básicamente, y venga, para el 9 de noviembre.
El disco lo ha producido Raúl Pérez…
En La Mina, en Sevilla. Es su estudio, que lo llama así. Está en una casa en una urbanización a las afueras de Sevilla que se llama Torrequinto, de estas que, cuando llegas, hay una caseta tipo de Guardia Civil, con un guardia jurado que te para: (imitando el acento sevillano) “¡Picha! ¿Dónde vais?” “Aquí a la Mina” “Pasa”. Está guay, porque estás dentro de la casa, como de colonias. El estudio es un como de los años 70. La casa es el estudio, dormimos arriba… En ese momento estábamos haciendo una gira por Andalucía, porque así también financiábamos el disco. Me gusta planearlo todo para que nada falle. Es el tercer disco que hago con David [Cordero, Úrsula], tras el de McEnroe ‘Lluvia y Truenos’, produje el disco de Dani Llamas con él… Es un tío que es muy tranquilo. Todo es muy relajado: jornadas que acaban a las nueve de la noche, nos íbamos a cenar a una especie de club de tenis que hay por allá… Es como si estuviéramos veraneando en vez de grabando un disco.
En la entrevista que nos concedió Javier Álvarez, él comentaba que lo que más le gustó de trabajar contigo fue tu profesionalidad. Choca un poco con lo que me estás contando sobre cómo transcurrieron las sesiones de grabación de tu álbum…
Claro, pero también te tengo que explicar que a Raúl le llevo mis pistas hechas. Llevo todas las guitarras y las voces del disco. Trabajo sobre mis maquetas, soy muy metódico. Yo no hago nada en el estudio. Como mucho, regrabo una guitarra. Este es el primer disco en que todas las guitarras son mías, no toca la guitarra nadie más que yo –esto me flipa, no lo había hecho nunca–. Todo lo que escuchas es mío. Nosotros vamos a hacer los bajos de Miquel o Javi Vega, la batería… Y yo en plan: “currad, tíos”. Y a tomarme un cubata, porque ya he hecho lo mío.
«[Sobre la grabación de ’10’ con Javier Álvarez] Hay una parte tierna, porque él tiene una personalidad muy fuerte, es muy tozudo… y yo también. (…) Íbamos negociando. Un poco como un matrimonio»
Con Javier, el tema de la producción se tuvo que planificar muy bien, porque teníamos muy poco dinero y muy pocos días. Él es muy perfeccionista, lleva las voces muy claras y quiso repetir muchas cosas. Por ejemplo, él hace una toma y tú dices: “¡increíble!”. Y él te contesta: “es que lo puedo hacer mejor”. Y eso lo dice porque lo sabe, porque se conoce como intérprete. Son puñetas de cantante, que entiendo y comparto, porque soy cantante. Y claro, nos estábamos comiendo el tiempo. Y yo: “Javier, ¡que tenemos tres días!”. Pero también era divertido el contraste. Él es más despreocupado en este aspecto. Muy profesional también, he de decir. Pero te contestaba “pues volvemos a grabar”. Él venía de trabajar con Suso Sáiz, que es un productor del copón, con un estudio de la hostia, con tiempo ilimitado… Yo vengo de otro rollo. De currar con Santi García, que somos capaces de grabar un disco en un fin de semana. El primer disco de Mourn se grabó en un fin de semana y costó 500 euros. Y suena como un trueno. Javier nunca había trabajado en este contexto, en plan “es que no tenemos pasta, pero estamos con un equipo de gente muy guay”. Y al final confía, pero también hay estos rifirrafes. Hay una parte tierna, porque él tiene una personalidad muy fuerte, es muy tozudo… y yo también. Había estos momentos de “no, no. Esto se queda así”. Y yo: “no, no. ¡Esto no se queda así!”. Que sí, que no… y al final tenía razón. Íbamos negociando. Un poco como un matrimonio.
Volvamos a tu disco. Una de las primeras cosas que me han llamado la atención es la exuberancia de arreglos que contiene, en comparación con ‘Oh, rompehielos’, donde querías respetar mucho el sonido de la maqueta. ¿Has cambiado de idea en ‘Una canción de cuna entre tempestades’?
¡No, no, no! ¡Las maquetas las respeto mucho desde ‘Libre asociación’! ‘Oh, rompehielos’ fue una de las mejores experiencias de componer en mi vida, porque fue la primera vez que no tenía ni un duro para grabar. Por eso el disco era muy austero. Cuando no tienes elementos ni presupuesto, te has de romper la cabeza. Allí conseguimos algo muy especial, había mucho aire. Había las guitarras españolas, los arreglos eran más rítmicos y percusivos. Y aquí [en ‘Canción de cuna entre tempestades’] hay más guitarras, es un disco más de banda. Hay pasajes en que yo pensaba que me gustaría meter arreglos de cuerda, para darle un rollo más cinematográfico, peeero… sin pasarnos, porque si no, se te va la mano y queda un poquito como de ‘Superman’. El arreglista es Antonio Fernández, que es quien hizo los arreglos de ‘Perspectiva caballera’ de Señor Chinarro. Es un tío que no es nada invasivo. Nos trajo un montón de propuestas, estuvo todo un día grabando varias cosas y me dijo: “tú escoge”. El trabajo que hicimos fue elegir para no saturar tampoco el disco de cuerdas. Y están, pero no constantemente. En el minutaje van entrando y así tampoco es tan melodramático. Que ya es bastante intenso…
«Sí que hay oscuridad en este disco, pero hay mucha luz, también»
Por ahí iba la siguiente pregunta… Porque esta “joie de vivre” que me has explicado respecto a la grabación, contrasta mucho con la temática del álbum, con esa oscuridad que siempre has tenido en tus discos, pero que aquí es más acusada. Aunque es una oscuridad algo más abstracta, ¿no?
Sí… con ‘Oh, rompehielos’ intenté dar un giro a la lírica, que ya que empecé a pulir un poco en ‘Tinieblas por fin’. A partir de aquí hacia adelante, todo se ha vuelto más poético, dentro del cripticismo, porque tampoco me gusta ser muy literal –ya lo fui al principio-. Sí que hay oscuridad en este disco, pero hay mucha luz, también. En la música, el texto y, sobre todo, las voces, que es lo que más he trabajado en este disco. Me he preocupado sobre todo en la forma de cantar, en intentar cantar diferente, hacer giros diferentes con la voz… Y pienso que está bien equilibrado, de forma accidental o inconsciente, la parte oscura con la parte luminosa. Pero el resumen es que en el disco hay esperanza. Todas mis canciones, toda mi obra, es sobre lo mismo: habla de conflicto. Conflicto interno, externo, lo que sea. Pero también de buscar una salida. Lo que pasa es que yo no me ahorro el vinagre.
Sí, porque hay piezas como ‘Un posible final’, que es muy apocalíptica, con todas esas imágenes en que Rocío Márquez y tú parecéis narrar el fin del mundo… Pero al final, en el cierre de ‘Tengo el as’, la última canción, se escucha el balbuceo de un niño, lo que otorga ese brillo de esperanza. ¿Es tu hijo?
Sí, es mi hijo. El leit motiv del álbum está muy influenciado por el niño. Me he pasado muchísimas horas con él durante los últimos tres años, porque mi trabajo me lo permite. Y mi pareja también es artista –es bailarina-, también viaja mucho y, entre semana, cuando ella ha tenido mucho trabajo, pues yo me he quedado con el niño “a full”. Hace 23 años ya que soy padre, lo que pasa es que esto me pilla más mayor. Fui padre con 19, ahora tengo 42 y, volver a ser padre con 40… Claro, te lo tomas de otra manera, porque eres el padre, pero también eres como el abuelo.
«Fui padre con 19, ahora tengo 42 y, volver a ser padre con 40… Claro, te lo tomas de otra manera, porque eres el padre, pero también eres como el abuelo»
Lo que hago con mi hijo es entrar en su mundo. Cuando estoy con él, el tiempo es… como que se para. Pueden pasar todas las horas, el teléfono lo dejo de lado. Como yo ya tengo la vida montada y organizada es como ¡venga! ¿Qué quiere pasear –que es lo que más le gusta–? Pues me meto unas pateadas como no me las he metido en mi vida. Me fijo en lo que él se fija: en los árboles, en todo esto. En la lírica hay muchos árboles, mucho mar, que son todas las cosas en que el niño hace que me fije, porque para él todo es nuevo, está en un mundo que es como tierra de nadie. Pero, a la vez, es un mundo, una realidad, que existe, que es la suya. Pero coexiste con la mía, con la tuya… que está más dentro del sistema. De aquí viene el título [del disco]. Habla de esto, de vivir una cosa que es muy pura, la esencia de la curiosidad, de descubrir, de no tener noción de la mortalidad ni de nada, de toda esta vitalidad dentro de un entorno completamente hostil, como es la época actual que estamos viviendo, que es bastante deprimente a todos los niveles. Hay estas dos cosas en el disco. De una manera muy abstracta, como dices.
Como has explicado, fuiste padre con sólo 19 años. ¿Cómo pudiste combinar la paternidad con el trabajo y la carrera musical ?
Cuando lo empecé a hacer en serio, Jazz ya tenía once años y Leia ocho. Entonces ya es más fácil. Ya son personitas con las que puedes dialogar, que lo entienden todo. También ellas lo vivieron desde siempre, desde muy pequeñas ya tenían claro que yo tocaba, lo vivían con normalidad. También era bonito porque te decían “qué guay, ¡no eres el típico padre!”, esas cosas que te dicen los niños. La madre de mis hijas siempre tuvo un trabajo más de oficina y cuando yo decidí dedicarme a la música, le pareció fantástico, porque entonces yo las podía ir a recoger al cole, hacerles la comida, pude pasar con mis hijas esta segunda etapa de su infancia. Durante la primera sólo las veía los fines de semana, porque entre semana tenía un trabajo normal que era un infierno. En este sentido, fue más positivo.
Sobre el entorno hostil, ¿crees que la situación que hemos vivido en Catalunya durante el último año te ha influido también a la hora de elaborar el disco?
De alguna forma sí. ‘Melodrama histórico’ la escribí el día después del atentado en Barcelona. Es producto de eso, aunque no hable del todo. O quizás sí, ¿sabes? Tuve la necesidad de bajar y ponerme a escribir, porque fue algo que nos tocó muy de cerca. Es lo más triste: cuando más cerca te toca, más te das cuenta de las cosas. De lo otro… yo tampoco soy un gran analista. Mi opinión tampoco creo que te ayude mucho. Evidentemente, hay cosas que me indignan, con lo que no estoy de acuerdo, como que haya gente en la cárcel. Pero, no sé. Yo tengo la suerte de dedicarme a lo que me dedico y, de alguna manera, creas un ecosistema dentro del sistema para que el sistema no te haga tanto daño. El sistema es una máquina que va a saco, es demoledor. Es muy difícil cambiar las cosas, lo que sucede es que quizás las tendremos que cambiar, aunque no sé de qué manera.
¿Cómo surgió la colaboración con Rocío Márquez?
Es amiga de Javi Vega y su mujer, Elena. Yo había escuchado sus discos, me gusta mucho lo que hace. Y hablando con Javi en mitad de la grabación, dije “molaría mucho hacer esto”. Me pasó el teléfono y, hasta que no tuve una canción que le pudiera enviar –que fue ‘Un posible final’–, no se la envié. Y la verdad, ha quedado muy bonita. Me gusta mucho cómo ha quedado, porque tampoco sabíamos qué estábamos haciendo hasta que no la acabamos.
«En general nos comemos unas cosas intolerables, pero porque los poderosos han hecho muy bien el trabajo con sus herramientas de deshumanizar»
Sí porque, a pesar de ser tan apocalíptica en su letra, es hermosa, no resulta angustiosa.
Porque no juzga. Te está planteando un escenario, pero sin dramatismo. Es más descriptiva. Creo que el acierto es este, este punto de vista. No se recrea en “¡vamos a morir todos!” (risas). Es una forma de señalar el abuso de poder, el lado horrible que hay dentro del poder, que viene a cuento por lo que comentabas de lo que ha pasado en los últimos años aquí. Vas viendo los engranajes reales que hay entre bambalinas o de alfombras para abajo y el nivel de tolerancia del ser humano a estas mierdas. En general nos comemos unas cosas intolerables, pero porque los poderosos han hecho muy bien el trabajo con sus herramientas de deshumanizar. Ahora puedes ver tragedias a la hora de comer, las has visto desde que eras pequeño, estás acostumbrado y un poco anulado. Si realmente, cuando estás viendo estás imágenes, les prestaras atención y te dejaras llevar un poco, te destrozarían. Existe esta maldad, esta gente completamente egoísta que, para conseguir su objetivo, le da igual destruir la vida de otras personas, de gente más débil o destruir la naturaleza. Estamos demasiado enfocados en lo material. Es un poco lo que explica la canción. Y que todo esto nos va a llevar a la ruina.
‘En el centro del baile ’ parece un grito de ayuda a alguien, pero también, de nuevo, puede interpretarse como miedo impreciso ¿no? En plan “está yendo todo bien, ya verás que algo malo sucederá”.
Es muy ambigua. Yo a menudo no sé de qué estoy hablando. Las letras y la melodía de la canción es la última cosa que hago y, entonces, improviso mucho, cuando las músicas ya están cerradas. Entonces es cuando yo me pongo a cantar, porque me gusta capturar ese momento de “¡Métete en la atmósfera esta, a ver qué sale!”. Jugar un poco, con la voz, con todo. Lyona hizo un vídeo muy guay donde da un punto de vista acertado, que es el miedo escénico, ese miedo escénico a estar en el centro del escenario, donde todo siempre ha de funcionar y nunca sale como querrías, porque la música es una cosa muy visceral. Por mucho que lo calcules, un espectáculo, una interpretación, nunca la puedes hacer igual porque depende de muchas cosas. Y, a la vez, estás siendo observado. Y ahora más que nunca.
Cuando nosotros éramos jóvenes, íbamos a un bolo a Zeleste, entrabas con una cámara y el segurata te decía que te volvieras a casa o que la dejaras ahí. Tampoco hace falta ser tan drástico, pero ahora es un festival. Tú estás haciendo un bolo e imagínate que, técnicamente, ha habido muchos problemas, pero tú has de hacer el concierto porque la gente ha pagado dinero… y ahora todo el mundo lo está grabando todo constantemente, cuelgan esos vídeos. Y claro, eso, de alguna manera, afecta también a tu interpretación. Lo mejor cuando estás haciendo un bolo es no pensar. Pero, cuando estás rodeado de tantas cámaras, es inevitable que pienses. Entonces tienes que hacer un doble ejercicio de ignorar esto, que a mí me costó muchos años. También hago muchos bolos en sitios pequeños, con la gente muy cerca y a veces te encuentras con tablets en la cara.
«Que puedas escribir un tuit desafortunado en algún momento, tampoco te define, porque tú no piensas de la misma manera constantemente o toda la vida»
Mientras no trates de pegarles una patada, como hizo M Ward en Bilbao…
Pues mira, eso lo puedo entender. Puedo entender ambas cosas, porque también se ha de empatizar. Yo también reñía a la gente. Pero con el tiempo te vas dando cuenta de que la gente tampoco tienen la culpa del todo, porque al final es la propia sala que está organizando el evento la que también puede educar un poco a la gente para que no haga estas cosas. Existen sitios como el Heliogàbal, el Pop Torgal en Orense o El Veintiuno en Huesca donde saben cómo hacer las cosas y el público sabe lo que puede y no puede hacer. Si tú al público le dejas hacer lo que sea, pues todo el mundo hace lo que le da la gana, tampoco nos han dado un manual de instrucciones con los teléfonos. Nos los han metido en nuestras vidas y aún estamos aprendiendo a usarlos, como las redes sociales. Has de entender que la gente no sabe cómo usar todo esto. Y te das cuenta de que escribes un tuit sobre lo que sea, o cuelgas algo y, en realidad, estás pensando en voz alta. Pero que puedas escribir un tuit desafortunado en algún momento, tampoco te define, porque tú no piensas de la misma manera constantemente o toda la vida. La gracia es que te des cuenta de que el otro puede tener razón y tú estar equivocado… Me he ido un poco de la idea. Pero sí, ‘El centro del baile’ va de eso, del pánico escénico. Puede ser una pesadilla, también…
O sea, que sigues con el mismo método “inconsciente” de escribir letras que llevas practicando desde 2011…
Exacto.
El anterior disco era un diálogo, pero este es más bien un monólogo.
Hummm, no sé, tampoco me lo he planteado. He intentado escribir este disco más desde fuera.
Es que en ‘Oh, rompehielos’ parecía que siempre te dirigías a otra persona, pero en este cuentas una historia, o no te diriges a nadie en concreto.
Es básicamente eso. En los otros discos el narrador sabes quién es. Y en este es alguien que lo está viendo desde fuera, que quizás no participa o no sabes con quién habla. Me pasé un verano leyendo un montón de poesía de Paul Celan, Ingeborg Bachmann, los «poetas del Holocausto» como los llamo yo. Hay mucha belleza ahí, en gente que viene de situaciones terribles, pero que es capaz de impregnar la tragedia de una belleza brutal. Aquí no es tan bestia, pero la manera de enfocarlo está algo influenciado por esto.
«[Sobre ‘Charleston (flores y dolores)’] Leyendo a Umbral me vino todo este viaje, estos flashes que a veces te vienen (…). Y eso me hizo pensar en hacer mi propia cosa basada en ambas, en la original y la versión»
Choca la presencia de ‘Charleston (flores y dolores)’, de ese “Mama, cómprame unas botas…”, que yo la recordaba como una canción de patio de colegio. No sabía que la habían cantado Enrique y Ana. Mucho menos Marujita Díaz.
Leyendo un libro de (Francisco) Umbral, no recuerdo cuál, citaba esta canción. Y tuve un déjà-vu: cuando era muy pequeño, yo pensaba que era de Enrique y Ana. Un día, viendo la tele con mi madre, daban la película ‘La corista’ y para mí fue como un regreso al futuro. Yo era tan pequeño que no lo entendía. Le preguntaba a mi madre: “mama, si esta peli es antigua, ¿cómo pueden cantar la canción, que es de ahora?”. Y ella me contestaba: “no, hijo. Es que son ellos [Enrique y Ana] los que hacen una versión de esta canción”. Y leyendo a Umbral me vino todo este viaje, estos flashes que a veces te vienen y recordé toda esa escena. Y eso me hizo pensar en hacer mi propia cosa basada en ambas, en la original y la versión. “La voy a convertir en otra cosa, voy a coger una frase de la canción, voy a hacer una melodía ligeramente distinta y la voy a convertir en la historia que me salga a mí de las narices”. Este era el ejercicio.
En ‘Cielos estrellados’, en mitad de todo sueltas un “a la mierda con todo, a ver qué pasa”. ¿este sí que es autobiográfico? Porque el exabrupto contrasta con la placidez del resto de la canción…
Es muy umbraliano también. La canción está hablando de cosas bonitas y… ¡a la mierda con todo! En el momento en que estoy yo ahora es un poco esto. Si ahora se detuviera nuestro mundo, ¿qué pasaría? A lo mejor no pasaría nada. El mundo sigue. La idea es que estamos tan metidos en nosotros mismos, porque somos unos seres con los sentimientos tan a flor de piel, a pesar de estar embotados como estamos, que nos afecta cada chorrada a tal nivel que… y la canción viene a decir esto, que todo depende de cómo recibas las cosas. Si estás jodido y lamentándote, en plan “qué mal me va todo” y te regocijas en eso, no te das cuenta pero, al final, te lo estás haciendo a ti mismo. Aunque te haya sucedido algo trágico, tú decides dejar ir o no las cosas. La canción muestra esta idea de una manera poética, incluso divertida, porque da un giro.
«Si te dedicas cada tres meses a sacar dos singles que puedan ser cojonudos y ya está, es más factible tener éxito»
El disco lo has presentado con tres canciones de adelanto, con sus respectivas caras B –que no saldrán en el álbum–. ¿Estás reivindicando el formato single? ¿Crees que tiene vigencia en la era digital?
Joder… ¡sí! Yo creo que es un formato que ya existía en su día, que estaba muy bien. Y estamos volviendo a eso. La gente joven –cuando veo a mis hijas y sus amigos cómo escuchan música–, no escuchan discos enteros, van picoteando. El formato del álbum que nos gusta a nosotros es algo sentimental. A mí ya me gusta hacerlos, pero es un trabajazo. En cambio, si te dedicas cada tres meses a sacar dos singles que puedan ser cojonudos y ya está, es más factible tener éxito. Cuando salieron Haim se pasaron ocho o nueve meses sólo sacando singles. Ya vamos hacia allí. Ya hay gente muy mainstream que pega un hype del copón sólo con una canción. Mira lo que está haciendo Rosalía. Aún ni ha salido el disco y todo el mundo tiene ya unas ganas locas de comprárselo. Evidentemente, las canciones son muy buenas. Está muy bien pensado pero, en realidad, es cómo funcionaba la industria antaño. Esta es la paradoja. Actualizar un modelo antiguo pero para sumar.
Si consigues hacer una canción que sea muy buena y que pueda llegar a tanta gente, es fantástico. A mí no me ha pasado nunca a ese nivel. Tampoco lo espero, porque tampoco tengo un perfil como para manejarlo. Me gusta ir a comprar el pan y volverme a mi casa y ya está. Yo ya estoy contento en el sitio donde estoy. Es una cosa en la que estoy dividido. Hay un punto de ego artístico en plan “voy a hacerlo lo mejor posible” pero, a la vez, también me gusta resguardar mi privacidad y mi vida, que sea lo más normal posible. De salir de gira, lo que más me gusta es volver a casa. Y me lo paso muy bien, ¿eh?
«A partir de los 40, cuando acabas un bolo, estás en plan “dame una cama, que me quiero morir”»
Pero también son cosas complementarias, ¿no? Si no salieras de gira, lo echarías de menos…
También me permite tener otra vida dentro de mi propia vida. Vivir de la música tiene este encanto. Pero yo, como soy géminis, lo tengo como muy dividido. Lo que me gusta es cantar e interpretar lo mejor que pueda. No soy un gran frontman, no voy a hacer el “moonwalk” porque, además, tengo una pierna hecha una mierda de un accidente de moto y soy cojo –y la gente no se entera, pero por eso me muevo menos que una escoba–. Entonces, ¿yo qué puedo explotar? Pues mi voz y hacer lo mejor que pueda para intentar emocionarme haciéndolo, que al menos haya dos o tres momentos en el bolo en que la gente diga “ostras, ¡aquí ha pasado algo!”. Con esto ya me doy con un canto en los dientes. También es verdad que, a partir de los 40, cuando acabas un bolo, estás en plan “dame una cama, que me quiero morir” (risas). No tienes la misma energía. Yo me imagino haciendo ahora un bolo de Madee y me muero después. ¡Llama a la ambulancia! Acabas hecho mierda.
Ahora se cumplen 10 años de la aparición de The New Raemon (y 20 de Madee, por cierto).
¡Qué coño! Pep y yo, que somos el motor de Madee, empezamos a tocar ¡hace 28 años! Cuando yo tenía catorce. ¡Son muchos años! Muchos años en que esto es el centro de tu vida y ha habido épocas para todo. Épocas de “¿qué hago aquí en Calasparra, con una guitarra en un café?”. Pero después te das cuenta de la suerte que tienes. Dentro del sistema, es ser un poco outsider, porque tu forma de vida no es convencional. Sobre todo porque el oficio de músico aquí no se considera como tal. Estamos en las antípodas de países como Francia o Bélgica, donde se considera un oficio, donde hasta tienes ayudas si no estás girando porque entienden que estás componiendo y, cuando tú estás componiendo y creando, estás trabajando. El estado te ayuda porque valora la cultura. Aquí estamos con el “¿eres músico?” ¿Y qué tocas?”. Es un poco absurdo. Pero sí que es un oficio, en el momento en que tú decidas que lo sea. Yo lo decidí hace diez años. Con Madee ya lo tenía claro, pero teníamos otros trabajos. Y los grupos funcionan con otra dinámica. Y también somos amigos desde que íbamos al colegio. La confianza no da asco pero… es muy curioso, porque aún pagamos local de ensayo cada mes pero no ensayamos. Pagamos poquito, porque lo tenemos compartido entre varios grupos –entre ellos, Mourn–. En realidad, nos da pena dejar el local, porque sabemos que, en el momento en que lo hagamos, el grupo se acabará. Es una cosa muy absurda lo de este grupo.
«[Sobre su decisión de ser músico profesional] No quería llegar a la edad que tengo ahora y pensar “¿y si hubiera hecho aquello?”, porque eso es lo peor que te puede ocurrir»
Entiendo que The New Raemon nació de esa necesidad que tú tenías de profesionalizarte, ¿no?
Sí, porque con Madee no necesitábamos vivir del grupo. Nos lo tomábamos como un hobbie, al que le dedicábamos mucho cariño y tiempo, pero una cosa aparte de trabajar. Los discos daban mucho trabajo –el último, ‘L’Antarctica’, nos pasamos cinco semanas grabándolo–. Muy bonito todo, disco del año, se ha valorado el trabajo, pero… después el grupo, ¿qué hacía? ¿Quince bolos en un año? Y yo en aquel entonces llevaba mucho tiempo trabajando en un empleo que no… Y me decía: “yo quiero ser músico. Yo quiero tocar, quiero hacer canciones, es lo que se me da mejor. No quiero estar aquí, en una oficina hasta las ocho de la noche, llegar a casa a las nueve, ver si mis hijas están despiertas o no…” Y fue cuando hice el click: “monto esta historia yo solo y, si no me sale bien, pues me olvido”. Pero no quería llegar a la edad que tengo ahora y pensar “¿y si hubiera hecho aquello?”, porque eso es lo peor que te puede ocurrir. Y fue una buena decisión, porque la empresa en que estaba, al cabo de un año y pico se fue a la mierda (risas). Ha merecido la pena, tuve que aprender a vivir de una manera más modesta porque no ganaba tanto dinero. Al final esto reajusta las cosas. Y ahora me gano la vida con la música. Que a veces la gente se piensa que, como un día sales en La Vanguardia o en la tele, meas colonia. Y yo me gano la vida de una manera muy modesta. Me doy por satisfecho, he tenido mucha suerte. Sé que es flipante dónde han llegado otros compañeros de profesión, pero eso es otra cosa. Es como cuando veo a Santi [Balmes] con Love of Lesbian. Han currado mucho, es un grupo al que nadie se lo puede discutir. Cuando empezaron, picaron mucha piedra. Y al final, mira. El Santi del principio no tiene nada que ver con el Santi de ahora. Es un frontman total. Tú vas a ver un bolo de ellos y puede gustarte o no, pero está muy bien hecho. Pero yo no me veo haciendo eso. Soy incapaz de hacer lo que hace Santi. Yo no tengo esa visión. Soy más de “escucha mis canciones” (risas).