Yo de mayor quiero ser como ‘Grace y Frankie’

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Yo de mayor quiero ser como ‘Grace y Frankie’

Cuando eres pequeño no tienes ningún prejuicio contra la vejez: quieres pasar todo el tiempo del mundo con tus abuelos, que parecen vivir en unas vacaciones eternas como tú y te cuidan cuando tus padres ya no te aguantan. Decía Joe Crepúsculo en ‘Los viejos’ que «los abuelos son los ángeles de los nietos». Después, te haces adolescente y adulto y las cosas se complican: solo quieres estar a tu rollo o con gente de tu edad, aparecen los primeros achaques y el miedo a la muerte, y entonces la vejez se convierte en algo de la que huir como de la peste. También decía la misma canción de Joël: «De jóvenes nos las arreglamos para gustar, en cambio los viejos para no molestar».

Ya en los 80 ‘Las Chicas de Oro’ rompieron una lanza a favor de la ancianidad. Tener 70 u 80 años no tenía por qué ser gris y deprimente. La imagen de nuestras abuelas o bisabuelas, vestidas perennemente de luto, se diluía con este modelo americano. Dorothy Zbornak, Rose Nylund, Blanche Devereaux y Sophia Petrillo no «molestaban» a nadie. Eran sus hijos en todo caso quienes las molestaban a ellas. La sitcom ha sobrevivido el paso del tiempo de maravilla (por algo la están reponiendo todas las tardes en La Otra), gracias a su acidez y modernidad. Ser mayor no significa no follar. Ser mayor no significa no querer estar guapo. Ser mayor no significa quedarse esperando a la muerte haciendo punto o viendo la tele. Ser mayor no significa no hacer chistes de zoofilia o no tener humor negro. La mediocre -aunque adictiva, lo reconozco- ‘Sexo en Nueva York’ nunca tuvo el atrevimiento de ‘Las Chicas de Oro’ décadas antes.

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Ahora que tantas canciones nos hablan del síndrome de Peter Pan, de la parodia social de Novedades Carminha en ‘Joven con la edad’ al inaudito «quiero sentirme joven por última vez» de ‘Señores’ de Rusos Blancos, ver ‘Grace y Frankie’ debería ser recetado en todos los centros de salud. Mientras una generación de treintañeros y cuarentones apela sin descanso a la edad que tiene y a lo mayor que se siente ajena a las sabias palabras de Christina Rosenvinge (he visto gente que no ha empalmado en su vida quejándose de que ya no tiene «edad» para empalmar), la serie protagonizada por las estupendas Jane Fonda y Lily Tomlin comienza cuando sus maridos las abandonan para casarse entre sí, pero solo para mostrar al espectador que la vida de ellas no tiene por qué detenerse ahí: todo un abanico de posibilidades se abre cuando ambas vuelven a enfrentarse a la soltería en torno a los 76 años (bueno, Grace se quita unos pocos).

Es difícil dilucidar quién mola más, si Grace, el personaje pijo y alcohólico de Jane Fonda; o Frankie, el personaje jipi y fumeta de Lily Tomlin (¡cuánto puede definir un tono de móvil la pachorra de una persona!). Es imposible no adorar a las dos al resultar perfectamente complementarias. Juntas, cada una a su manera, afrontan este nuevo momento de sus vidas sin dejar de sorprender a la audiencia a lo largo de las 5 temporadas que ya se han subido. Puede que en los primeros episodios te preguntes si realmente la trama puede dar mucho de sí, pero lo mejor es que la serie, tras un inicio titubeante, se va creciendo. Entonces te das cuenta de que tu pensamiento ha sido puro «ageism» y una de las claves de la serie. Su desarrollo como empresarias, por ejemplo, da lugar a muchas de las mejores historias, subrayando al espectador que no hay que rendirse aunque la espalda te falle, que lo mejor siempre puede estar por venir. Porque hay maneras de masturbarse cuando la artritis te lo impide. Porque te puedes seguir subiendo en una tarima a bailar y si a alguien le molesta que no mire. Porque te puedes seguir emborrachando y amanecer en un bosque con el pelo lleno de ramas a la mañana siguiente si es lo que te apetece cuando te llevan a un retiro espiritual. Y porque los highlights de la vida de tus hijos no tienen por qué ser tus highlights. Por el camino, hace un precioso retrato de la amistad anteponiéndola incluso al amor de pareja, y hay también por supuesto un claro alegato feminista, puesto que estas dos mujeres solo quieren depender y dependen de sí mismas.

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Sin moralinas -a diferencia de las últimas temporadas de ‘Las Chicas de Oro’, que sí fueron algo infumables en su aleccionamiento social- ni tampoco fantasías -el capítulo en el que Grace se quita las pestañas postizas es demoledor- ni momentos lacrimógenos a diferencia de por ejemplo ‘Will y Grace’, ‘Grace y Frankie’ presenta poquísimas pegas. No es tan desternillante como otras comedias, es una serie mucho más tranquila, pero por el contrario no presenta casi episodios de relleno ni decae demasiado. El matrimonio gay no mantiene demasiado el interés como secundario, cayendo enseguida en la monotonía (¿será una metáfora, una venganza, una casualidad?), si bien hay otros secundarios destacables. Tenemos a Ethan Embry, que interpreta a Coyote y es tan mal actor como cuco y abrazable; y muy especialmente a Brianna, la «hija no maja» de Grace, que requiere de un spin-off lo antes posible. Alegría: está confirmada la sexta temporada. 8,5.

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