En el ecuador del festival de Cannes –los pasados tres últimos días- pudimos ver algunas de las películas más esperadas de un certamen que, si bien no está destacando por tener un gran número de revelaciones, sí que está manteniendo un nivel medio ejemplar.
Debutó por primera vez en la sección oficial de Cannes el cineasta norteamericano Ira Sachs con ‘Frankie’, una película rodada en Sintra donde la protagonista, interpretada por Isabelle Huppert, convoca unas vacaciones familiares para dar la noticia de que le queda poco tiempo de vida. Sachs evita centrarse en este conflicto, utilizando esta premisa como recurso para indagar en los problemas personales de todos los miembros de la familia. Es una cinta que cuenta con diálogos inteligentes y buenas actuaciones (destacando especialmente la siempre magnética presencia de Marisa Tomei). Probablemente se trate de uno de sus trabajos más satisfactorios.
Los veteranos Jean Pierre y Luc Dardenne, en su enésima participación en competición, presentaron un trabajo cien por cien fiel a su estilo, que aunque quede muy lejos de ser de sus mayores logros, cuenta con interés la historia de un chico musulmán de trece años radicalizado por culpa de su imán. El filme no ofrece nada que no hayamos visto antes en su cine, pero tiene esa cualidad para atraparte gracias a su pulso narrativo. Su mayor problema reside en un final que no remata y que da la sensación de que los cineastas han querido dejar ahí su historia por no meterse en problemas ideológicos. En cambio, quien sí dejó una muestra de lo mejor de su cine es Bong Joon-ho con una imprevisible y muy entretenida historia sobre la brutal diferencia entre clases sociales. Su punto fuerte es cuando la comedia se apodera del relato, aunque sería injusto no reconocer que los giros hacia el thriller son igualmente brillantes. Consta de tres actos muy diferenciados, dos de ellos excelentes, por lo que es una pena que en el tercero se descontrole tanto. Pero, con todo, es tremendamente disfrutable.
Y, por fin, tras interminables colas y quedarme fuera de dos pases, pude ver la esperadísima ‘Once Upon a Time in Hollywood’, de Quentin Tarantino. Su narrativa es totalmente libre y desestructurada, pero lejos de ser esto un defecto, el cineasta realiza la que es la mejor de sus últimas películas. Una auténtica carta de amor al cine, llena de nostalgia y de cariño a sus personajes. Leonardo DiCaprio y Brad Pitt están extraordinarios, y tienen una gran química en pantalla. Margot Robbie, en un papel muy pequeño, está también cautivadora como Sharon Tate (atención a ese trabajo vocal). Tarantino enamora gracias a un guion plagado de secuencias escritas con una inteligencia notable. Y, si durante dos horas te mantiene atado a la butaca, los últimos cuarenta minutos son para levantarse y aplaudir. Debería tener un hueco en el palmarés. Así como Xavier Dolan, en su vuelta a Cannes tras la fallida ‘Solo el fin del mundo’ con ‘Matthias & Maxime’. El canadiense narra la confusión del autodescubrimiento de dos personajes; dos mejores amigos que ruedan un corto para la hermana de uno de ellos en el que tienen que besarse. Ese hecho supondrá un caos interno para ambos, además de que Maxime está a punto de irse a Australia a vivir durante dos años. La película más que querer ser una historia de amor –que también-, retrata un estado vital.
Dolan pone en pantalla sentimientos complejos con sutileza -esto es nuevo-, aunque hay momentos musicales (pocos) y alguna conversación histérica tan propias de su cine. Pero aquí está mucho más contenido que nunca. Se trata de su obra más madura, puede que también la más triste y la más sincera. Por supuesto, no va a gustar a todo el mundo, pero desde aquí la reivindicamos como uno de sus mejores trabajos.
Arnaud Desplechin presentó un intento de thriller de investigación fallidísimo. ‘Roubaix, une lumière’ es la película más floja de la selección. Dos largas horas en las que el cineasta francés parece perdido, tanteando lo que quiere contar. Cuando finalmente lo decide, es demasiado tarde, y la manera de hacerlo es monótona y poco efectiva. Su forma de añadir tensión es haciendo que la música no deje de sonar en ningún momento. Y agota.
En Una cierta mirada, ‘Adam’, la opera prima de la marroquí Maryan Touzani empieza con una mujer embarazada, nueva en la ciudad, buscando un sitio donde poder dormir. Finalmente, tras muchas negativas, es acogida por Abla, una mujer de muy mal carácter que lleva una pastelería y tiene una hija de diez años. Cinematográficamente no ofrece nada que no hayamos visto muchas veces. Es cine reivindicativo hecho con molde y con pocas ideas más allá de su obvio mensaje. Aunque seguramente a Nadine Labaki (presidenta del jurado de esta sección) le gustará. Otra manera muy diferente de hacer cine de denuncia es la de Midi Z con ‘Nina Wu’, una suerte de ‘Perfect Blue’ de acción real que expone el machismo en la industria del cine y el trato que reciben las actrices para poder conseguir un papel. La película es una metaficción con ecos lejanos al cine de Lynch y Winding Refn. Tiene un guion sorprendente, está filmada con mucha solvencia y cuenta con algo excepcional: una interpretación de Wu Ke-Xi -también guionista- arrebatadora. Como anécdota, estaba Tarantino viéndola en la sala.
El cine español también vivió su momento en esta sección. Por un lado, ‘Liberté’ de Albert Serra, destinada a levantar amores y odios desde el mismo momento en el que el cineasta pensó en hacerla, se ambienta en el siglo XVIII antes de la Revolución Francesa. Sin embargo, nada tiene de drama histórico o de época. La idea es representar la decadencia de las clases altas mediante un grupo de libertinos que están en contra del gobierno conservador de Luis XVI. Toda la cinta (135 minutos) sucede en un bosque de noche, en el que se dan todo tipo de prácticas sexuales, a cada cual más grotesca. Da la impresión de que Serra solo busca provocar y desesperar al espectador, ya que su filme podría durar diez minutos y sería exactamente lo mismo. Cine radical, amado por algunos, incomprendido por la mayoría (en la que me incluyo).
Por otro, Oliver Laxe regresaba a Cannes por tercera vez con su tercer largometraje ‘O que arde’, que cuenta la historia de un hombre que acaba de salir de la cárcel tras dos años de condena por haber quemado un bosque. Regresa a casa de su madre en una aldea en los montes de Galicia y la vida sucede con calma, hasta que un día vuelve a pasar un nuevo incidente. Laxe cautiva con su cine contemplativo, lleno de detalles poderosos y de sensibilidad infinita. Una película que va creciendo poco a poco en el espectador mientras te atrapa hasta que, finalmente, arde.
En Quincena de realizadores, se vio ‘Wounds’, la fallida pero interesante película de Babak Anvari, protagonizada por Armie Hammer interpretando a un camarero de un bar que al coger el móvil que se dejó uno de sus clientes empieza a experimentar sucesos extraños. Tiene una atmósfera conseguida, el problema es que el guion está repleto de trucos muy visibles para dar sentido a la trama. Al final, acaba perdida en una idea muy buena que no sabe cómo resolver. La estrenará Netflix.