Su (inagotable) inventiva estilística
Desde, quizás, ‘Trainspotting’, no se había visto una escena que reflejara de forma visualmente tan expresiva un colocón como el que protagoniza Zendaya subiéndose por las paredes en el primer episodio de ‘Euphoria’. Pero no es el único momento brillante de puesta en escena: los hipnóticos paseos en bici, el flirteo por Messenger entre Jules y Nates narrado en polivisión, la clase de educación sobre penes, el plano cenital sobre la casa “sin tejado” (episodio 3), el movimiento circular en la cama con Jules y Rue (episodio 4), la entrada bocabajo a la discoteca (capítulo 7), la coreografía musical… Muchos de estos recursos estaban ya en ‘Nación salvaje’, aunque aquí aparecen mucho más pulidos y definidos.
Su (fabulosa) estructura narrativa
El mejor ejemplo es el capítulo cuarto, la cima expresiva y dramática de la serie. La manera que tiene el director de relacionar a todos los personajes durante la feria es extraordinaria. Levinson compone un virtuoso relato polifónico por medio, primero, de un largo plano secuencia con afán totalizador, y luego a través de un montaje visual y sonoro, cada vez más crispado, que recuerda al de ‘Magnolia’. También es un acierto que cada capítulo comience con un perfil biográfico de un personaje y que la narradora (salvo en el último capítulo) sea alguien tan poco fiable como una toxicómana adolescente.
Su (crudo) discurso social
Cada capítulo de ‘Euphoria’ termina con un mensaje: “if you or someone you love needs help text EUPHORIA to 741741”. ¿Estamos ante una ficción moralista y aleccionadora? Nada de eso. El franco y descarnado discurso de la serie es como para que el Foro de la Familia salga mañana a manifestarse en Colón (la conservadora Parents Television Council ya ha pedido su cancelación). Las drogas son maravillosas, nos dice Levinson (que lo sabe por experiencia). Bajo sus efectos solo puedes exclamar lo que dice Rue en el primer capítulo: “Me siento taaaan feliz”. Otra cosa son las catastróficas consecuencias de su abuso. Y la serie tampoco las esconde. Como tampoco otras cuestiones de la realidad adolescente como el sexo, la pornografía, el bullying, el aborto, la depresión, las relaciones de pareja, las paternofiliales…
Su (espectacular) banda sonora
Además de la estupenda música original compuesta por Labrinth, suenan canciones de Drake (uno de los productores de la serie), Beyoncé, Billie Eilish, Solange, BTS, CocoRosie, Arcade Fire, el ‘Malamente’ de Rosalía, y un larguísimo etcétera (en cada capítulo suenan entre diez y quince canciones), que no funcionan como simple playlist para masajear los oídos de los fans, sino que sirven para elaborar la narcótica atmósfera de la serie (a veces con varias canciones editadas de forma superpuesta), modular los sentimientos de los personajes, crear tensión y confusión (atención al mencionado capítulo de la feria), lanzar guiños reivindicativos (el ‘Why?’ de Bronski Beat) y construir metáforas, como el número musical final.
Su (algo) irregular guión
Aunque el relato principal de la serie –una historia de amor, drogas y angustia adolescente inspirada en la ficción israelí ‘Euphoria’ (2012) y con los filmes de Larry Clark como referente- funciona muy bien, hay subtramas que no hay por dónde cogerlas. La peor, y más importante por su incidencia en la trama principal, es la protagonizada por Tyler y su “difícil” relación con Nate. El personaje, sin apenas desarrollo dramático y con un comportamiento muy poco verosímil, resulta una mera excusa de guión para hacer avanzar la acción. Tampoco está muy lograda la también “difícil” relación entre Jules y Nate, cuya forma de actuar tampoco se entiende. Además, la serie acusa una prolongada sensación de resaca a partir del “eufórico” cuarto capítulo. La segunda temporada está confirmada. ¿Será la confirmación también del talento de Levinson? Y, lo más importante, ¿estará mejor escrita? Veremos. 8.