Hace un par de años expuse cinco razones por las que ‘Mindhunter’ me pareció una de las mejores series de 2017. La propuesta argumental (basada en el recomendable libro ‘Mindhunter: Cazador de mentes’), su tono sobrio y su narrativa a contracorriente (un thriller de oficina y cafés de máquina), los intérpretes (todos fabulosos), los extraordinarios diálogos (con especial atención a las entrevistas con los psicópatas)… La segunda temporada mantiene intactas las virtudes de la primera –incluyendo algunas que no comenté en su momento, como su excelente ambientación (por fin unos setenta que no parecen recreados por Los Manolos) y su sensacional diseño de sonido (enormemente inquietante y lleno de matices)–, además de añadir alguna más.
Lo primero que destaca en esta nueva temporada es un cambio de protagonista. Si la anterior estaba más enfocada en el personaje del agente Holden, en esta segunda cobra mayor protagonismo su compañero, Bill Tench. Los problemas con su hijo, que aportan un sugerente componente psicológico a la historia (¿un asesino en serie nace o se hace?), y sus dificultades para compaginar la vida laboral con la familiar, articulan la trama y le dan espesor dramático. También tiene más incidencia la figura de la doctora Wendy Carr, a quien vemos protagonizar una subtrama amorosa que añade un interesante matiz sentimental y social –por las características del romance– al relato principal.
La estructura narrativa de la serie sigue siendo tan heterodoxa y apasionante como siempre. Diferentes líneas argumentales que se desarrollan en paralelo, se cruzan o avanzan agazapadas como un asesino en serie. Por un lado está el crecimiento de la Unidad de Ciencias del Comportamiento, impulsado por un nuevo director. Esto tendrá dos consecuencias: más entrevistas a asesinos psicópatas, entre ellos a David Berkowitz, “El hijo de Sam”, y la estrella de la temporada, Charles Manson; y más obligaciones políticas, lo que le sirve a los creadores, David Fincher y Joe Penhall, para ahondar en el funcionamiento interno del FBI durante el inicio de la era Reagan.
Por otra parte está el caso de los asesinatos de niños de Atlanta, cuya incidencia en la trama aumenta conforme se acrecentó su interés mediático y humano en la vida real (el caso se alargó desde 1979 a 1981). Los últimos episodios, dirigidos quizás no por casualidad por el afroamericano Carl Franklin, profundizan de forma extraordinaria en la dimensión social del conflicto, plagado de tensiones políticas y raciales. Entre estas dos líneas narrativas serpentean las otras subtramas mencionadas, muy bien integradas, más una última, la del “misterioso” hombre de Whichita (por si queda alguien que aun no sabe quién es), que sigue poniendo los pelos de punta y alimentando las expectativas de una tercera temporada. Temporada que, por cierto, aun no está confirmada. ¿Le dejarán a Fincher completar las cinco que pretende o acabará ‘Mindhunter’ como ‘The OA’? 9.