‘Star Wars’ (2015) y ‘Schmilco’ (2016) encendían las alarmas de aquellos que flipamos con la década larga que fue de ‘Being There’ (1996) a ‘Sky Blue Sky’ (2007) y que hizo parecer a Wilco poco menos que dioses del rock fuera de los cánones. En la década igualmente larga que lo sucedió, su capacidad de sorprender y atraer fue menguando a la par que crecía la de hacernos aburrirnos ante sus trabajos. ¿Qué les pasaba? Podríamos hablar de bache, pero la progresión invitaba a pensar más bien en una clara decadencia. Los dioses se habían hecho terrenales, mundanos. Asombrosamente, este cambio de paradigma en el grupo les beneficia ahora. Porque intuyo que, el haber cambiado su estatus hace que apreciemos más que su regreso tras un lapso de inactividad de dos años –está claro que lo necesitaban– sea un muy buen disco. Y eso que no es fácil entrar en él: un paso somero y desinteresado por él hace que parezca otro disco pesado y monocorde, centrado más que nunca en los sonidos acústicos. Pero no, no es así.
Las canciones de ‘Ode to Joy’ –un título que alude al derecho a vivir con alegría a pesar de la mierda a espuertas que hay en el mundo, en palabras de Jeff Tweedy– son en apariencia pequeñas, casi tímidas, como si mantuvieran la distancia con el oyente y no quisieran interrumpirle en sus importantísimas ocupaciones. De hecho, la producción desempeñada por su líder –manteniendo su voz queda y sosegada y la electricidad (que otrora fuera su bandera) empleada apenas como un recurso ocasional– hace que pensemos en varios momentos que estamos ante uno de sus discos en solitario. Apenas el single ‘Love Is Everywhere (Beware)’, los arrebatos casi glam de ‘Hold Me Anyway’ y el elaborado y apasionante desarrollo de la ¿funeraria? –pese al aire beatlesco de la melodía– ‘We Were Lucky’ nos recuerdan, gracias a los bonitos y audaces oropeles de guitarra de Nels Cline y el propio Tweedy, que estamos ante un disco del grupo de Chicago en conjunto.
Sin embargo ‘Ode to Joy’ –parapetado tras su horrible portada, una de las más cutres no ya del grupo, sino quizá de la historia– es un trabajo que se va desenmascarando ante nosotros poco a poco, porque las escuchas muestran que lo que ocurre “detrás” es tan o incluso más emocionante que lo que vemos en primer plano. Un primer plano marcado por guitarras acústicas y percusiones apagadas, de sonido forzadamente doméstico –en la preciosa ‘Hold Me Anyway’, por ejemplo, la “batería” de Glenn Kotche comienza siendo un repiqueteo de dedos sobre un mueble de madera–, desempeñados en ritmos marciales extremadamente simples –el arranque con ‘Bright Leaves’ y ‘Before Us’ marca esa pauta a fuego–. Perfectos para las melodías de Jeff, de entrada austeras pero que, cuando giran y ofrecen un cambio, se presentan como auténticas gemas brillantes en un cajón de arena.
Pero, como decía, casi todo el disco está marcado por una suerte de ruido de fondo que va envolviendo cada canción –a veces son percusiones atípicas (monedas, campanillas), pero otras es el rasgueo del bajo, otras un tenue riff o incluso el eco de la caja de la guitarra, un ruido blanco que procede de algún amplificador–. Imperceptiblemente, esos sonidos van envolviendo al oyente, que se ve abrazado por ellos, ayudando a resaltar los contados pero inspirados ganchos que hay en ellas, como sucede en ’One and a Half Stars’ o la fantástica ‘Quiet Amplifier’, marcada por unas flautas dulces que se elevan como un coro disonante. Es en esos momentos cuando ‘Ode to Joy’ nos retrotrae a aquel perfil acústico que también brillaba en ‘Being There’ y ‘Summerteeth’, y que había perdido peso en la propuesta de Wilco en favor de los arrebatos eléctricos.
Pero, en contraposición a estos Wilco de apariencia serena, ‘Ode to Joy’ va ofreciendo distintos arranques de energía –contenida, en todo caso– y luminosidad que ejercen de contrapunto brillante. Es el caso de canciones más abiertas y amables como el trío que confirman, justo en el núcleo del álbum, el single ‘Everyone Hides’, una ‘White Wooden Cross’ con preciosos ecos de George Harrison y la machacona y algo vacua ‘White Lies’. Su lustre instrumental equilibra esa racanería solo aparente y nos hace pensar en este onceavo álbum de Tweedy y los suyos como una suerte de actualización de sus inicios, invitando a pensar en sus últimas obras como una necesaria travesía por el desierto y a recobrar la fe en ellos. O quizá, como decía, los que hemos cambiado somos nosotros.
Calificación: 7,6/10
Lo mejor: ‘Quiet Amplifier’, ‘Everyone Hides’, ‘One and a Half Stars’, ‘Hold Me Anyway’, ‘Before Us’, ‘We Were Lucky’
Si te gustará si: te gustaba su faceta acústica en discos como ‘Being There’ y ‘Summerteeth’ y no esperas que vuelvan a ser los de antes.
Escúchalo: Spotify