“¿Yo? Pues… eh… soy… normal. Una persona normal”. La reacción de la protagonista de ‘La hija de un ladrón’ cuando le preguntan cómo se definiría, que es un poco la reacción que teníamos nosotros de pequeños cuando nos preguntaban por nuestras aficiones en un examen de inglés, esconde muchísimo más que lo que podríamos suponer ante una palabra tan genérica. Pero no es algo que vayamos a tener claro al poco de empezar la película, y puede que ni siquiera cuando ésta termina. Porque ‘La hija de un ladrón’ pide al espectador un compromiso y una reflexión bastante mayor de lo que esperamos de un debut, en este caso el de la catalana Belén Funes, surgida de la ESCAC. Pero lo recompensa con creces. Prepara un helado de chocolate para después, eso sí.
‘La hija de un ladrón’ nace del cortometraje ‘Sara a la fuga’ que Funes realizó hace unos años. Ahora, nos encontramos de nuevo con Sara, pero en un contexto distinto. La joven tiene 22 años y prácticamente los mismos trabajos temporales encadenados, además de un bebé. El pequeño es fruto de la relación ya extinta con Dani, un chico que, aunque cumple con su labor como padre, ya no ama a Sara, algo que a ella le cuesta aceptar. A Sara le cuesta aceptar muchas cosas, como a nosotros, pero de eso hablaremos luego. En medio de todo esto, reaparece en su vida su ausente padre, que acaba de salir de prisión y quiere implicarse con ella y con su hermano pequeño. O no. A ratos. Como siempre. Y si la pregunta que os estáis haciendo es si el padre ha estado en prisión por robar: no. O sí, no nos importa. Aquí, el “ladrón” simboliza las mentiras y, en todo caso, lo que el padre ha robado de Sara, como explica la propia Funes: “le quita la vida, le deja sin adolescencia y sin juventud, y ella ha tenido que crecer a marchas forzadas. Muchas veces de padres irresponsables salen hijos extremadamente responsables”.
Muchas críticas describen ‘La hija de un ladrón’ como “una historia de superación”, pero NO es una historia de superación; en todo caso, es la historia de alguien que se ve superada. Sara se ve superada por las circunstancias, y se ve superada porque toda su vida en sí sean las circunstancias. El “nadie va a quitarme esta pena” que canta Albany en una de las escenas iniciales es premonitorio del resto de lo que veremos, y el toque dardenniano de la película (Funes los cita entre sus referentes, junto a Andrea Arnold o Carlos Saura) ayuda a sentirnos allí y a sentir el desasosiego de Sara. Domina el naturalismo, y no hay secuencias dramáticas sino drama en todas las secuencias. Esto no es un juego de palabras: la mirada de Funes intenta ser lo más neutra posible, casi rayando el documental, para mostrarnos a esa “persona normal” que Sara dice ser (y esa “familia normal” que anhela tener). Porque hay muchas Saras: “en este mundo hiperconectado, hay muchísima gente que está sola”, decía la directora en la rueda de prensa del Festival de San Sebastián, donde pude ver la película. Y Sara lo está.
Como decimos, no es que la película caiga en subrayados innecesarios, es que es al contrario: a veces hasta resulta desesperante la “poca” información y la “poca” dirección del camino. Pero, una vez más, es así como se siente Sara: no hay información, no hay nadie que le enseñe el camino, no hay nadie que le indique los pasos a seguir (y, cuando se lo indican, resulta que no se cumplen), no hay nadie que vaya a quitarle esa pena. Sara está sola. Y, como es lógico, eso es algo que le cuesta aceptar… y más aún expresar. Por eso es tan difícil el desafío que se le presenta a Greta Fernández en este papel, el ejercicio de contención tan grande que supone. Y por eso es tan increíble ver el resultado, ver cómo consigue bordar uno de los papeles más difíciles del año. Tras ganar Greta la Concha de Plata en San Sebastián a Mejor Actriz, han decidido presentarla a Mejor Actriz Principal para los Goya, en lugar de a Revelación, con lo que la competencia es dura (señalo especialmente a Belén Cuesta). Pero a mí mismo me costaría decidirme entre las dos, porque lo de Greta aquí es sensacional.
Es también de alabar la complicada labor de Eduard Fernández (padre en la ficción de Sara y en la vida real de Greta), del siempre eficaz Àlex Monner y del pequeño Tomás Martín, además de, por supuesto, el trabajo colaborativo en el guión de Funes junto a Marçel Cebrián. ‘La hija del ladrón’ es una película en la que los diálogos suelen estar rodeados de una voluntaria frialdad, pero cuando tienen una carga emocional, ésta es increíble (ese “tienes que irte, porque cuando estás cerca siento que voy a morirme, y yo no puedo morirme ahora” y cierta frase que no revelaremos son auténticas bombas). Y en general dicen mucho más de lo que parecen, como el “uno no puede ser quien no es”, tan similar al “no lo puedo olvidar, lo llevo en la cara”, referidas al tema paternofilial pero también al aspecto socioeconómico. En ese sentido, me recuerda a la metáfora con el “olor” de ‘Parásitos’. Porque Funes no olvida de quién está hablando en su ópera prima: de Sara, pero a la vez de todas las Saras. ‘La hija de un ladrón’ está ambientada en la Barcelona actual y aparentemente no contiene nada de política… Aparentemente.
Porque nos hemos acostumbrado a que “Cataluña” + “política” signifiquen “banderas” (y no solo en Cataluña), pero la propia directora comentaba que “en los barrios más periféricos, donde hay más dificultades, las banderas desaparecen bastante. La gente está en otra. Y eso es también una forma de hablar de política”. Hay política cuando se muestra toda la precariedad que rodea a la protagonista, cuando se muestra que no es el sistema lo que da oportunidades a Sara, sino los destellos de empatía y solidaridad que se dan en otras personas. Estas personas no son necesariamente poderosas, pero sí tienen una relación de poder respecto a ella, aunque sea mínima, y “aprovechan” esa relación no para algo negativo, sino todo lo contrario: desde el propio jefe a figuras en las que nos fijamos menos como la encargada de cocina, la compañera de piso, el matrimonio del bar, la administrativa al inicio de la película… hasta el mismo Dani. También hay política en la relación paternofilial, en las responsabilidades que -injustamente- carga Sara, y en su soledad, esa que se muestra en un final que sí se aleja del documental. Hay mucha política en la soledad. Y en cómo se intenta tirar para adelante. Reconectando con el mencionado tema de Albany: si no estamos muertos, es gracias a su coño. 8,5.