La valenciana Raquel Adalid había dado ya un salto considerable de personalidad y consolidación con ‘Panorama‘ respecto a su álbum debut como Chlöe’s Clue. Pero la pirueta para la que nos ha venido preparando desde hace semanas meses y que tiene su punto culminante mañana viernes es de aupa: al fin se publica ‘Carmín y rubor’, un disco muy valiente que estábamos esperando hace tiempo, en el que se ha entregado a las cadencias de la canción hispanohablante más clásica para hacerla suya y ponerla en total vigencia. Una manera distinta de hacer folclore que tiene una de sus cimas en ‘Quémame’.
Curiosamente, esta canción ya se dio a conocer en una forma más básica y primitiva hace más de un año, antes de que otros singles como ‘Carmín y rubor‘, la descolocante ‘Tango techno’ o ‘Pecados delicados‘ vieran la luz. Pero la forma en que se presenta dentro del álbum es mucho más seductora y poderosa. Completamente remozada y arreglada con ampulosos arreglos, se presenta como una colaboración con el intersantísimo dúo mexicano Daniel, Me Estás Matando, revitalizadores del bolero («bolero-glam», lo llaman ellos) que, sin duda, son perfectos para dar una nueva perspectiva a ‘Quémame’.
Junto a ellos, Adalid se enfunda con comodidad en el papel, a medio camino de una femme fatale y una cupletista, de intérprete apasionada. No podía ser de otra manera para una canción que arranca cantando «sólo sé que quiero ser salvaje y arrancar heridas por placer» y que sobre todo plasma el ansia por «quitarse las ganas de…» Así, dejando en el aire la conclusión de esa frase insinuante. O mejor/peor, siendo más explícita con un «no quieras saber». Y realmente sí, queremos saber, como decía Lobatón. Una interpretación envuelta en el aire de seducción inherente al bolero, que adquiere en manos del insólito trío una capacidad de evocación brutal. Más aún cuando se ve realzada por un estupendo vídeo en el que Raquel, además de presumir de una llamativa colección de mohines que potencian su voz rasgada, luce looks icónicos en escenas poéticas y sórdidas, con especial protagonismo de un histriónico diablo que, entre llamas, simboliza esa pasión desquiciada que irradia la canción.