Asistir a los «beefs» entre Taylor Swift y Kanye West, o entre Taylor Swift y Kim Kardashian, o entre Taylor Swift y Katy Perry, o entre… ya lo vais pillando, ha sido uno de los entretenimientos más exasperantes del mundo del pop de los últimos tiempos. Si este genial tuit de Perfume Genius hubiera llegado antes, muchos tendrían que habérselo aplicado. Taylor ha salido ganando a todas luces de todos ellos: su proclama feminista contra la humillación de un Kanye West que es un misterio por qué sigue siendo alguien, es histórica; su reconciliación con Katy vía disfraces, muy agradecida; pero que de todo ello salieran discos tan cuestionables como ‘reputation‘ y ‘Lover‘ hacían a Taylor parecer muy perdida. Que la artista llevara sus pataletas a la categoría de tragedia griega en el primero imposibilitaban a cualquiera tomársela en serio; que después sacara un disco sobre el amor tan destartalado como ‘Lover’ y encima decidiera presentarlo con dos singles tan sumamente pueriles como ‘ME!’ y ‘You Need to Calm Down’ reforzaba esta apreciación.
El último par de años ha cambiado a Taylor Swift, el documental ‘Miss Americana‘ nos ha acercado a su persona (mucho mas insegura de lo que aparenta) como nunca han hecho sus canciones, y el lavado de cara de ‘Lover’ servía también para mostrar a un artista más madura que antes sobre todo en sus cortes menos mediáticos, como ‘Soon You’ll Get Better’ o ‘It’s Nice to Have a Friend’, que parecen haber guiado vagamente la dirección del nuevo álbum de la artista publicado este viernes por sorpresa. Compuesto en aislamiento durante la cuarentena, la cantautora de Nashville se ha adelantado a Ed Sheeran y ha publicado ese disco de «indie folk» no comercial que el inglés declaró hace tiempo se encontraba preparando, pero que el mundo sigue esperando, o al menos preguntándose si es capaz de hacerlo. Irónicamente, para una artista como Taylor Swift, tan apegada al aspecto comercial de su trabajo desde siempre, las circunstancias de un confinamiento han sacado lo mejor de sí misma en un ‘folklore’ que, aún haciéndose largo, es el mejor disco que Taylor podía haber publicado en este momento de su carrera. Y por supuesto, las ventas están acompañando.
Taylor no ha emprendido este camino sola, sino de la mano de Aaron Dessner de The National, co-autor de 11 de las 17 pistas del disco, y de su mano derecha Jack Antonoff. Sin embargo, ‘folklore’ no es una superproducción pop llena de nombres en los créditos que no conoces, sino un trabajo creado por Taylor con la ayuda de estos dos artistas y apenas un nombre más, William Bowery, cuya existencia en internet parece ser nula pero los fans creen puede tratarse del novio de Swift, el actor inglés Joe Alwyn, o incluso de Lorde (?). La presencia de tan pocos nombres en ‘folklore’ contribuyen a potenciar la sensación de intimidad de un álbum necesariamente modesto, sin grandes singles dentro de su secuencia al menos de primeras, pero cohesivo como pocos discos de Taylor y lleno de bonitas canciones e historias a veces autobiográficas y otras más alegóricas, pero siempre mimadas hasta el último detalle, con la atención que merecen.
Ya hemos comentado que la firma de Aaron Dessner en ‘folklore’ es perceptible sobre todo en los pianos y arreglos orquestales de las canciones, muy propios de discos como ‘I Am Easy to Find‘. Estos arreglos son delicados y exquisitos en todos los casos, como en ‘peace’, que el propio Dessner asegura podría ser una canción de amor de Joni Mitchell, pero por suerte nunca se sobreponen a unas canciones calmadas y sombrías que enternecen por su naturalidad, sencillez y falta de ambición desde el segundo cero. La firma de Taylor sigue siendo comercial en espíritu, pero en ‘folklore’ está revestida de arreglos mas «alternativos» e incluso próximos a los estilismos del folk gótico y del dream-pop, pues no está de más recordar que Taylor ya había incluido en sus playlist recientes canciones de Beach House, The Japanese House, Dum Dum Girls o los propios The National y Bon Iver, este segundo presente en la solemne balada ‘exile’, la canción mas dramática del largo. Así, es fácil ver singles potenciales en la parsimoniosa ‘the 1’, que abre el disco con una pizpireta melodía; en la misma ‘exile’, que grita a actuación en los Grammy; o ‘the last great american dynasty’, posiblemente la canción del álbum que mejor concilia sensibilidad comercial y «alternativa» con la cuidada narrativa que caracteriza a las letras, donde nuevos personajes surgen para enriquecer el lirismo de la artista nacida en Pensilvania (menos inmediato es el single ‘cardigan’, que toma alguna que otra idea del cancionero de Lana Del Rey). Por otro lado, sorprende escuchar en las lúgubres y evocadoras atmósferas de ‘mirrorball’, ‘this is me trying’ y ‘august’, en mi opinión la mejor canción del disco, ecos a los Cranberries de ‘Linger’, al shoegaze-pop de los 90 o incluso a Mazzy Star por primera vez en la carrera de Taylor, resultando a su vez idóneos para su madurada voz, que nunca ha sonado mejor.
Si ‘folklore’ peca de algo es de no ser mejor que la suma de sus partes: por separado todas sus pistas ofrecen un detalle interesante, pero escuchadas en conjunto terminan diluyéndose entre ellas, sobre todo a partir de la discreta ‘illicit affairs’, menos emocionante de lo que sugiere su título. Llegadas ‘mad woman’, dirigida a los villanos de la polémica de los «masters»; o la lánguida ‘epiphany’, que compara la experiencia del abuelo de Taylor en la guerra con la de los médicos en primera línea de batalla contra el coronavirus, el álbum redunda en ideas demasiado parecidas, hasta el punto que es fácil desconectar de lo que está contando. Solo ‘betty’ logra despuntar hacia el final gracias a su sonido country, pero al disco le habría favorecido una secuencia más dinámica sobre todo en su último tramo.
Sin embargo, ‘folklore’ pasará a la historia por lo acertado de su lirismo. La crítica nunca se ha cansado de recordar que Taylor es autora ante todo, mientras los fans nunca han dejado de confiar en que tuviera otro ‘All Too Well’ dentro de ella; y aunque nunca ha alcanzado la sofisticación de muchos de sus contemporáneos y contemporáneas, su lírica en ‘folklore’ es de una claridad absoluta. Es fantástico el camino por el que nos lleva Taylor en ‘the great american dynasty’ contándonos la historia de Rebekah Harkness, la mecenas de arte que vivió en la casa de Rhode Island donde la cantante reside actualmente; para terminar hablando de ella misma, casi como si fuera una reencarnación de aquella (las dos se lo pasaban bien montando grandes fiestas y «arruinándolo todo»); y el álbum deja prácticamente una frase memorable por canción. En la tenebrosa ‘my tears ricochet’, Taylor convierte su enemistad con Big Machine en una historia funeraria llena de resentimiento («me tuviste que matar, pero a vosotros os mató también»), mientras en ‘mirrorball’ llega a confesar su tendencia a imitar a los demás para encajar: «nunca he sido una persona natural, yo no hago más que intentarlo». En la sombría ‘this is me trying’, la artista plasma sus demonios internos en una frase para el recuerdo: «me dijeron que todas mis jaulas eran mentales, así que me eché a perder, como todo mi potencial». Y el álbum logra contraponer todo este drama con buenas dosis de desenfado y humor en cortes como ‘the 1’ («éramos lo más, ¿no crees?») o el extraño ‘invisible string’, que ponen sobre la mesa su sensatez: «frío era el acero de mi hacha para los hombres que me rompieron el corazón, ahora les mando regalos para sus bebés».
La libertad narrativa de ‘folklore’ lleva a Taylor a contar la historia de una infidelidad a través de tres canciones, ‘cardigan’, ‘august’ y ‘betty’, que forman el «triángulo de amor adolescente» del largo y explican esta infidelidad desde tres puntos de vista; e incluso a dar vida a una historia de amor «queer» en el delicado folk-rock de ‘seven’. Así, en ‘folklore’ ya no es tan interesante lo que Taylor haya podido verter sobre su propia vida en las letras, sino de qué manera plasma estas experiencias en historias que pueden ser realidad o ficción. El ego pasa a un segundo plano en unas composiciones que se regodean en el placer de contar historias para crear su propia cultura del «folklore». Son historias sencillas sobre el amor, la juventud, la madurez, las inseguridades o la obsesión por gustar a los demás que todo el mundo puede entender. Paradójicamente, aislarse del mundo ha acercado a Taylor más al pueblo.