Van una veintena de ediciones de ‘Masterchef España’ entre el Celebrity, el Junior y la edición original y no contentos con ellas, los de RTVE ya tienen más madera para quemar esta inminente Navidad: una nueva edición infantil a tiempo para Reyes como está mandado e incluso una Senior para mayores de 60 años. Juegos de mesa, decenas de libros… la gallina de los huevos de oro no se agota, pese a los numerosos tiros en el pie que cadena y productora se tiran año tras año.
Hay que frotarse los ojos para creerse los datos de audiencia de anoche una vez más: 3 millones de espectadores de media pendientes de la gran final, que culminó exactamente a la 1.34 de la madrugada como si media España no hubiera de levantarse poco después para trabajar, estudiar o ambas. De nada sirven las peticiones en Change.org por que ver Masterchef y conciliar (sic) sea posible. Ni tampoco las quejas al Defensor del Espectador: con los datos en la mano la televisión pública puede argüir que el público responde. ¿En qué cabeza cabe cambiar algo que te está haciendo un 25% de share cuando la media de la cadena es de un 9%?
Mientras uno se pregunta si los audímetros del siglo XXI contabilizarán hasta a la gente sobada dentro de una batamanta frente a la pantalla, el programa continúa arrasando como si nada. Como si no durara 3 horas o 3 horas y media, el doble y el triple que otras ediciones internacionales. Como si esta edición hubiera sido la más divertida como se nos prometió en rueda de prensa, en concreto «la más imprevisible y disparatada«. Como si ese maravilloso cásting compuesto supuestamente por algunos de los mejores cómicos del país nos hubiera hecho reír realmente como lo consiguieron Las Retales. Como si el programa no hubiera tenido que editar penosamente final y semifinal porque los chistes de mariquitas de Flo se pasaron de moda en algún momento del siglo pasado, y vamos por el año 20. Rumbo al 21, que diría aquel.
‘Masterchef Celebrity 5’ ha decepcionado en casi todos los terrenos: ni hemos visto a Celia Villalobos terminar de desplegar toda esa ira contenida que se le adivina cuando se calla y hasta le tiemblan los labios, ni un Boris Izaguirre o una Anabel Alonso nos ha hecho reír como en otras ediciones, ni ha cambiado nuestra visión sobre una revelación tan completa como sucedió con Cayetana Guillén Cuervo, Miguel Ángel Muñoz o Tamara Falcó. Justo cuando Gonzalo Miró, Nicolás Coronado y Josie parecía que iban a alzarse como ganadores tras habernos ido ganando con su personalidad y dotes gastronómicas se fueron desmoronando uno a uno, dejando paso a una exultante Raquel Meroño. La de ‘Al salir de clase’ lo ha hecho estupendamente, ¿pero por qué no se editó el programa de otra manera para darle más protagonismo cuando ya sabían que era la ganadora?
La Terremoto de Alcorcón, con más vestuario y peluquería que guión, y las malas pulgas permanentes por razones desconocidas de Jesús Castro pusieron un poco de sal a una edición por lo demás insípida que deja muy pocos momentos televisivos que mencionar. Solo el carácter edificante del programa, su capacidad para motivarnos a mejorar sin aplastar al prójimo, ha de seguir siendo la clave de su éxito. En un momento histórico en el que tantísimos cientos de miles de personas habrán de cambiar de trabajo o sector tras verse tocado el suyo por la pandemia, desde luego es un consuelo ver en prime-time que reciclarse es posible incluso cuando se han superado los 40. Queremos ser ese diseñador que casi nadie conocía, al principio parecía un poco arrogante, pero ahora todo el mundo adora; esa actriz que se adivinaba acabada y ahora no va a parar de sonarle el teléfono; ese modelo que ya nunca más será «hijo de»… y que Pepe llore atendiendo nuestra historia de superación. ¿Cómo si no explicar que nadie se canse (nos cansemos) de todo esto?