Confeti de Odio se consuela en sus amigos en su primer single en Sonido Muchacho

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Confeti de Odio se consuela en sus amigos en su primer single en Sonido Muchacho

Confeti de Odio es el nuevo fichaje de Sonido Muchacho, el sello de Natalia Lacunza, Sen Senra o Carolina Durante. Su segundo disco podría estar a la vuelta de la esquina, lo cual es una excelente noticia pues ‘Tragedia Española‘ fue uno de los mejores discos de 2020.

A falta de averiguar qué depara el año que queda para Lucas de Laiglesia o el siguiente, el trovador madrileño se ha estrenado en Sonido Muchacho con el lanzamiento de un primer single de destino incierto pero que ya ha presentado en directo, en el programa Los Felices Veinte de Orange TV. Se trata de un tema llamado ‘El cielo son los otros’ que reincide en todas sus virtudes como compositor y letrista, pero que a su vez lleva su sonido hacia una nueva dirección.

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‘El cielo son los otros’ es un tema principalmente acústico, a guitarra y voz, casi folk o sin el casi, pero que después, a la entrada de las baterías, se transforma en una pieza de corte country como inspirada en Bill Callahan o similares. La melodía de ‘El cielo son los otros’ se repite como un mantra a través de siete pareados tridecasílabos (los últimos aparecen juntos a modo de copla) y, cuando entran las baterías, el tema deja un segundo mantra antes de darse por concluido con una última reflexión.

El nuevo single de Confeti de Odio toca uno de los temas recurrentes en su cancionero: el «odio» a sí mismo. Rimas llenas de autoflagelación como «he cambiado tanto que a veces no sé quién soy, mi yo de pequeño lloraría al verme hoy» o «he fallado a tantos que prefiero no intentar, crear ningún vínculo de tipo emocional» se suceden una tras otra antes de que Lucas encuentre el consuelo que necesita en sus amigos, recordando las cosas de ellos que le hacen reír.

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Al final, la esperanza se impone en ‘El cielo son los otros’ cuando Lucas canta que, el día en que sus amigos mueran, él también lo hará. El mundo de Confeti de Odio sigue motivado por la «tragedia» personal pero también por un sentimiento subyacente de que todo siempre puede ir a mejor. O, como mínimo, de que nunca es mal momento para reír.


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